Conozco a Leehan desde que tengo memoria; nuestras mamás eran amigas, entonces terminaron uniendo a sus hijos también. Al principio no nos llevábamos bien. A ambos nos gustaban cosas muy diferentes, pero al crecer nos volvimos muy cercanos y ahora era muy difícil que pasáramos un día entero sin el otro.
Como siempre, estaba en casa del castaño, acostado en su cama, mientras él fue a la tienda a comprar gomitas. Un día se le caerán los dientes de tanto comer dulces; aunque eso me resulte gracioso, no quisiera que eso pasara. Yo considero que Leehan tiene la más bonita sonrisa; prefiero morir antes que no poder verlo sonreír nunca más. Estaba tan perdido en mis pensamientos que no noté que Leehan ya había regresado.
—¿Qué piensas? —dijo, intentando sorprenderme. Di un pequeño brinco.
—¿Tanto ibas a tardar? Estaba aburrido esperándote —Leehan iba a responder, pero fue interrumpido.
—Bajen a comer, niños. Deja eso, Leehan; no puedes vivir de gomitas, ya te dije —le quitó las gomitas.
—¡Mamá! No soy más un niño y sí puedo —volvió a tener las gomitas en sus manos.
—Sigues siendo mi niño. ¡Awww! —dije, tomándole de las mejillas.
—¡A ti también te dijo niño!
—Pero yo soy mayor que tú; respeta a tu hyung, niño —dije y bajé, dejando a Leehan diciendo cosas que ya no alcancé a escuchar porque ya había bajado hasta la cocina, donde estaba la mamá de Leehan.
—Los dejo porque tengo que salir. No hagan nada malo. ¡Leehan, ya baja! Dejé la cena en la nevera —y salió de la casa.
Solté una risa y me iba a poner a comer en lo que Leehan bajaba, pero pude ver que en la pecera había una bolsita, así que las quité. Yo sabía que era un nuevo pez de Leehan; él los ponía en la pecera antes para que se adaptaran a la temperatura. Me había dicho eso miles de veces, así que cuando tuviera un pez, no lo mataría por torpe.
Lo tomé en mis manos y decidí hacerle una broma a Leehan. Quería esconder su pececito; solo lo haría por unos minutos. Tampoco quería que Leehan se preocupara tanto. Lo iba a esconder en algún lado, pero escuché unos pasos y me apresuré a meterlo en cualquier parte. Ni siquiera presté atención a dónde fue a parar el pez.
—¿Qué dejó mi mamá? —hizo una pausa, notando al extraño—. ¿Por qué no has comido aún? Nunca me esperas.
—No es que... me distraje con tu pecera —se sentó para comer—. ¿No habías traído un nuevo pez?
—¡Sii! —dijo, ilusionado. Se levantó para traerlo y mostrárselo—. ¡Taesan! —gritó.
Traté de contener mi risa y fui junto al castaño.
—¿Qué pasó? —pregunté con una buena actuación.
—Mi pececito no está. No sé... yo... Tae... —entonces empezó a lagrimear. Me asusté y lo abracé.
—No llores, yo lo escondí; ya, no llores, era una broma —dije, tomando su rostro para poder secarle las lágrimas.
—Eres un tonto, ¿por qué me haces esto? —hizo un puchero que, por alguna razón, me resultó muy adorable y no podía quitar la vista de sus lindos labios—. Ya dime dónde está; ha pasado mucho tiempo; debe volver a la pecera.
—No recuerdo dónde lo puse —dije, bromeando, pero realmente no recordaba bien. El castaño solo me dio un golpe.
—Lo puse aquí —señalé el microondas.
—¿¡En el microondas!? —gritó.
—Pero está apagada, creo —dije, sin darle mucha importancia. Leehan se apresuró en abrir el microondas.
—¡Taesan, te voy a matar! Mejor vete ahora mismo —exclamó y me acerqué a ver al pez—. Lo mataste; realmente eres un tonto —susurró mientras empezaba a llorar; el pececito ahora parecía un pez asado.
Me empecé a sentir muy mal; yo solo quería hacerle una broma porque me había hecho esperar mucho, pero ahora tenía a mi mejor amigo llorando. Eso me destrozó; lo que menos quería era que mi amigo sufriera, y menos por mi culpa.
—Podemos comprar otro, ¿sí? —comencé a rodearlo con mis brazos.
—No me toques; no quiero otro. Ni siquiera le había puesto un nombre aún. Te odio —comenzó a llorar más.
—Perdóname, Leehannie, por fav-
—No me hables, Taesan. Sabes lo importante que son para mí mis peces. Eres un idiota, en serio —me golpeó levemente mientras hipaba.
—Soy un idiota, Leehannie, pero prometo recompensarte; haré lo que me pidas.
—No me importa, Taesan; ni siquiera me mires —dijo, dándome la espalda.
—Por favor, haré lo que me pidas; seré tu esclavo por todo un día, haré lo que digas, aunque sea lo más vergonzoso.
—Ya dije que no —se detuvo, volviendo a mirarme—. ¿Realmente lo que te pida? ¿Cualquier cosa?
—¡Siii! Lo que me pidas, Leehannie —lo tomé de las manos—. ¿Aceptas?
—Está bien, te perdonaré cuando termines, y empezaremos mañana. Hoy tendré que enterrar a mi pececito, idiota —dijo, triste, pero por lo menos ahora se podría vengar.