Prologo

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Los sentimientos de una chica de su edad es algo que nadie valora. Eso es lo que piensa Leticia.

Ella es una niña de piel clara, un pelo castaño con un corte a capas y lacio. Sus ojos son de un bonito marrón cobrizo que, normalmente, muestran una extraña alegría postiza que ella sola había aprendido a crear.
El estúpido pantalón pitillo de color cobalto de Stradivarius estaba apoyado sobre la fea silla de metal de su escritorio. Su cama era la litera de arriba de una habitación que comparte con su hermano, que ahora solo estaba ocupada por ella y su desolación.

No podía creer que él chico que pensaba era su amor platónico, le hubiera partido el corazón de la forma en la que lo había hecho.

- ¿Por qué tienes que actuar así siempre? - Gritaba un chico alto de unos 18 años, de piel porcelana y unos ojos verdes como la esmeralda.

- ¿Así como? - respondía nuestra protagonista de ojos cobre - ¿Qué querías que hiciera? Discúlpame si mi impulso no fue sacaros una foto mientras la manoseabas el culo como un baboso.

- Siempre, estás igual – repetía él – No hay forma de que entiendas que solo somos buenos amigos ¿Verdad?

- ¡Yo soy tú novia! - La piel porcelana de la cara de ella, ahora estaba acompañada por unas cristalinas lagrimas que corrían rebeldes por sus mejillas.

- ¡Eso no significa nada!

- Habla por ti, porque para mi significaba el mundo.

- Entonces has sido muy tonta. Venga ya, Leticia, ¿De verdad creíste que me conformaría solo con una? ¿Pensaste por un segundo que eras suficiente para alguien como yo? - Los ojos esmeralda que antes hacían latir el corazón de nuestra protagonista con fervor, ahora solo hacía que ese frágil corazón se convirtiera en ceniza poco a poco entre las llamas de lo que ahora es un desamor.

- Ella no te amaría si no fueras así - Le reprochó la joven.

- ¿Así como? ¿Guapo?

- Si, exactamente – gruñó Leticia.

- Nadie me amaría si no lo fuese.

- ¡Yo lo hago! – Gritó la chica, envuelta en una furia incontrolable que emanaba en su corazón.

- ¡Pero tú no eres suficiente!

Fue entonces que sintió el mundo parar bajo sus pies, como en una de esas pelis en las que todo se vuelve negro y la única luz la apunta a ella, esperando una reacción. Pero no la hubo, era imposible que la hubiese cuando su voz empezaba a quebrarse y sus piernas temblaban como si todo un terremoto estuviera sucediendo justo bajo sus plantas.

La cama, con las mantas en ella puestas, se habían convertido en un refugio. Uno que ahora se empapaba de lagrimas de amargura y deseos tontos de un "si tan solo hubiera".

Era duro entender que algo así hubiera pasado, cuando lo que había pasado es que acababa de perder la única llave hacia ese mundo de paz y armonía que la alejaban de la cruda y deprimente realidad.

- Todo por ti... - susurraba ella.

Sus pensamientos tristes culpaban a un chico que no tenía nada que ver en esta historia, no por no ser participe, si no por ser el único ancla en el corazón de nuestra princesa de ojos cobre, que hacía que se hundiese en un mar de pensamientos nocivos e historias de lagrimas derramadas.

Una pila de libros donde todo es mágico y la felicidad que invaden las sonrisas de los protagonistas, recaía en la mesilla de noche que tenía colgada de su cama.

- Y después de todo siempre os quedáis con el chico...

A eso han quedado reducidas las historias de amor, a besos tontos que se convierten en una relación súper sana y cursiladas del estilo en las que todo sale súper bien. 

Lo que ocultan las novelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora