Capítulo once: Rigor mortis

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☆☆☆

Han pasado ocho días desde el incidente con Tessa. Desperté en el apartamento como era habitual después de las pesadillas. El constante reinicio me traía de vuelta una y otra vez a la habitación envuelta en la penumbra de la madrugada. Mis ojos se posaron automáticamente en el espejo frente a mí, pero lo que vi no fue un reflejo reconfortante, seguía hipnotizado con la idea de mi nuevo aspecto.  La imagen que me devolvía era la de un espectro, un ser cuyo aspecto había sido corrompido por fuerzas que escapaban a mi comprensión. Mi reflejo parecía una manifestación de mis peores temores, una grotesca parodia de lo que alguna vez fui.

Mi piel, que solía ser tibia y ligeramente bronceada, ahora era pálida como la luna, como si la muerte misma se hubiera instalado en mis poros. Mis ojos, que debían ser vivos y llenos de chispa, ahora reflejaban la opacidad de un abismo sin fondo, un recordatorio constante de las sombras que me acechaban. Y mi cabello, antes plateado como la plata pura, se había tornado albino y fantasmal, una advertencia silenciosa de los peligros que me rodeaban.

No era un cambio meramente físico; era como si mi esencia misma hubiera sido alterada, transformada por fuerzas que no podía controlar. Pero no había tiempo para la autocompasión. Me enfrentaba a un enigma, a un misterio oscuro que exigía ser resuelto. Max se había convertido en una obsesión en tan poco tiempo, un rompecabezas cuyas piezas se negaban a encajar.

Me levanté con una determinación fría. No importaba cuán desconcertante fuera esta realidad; yo era Adam Lancaster, y no permitiría que nada ni nadie me acobardara. La búsqueda de respuestas comenzaría aquí y ahora, en las sombras de mi propio pasado.

La mente aguda y calculadora que siempre había sido mi mayor aliada ahora se enfocaba en la tarea que tenía por delante. ¿Qué significaban estos cambios en mi apariencia? ¿Y qué conexión tenían con los eventos sobrenaturales que me habían arrastrado a un abismo de oscuridad?

Mientras continuaba en la investigación de mi propia vida, una cosa quedaba clara: las sombras del pasado no podían ser ignoradas. Estaban ahí, acechando en cada rincón oscuro de mi memoria, esperando ser desenterradas y confrontadas. No descansaría hasta descubrir la verdad, sin importar cuán siniestra o aterradora fuera.

Mientras la fría brisa nocturna intentaba acariciar sin éxito mis mejillas, me adentré en las calles iluminadas por la tenue luz de las farolas. El aroma a humedad y asfalto mojado impregnaba el aire, mezclándose con el eco lejano de los automóviles que se deslizaban por las avenidas de Michigan Avenue. Cada paso que daba resonaba en el pavimento, marcando el compás de mi determinación implacable.

El camino hacia la lujosa residencia de los Luhrmann, donde Max solía refugiarse junto a su familia como en una fortaleza, se extendía frente a mí como un laberinto de incertidumbre y ansiedad. Sabía que enfrentar a Max no sería una tarea fácil; su mirada de enojo y horror me aguardaba como una sentencia que no podía eludir. Sin embargo, estaba decidido a confrontar sus reproches, a enfrentar la tormenta de emociones que amenazaba con consumirnos a ambos. Con cada paso, el corazón fingía latir con fuerza en mi pecho, como un tambor.

Finalmente, alcancé la imponente casa de los Luhrmann, una estructura majestuosa que se alzaba contra el cielo nocturno como un guardián vigilante. Las luces brillaban en las ventanas, proyectando destellos dorados sobre el césped cuidadosamente recortado. Con con un parpadeo, me materialicé en la puerta principal, consciente de que lo que me esperaba al otro lado sería una confrontación inevitable, un choque de voluntades y emociones que transformaría el concepto que Max pudise elaborar sobre mí.

El nombre de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora