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-- Giyuu Tomioka, ha llegado tarde otra vez- Fue lo primero que escuché decir al profesor, mientras yo jadeaba de cansancio. De nuevo me desperté tarde, comencé a creer que el profesor ya me odiaba gracias a mis múltiples retardos.
- Mi despertador no sonó - Dije y me senté mientras los demás murmuraban a mis espaldas, no me importaba, quizás mientras más los ignoraba, menos me molestaría.
Sentí una mirada en especial, no podía evitar sentirme observado. Busqué a mi alrededor disimuladamente y lo encontré, un albino con muchas cicatrices y pupilas pequeñas, me veía fijamente, estaba burlándose de mi.- Imbécil - Murmuré y seguí anotando lo que dictaba el profesor, aún con el peso de su mirada fija.
No tardó mucho para que el timbre sonara anunciando el cambio de clase, esta vez había exagerado con mi retraso. Guardé mi cuaderno con apuntes incompletos y me dirigí a la siguiente sala sin mucha emoción, era matemáticas, mi peor tortura en un solo día, el profesor de matemáticas también me odiaba. Caminaba por los pasillos sin emoción alguna que pudiera expresar, la gente que pasaba a un lado de mi, me veía como si fuera un monstruo y uno muy horrendo, me daba igual, no tenían una razón, no había hablado con nadie desde que llegué.
"Quizás debería socializar más" pensé, pero me retracté en cuanto analicé a las personas que estudiaban conmigo, definitivamente estaba mejor solo.Llegué a mis clases de matemáticas y tomé asiento. El profesor comenzó a tomar lista, odiaba tener que hablar.
Una figura desconocida se acercó a mi asiento y se sentó a mi lado, no me gustaba sentarme con nadie a pesar de que las mesas tenían dos sillas, pero no dije nada al respecto. Ladee la cabeza, su cara me pareció familiar, era el chico que tenía la mirada fija en mi durante la clase de español, al que había llamado "imbécil", parecía el karma. Puso sus pies sobre la mesa mientras jugaba con la silla, yo fruncí el ceño, pero no me quejé.- Sanemi Shinazugawa - Dijo el profesor, buscándolo con la mirada.
- ¡Aquí! - Gritó y el profesor anotó en su portapapeles. Lo miré de reojo, ¿Quién es el? Ahora sabía su nombre, pero nada más, ¿Por qué habría de sentarse conmigo? Miles de preguntas rondaban en mi cabeza, pero parecía no obtener respuesta alguna.
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