Esa pequeña espina

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Las últimas clases las pase ocultando todavía el dolor que me provocaba tener que verles a los dos juntos en los recreativos, suplicándole al cielo por no tener que aguantar eso nunca más en lo que me queda de vida.

Hoy es uno de esos lindos Viernes de invierno, uno de esos en los que mi mayor plan era ver un anime que me gustase y jugar a Roblox. Eso sería si no hubiera aceptado ir al arcade con la pareja del curso...

Haber aceptado, conllevaba un pequeño problema en mi rutina del día, no por nada en especial, si no porque tendría que llamar a mi novio y decirle los planes que tengo para el fin de semana. Si la mía fuera una relación normal, no habría pasado nada, pero ese no era mi caso. Fernando, como ya se ha mencionado, es muy sobre protector hasta niveles que rozan lo tóxico. No le gusta que salga con amigos, ni siquiera si tienen novia o son homosexuales. En parte yo sabía el por qué de esa toxicidad, la razón reside en una parte oculta de mi cerebro donde las ideas bonitas no alcanzan a vivir, donde el romance es solo un mito y los buenos pensamientos un deseo sin cumplir. Fernando ya me había engañado, no una, ni dos, si no cinco veces, todas con muchas chicas de edades diferentes. Jamás se me olvidará el día en el que me lo encontré en su casa, completamente desnudo en el sofá con otra mujer.

Era un día de invierno de lo más común, la temporada de reyes se acercaba y la alegría se albergaba en el corazón de muchos. Sobre todo en el de nuestra pequeña princesa de ojos bronce, que iba a ver a su novio, en casa de él, para darle su regalo de reyes magos. Había sido su suegra la que la había invitado a ir a verles, ella decía que a Fernando le encantaría verla en estas fechas. Mara era un mujer de mediana edad que, a pesar de tener casi los 47, tenía un esbelto cuerpo y un pelo largo precioso. A diferencia de su hijo, los ojos de Mara eran de un color almendrado, una mezcla de colores otoñales en perfecta sintonía. Su suegro, Pedro, era un hombre no tan esbelto, sus buenos 50 se hacían notar, pero era un hombre de mucha bondad. Fueron su genética la que otorgó el color de ojos esmeralda que ahora tenía Fernando y esa tono porcelana de su piel. Tanto Mara como Pedro tenían el pelo oscuro como la noche, cosa en la que su novio no se quedó atrás.

Leticia caminaba por la calle, envuelta en su bufanda color beige y su abrigo blanco, con sus manos recubiertas por unos bonitos guantes negros; sus piernas regordetas cubiertas por un vaquero de Stradivarius color cobalto que le había regalado su novio en navidad, acompañados por unas botas beige preciosas que había recibido como donación por parte de su prima mayor. La diferencia de edad entre ella y su novio era muy notoria, Leti apenas iba a cumplir los catorce y Fernando tenía ya sus buenos 18.

En las manos cargaba su bolsa de tela con el regalo para su novio, un regalo bastante caro que había comprado con los ahorros que tenía de cuidar a niños durante casi todo el año. El reloj Rolex de plata se balanceaba sutilmente en la bolsa, mientras que hacía aumentar por segundos la alegría y emoción en el corazón de una pequeña enamorada.

Iba con una media hora de antelación a la hora que le había dicho su suegra a la que estarían en casa, pero ya le había pedido permiso a sus suegros para llegar un poco antes y tener un rato a solas con Fernando.

Con el aire frio rozando su cara, se paró en frente de la puerta de la casa de su novio, y con las llaves de repuesto que le habían dado sus suegros, entró en la casa. El hogar de su enamorado era un pequeño piso sin recibidor, la puerta principal daba directamente al salón y por el salón una cocina abierta preciosa. Por un lado del comedor había una puerta que daba a las habitaciones.

Leticia entró sin segundos pensamientos, ansiosa de ver a su novio, de ver a su novio vestido y sobre todo solo. Pero nada de eso se correspondía con lo que sucedía.

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