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El hashira de la serpiente y el hashira del viento tenían una relación sentimental, todos estaban muy felices por ellos, a excepción de un pelinegro que sufría al verlos juntos, ya que él estaba enamorado del más bajo. Desde la primera vez que vio a Obanai, quedó completamente enamorado.

Había algo que nadie sabía de esa relación: era muy inestable y esto provenía de Sanemi, quien trataba a Obanai como si fuera un juguete más, diciéndole cosas que dañaban su autoestima. Hoy era uno de esos días; estaban en la finca del hashira del viento y al parecer este estaba muy enojado.

— Tu voz es insoportable, no sé por qué estoy contigo. Esas cicatrices en tu rostro dan asco. Cúbrete las vendas, no quiero verlas, me dan ganas de vomitar. Ahora entiendo por qué tu familia te hizo eso — dijo Sanemi con un tono de asco mientras miraba a Obanai.

Obanai lo miró en silencio y luego se cubrió las vendas sin decir una palabra, conteniendo las lágrimas mientras miraba hacia el suelo. Trataba de no mirar a Sanemi, tenía miedo de que le hiciera algo, pero a pesar de todo seguía amándolo con toda su alma.

— Perdóname, fue mi culpa — susurró con la voz casi quebrada y muchas ganas de llorar. Luego sintió un golpe en su mejilla que lo hizo caer al suelo. Llevó su mano a la mejilla sintiendo el ardor y el dolor; las lágrimas ya habían empezado a salir de sus ojos bicolores.

— Ahora cállate. Voy a ir a una misión y cuando vuelva quiero que estés aquí. No quiero verte. Te buscaré cuando te necesite — dijo Sanemi antes de salir de la finca dando un portazo.

El chico se quedó en el suelo llorando mientras su serpiente se envolvía alrededor de él tratando de consolarlo. A Kaburamaru nunca le cayó bien Sanemi.

Obanai salió de la finca del hashira del viento y caminó sin rumbo. Ya no lloraba; sentía un dolor en su corazón, su alma estaba partida, pero no podía llorar. Una sola pregunta pasaba por su mente: ¿esto de verdad es amor?

Sintió un ruido detrás suyo así que dejó de caminar e iba a desenvainar su katana cuando se dio cuenta de que era el hashira del agua, Tomioka Giyuu. Este se acercó a Obanai; Giyuu sentía algo muy fuerte por él y era obvio que cuando se enteró de esa relación su corazón se partió en mil pedazos.

— Buenas noches, Iguro — dijo en un tono neutral mientras miraba al más bajo. Su expresión facial cambió drásticamente cuando notó un golpe cerca de su mejilla, ya que traía sus vendas.

— ¿Qué te pasó ahí? — preguntó Giyuu con un tono serio y frío. Obanai comenzó a ponerse nervioso y decía palabras sin sentido; Tomioka comenzaba a sospechar que él estaba actuando muy extraño.

— Nada... Me lo hice en una pelea con un demonio — respondió Obanai.

Tomioka no se creyó esa excusa, pero lo dejó pasar; se quedaron hablando bastante rato y conectaron muy bien. Obanai sentía algo raro; además de haber sentido una felicidad que hacía tiempo no experimentaba. Sin embargo, Obanai tuvo que irse a su finca; Giyuu lo acompañó y se despidieron.

Ellos dos pasaban tiempo juntos cuando Sanemi le tocaba ir a misiones, aunque cuando volvía se desquitaba con Obanai, a esto Obanai le seguía doliendo, pero fingía estar bien frente a Giyuu. Así pasaron meses hablando y charlando. Hoy era un día de esos; estaban en la finca de Tomioka hablando, pero de la nada se quedaron callados y se miraron en silencio. Cada vez cortaban más la distancia hasta que Giyuu bajó las vendas de Obanai. Este se sorprendió por eso y se tapó el rostro por miedo a la reacción de Giyuu; este le quitó las manos mientras lo miraba con una sonrisa, dando a entender que le importaba y que se veía muy lindo. Enseguida unió sus labios en un beso que Obanai no tardó en responder; los dos se sentían felices y sus corazones latían demasiado rápido, sus labios encajaban a la perfección, pero Obanai se dio cuenta de lo que estaba haciendo así que dejó de besarle.

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⏰ Última actualización: May 13 ⏰

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𝙏𝙤𝙙𝙤 𝙚𝙣 𝙡𝙖 𝙫𝙞𝙙𝙖 𝙘𝙖𝙢𝙗𝙞𝙖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora