Prólogo

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En el sórdido escenario del inframundo, en la desolada mente de Alastor, cada día era una escalada de tensiones. Hastiado y abrumado, se veía aprisionado por las consecuencias de un trato imprudente que lo había dejado debilitado, una cadena invisible que aprisionaba su cuello con sofocante intensidad.

Sin embargo, guardaba celosamente su tormento interno, consciente de que cualquier confesión ante Charlie u otros sería recibida con una lluvia de reacciones adversas. Revelar a la jovial princesa que su "amigo" se hallaba en la desesperación, habiendo ingresado al hotel como último recurso para escapar de la miseria, sería como un jarro de agua fría para ella, con preocupación y decepción como resultado previsible.

Así, el demonio de la radio mantenía su agonía en secreto, ocultándola con maestría desde el principio.

Con ambiciones desmedidas, siempre había anhelado el poder supremo, aspirando a la realeza misma. ¿Por qué contentarse con ser un simple señor supremo cuando podía aspirar a reinar sobre todo? Pero fueron esas mismas ambiciones las que lo arrastraron a su actual situación, recordándole cruel e irónicamente que, sin importar cuánto poder acumulara, siempre habría alguien más fuerte, más astuto.

Ahora, la cuerda alrededor de su cuello era una humillación constante, una carga que no podía soportar por el resto de su eternidad. Sin embargo, una luz en la oscuridad de su desesperación se presentó con la decadente y pomposa presentación de la princesa Morningstar para su "Hotel feliz".

Una vez más, trazó un plan, uno que no solo lo liberaría de su deuda, sino que le otorgaría el poder que siempre había anhelado. Y para su sorpresa, al principio resultó sorprendentemente sencillo. La princesa, crédula o tal vez cegada por su propia inocencia, no cuestionó mucho al Demonio de la radio, incluso ante las advertencias de su insoportable novia.

Habiendo ganado la confianza de la princesa, bastaron unos pocos trucos baratos y remodelaciones simples para que Charlie lo aceptara de buen grado. Sin embargo, Alastor se confió demasiado, creyendo que bastaría con manejar con destreza esa confianza para convertirla en algo más. Pensó que al conquistar el corazón de la princesa sería pan comido deshacerse de su contrato y, eventualmente, ascender al trono. Pero sus planes se vieron más frustrados de lo previsto debido a la obstinada pareja de la princesa. Desde un principio, esa chica se reveló como una piedra en su camino, pero nunca imaginó que sería una piedra tan persistente y molesta.

El Demonio de la Radio deambulaba por los pasillos del hotel con una sonrisa pintada en los labios, aunque en su interior la frustración lo carcomía. Nada salía como había planeado; no se suponía que fuera tan complicado.

Su sombra se movía a su lado, mirándolo con reproche y molestia. Alastor rodó los ojos, despreciando su presencia con un gesto de la mano.

— Sé que el panorama no es alentador, compañero, pero es solo cuestión de tiempo —mencionó con apatía, intentando calmar a su sombra.

Sin embargo, la sombra sabía que ni Alastor mismo creía en sus palabras. Se interpuso frente a él con una mirada de furia, creciendo en tamaño. Alastor chasqueó la lengua con irritación, apartando la mirada y continuando su camino.

— Paciencia, la desesperación no nos conducirá a ninguna parte — pronunció Alastor, en un intento por apaciguar a su sombra que insistía en una solución extrema.

— ¿Con quién carajos estás hablando?

El demonio de la radio detuvo sus pasos, una breve expresión de precaución cruzó su mirada. Se esforzó por mantener una sonrisa y movimientos relajados, mientras su sombra desaparecía. Alastor volteó hacia la fuente de la voz, encontrándose con la escena del rey infernal deleitándose con un Chocomilk, luciendo una pijama azul celeste decorada con patos.

¿Ese ser patético era realmente el gobernante de todo?

—  Tu consumo nocturno de cacao y azúcares procesados podría estar alterando tu percepción de la realidad, pues yo no estaba hablando con nadie —replicó el demonio ciervo con una sonrisa serena.

El rey, por supuesto, no lo compró.

— ¿Qué? No, te escuché, estabas diciendo algu—

Una oportuna intervención de la princesa salvó a Alastor de lidiar con el terco rey. Charlie ingresó a la cocina con una mirada de alivio pero preocupación.

— Papá, dijiste que esta noche dormirías temprano. No puedes escaparte así para beber chocolate —reprendió con dulzura, acercándose para llevarse a su padre por los hombros.

Desde que la princesa y el rey se habían reconciliado, la menor de los Morningstar se esforzaba por cuidar la salud física y emocional de su progenitor, quien parecía estar plagado de malos hábitos y conductas autodestructivas.

Lucifer permitió que su hija lo arrastrara hacia la habitación, pero no sin antes lanzar una mirada de soslayo a Alastor, cargada de acusación y desconfianza.

De nuevo en soledad, el demonio ciervo suspiró aliviado. Estaba a punto de retirarse cuando su sombra reapareció, esta vez con una sonrisa entusiasta, señalando hacia el rey infernal que se retiraba.

— ¿El enano? —inquirió Alastor con una ceja alzada.

Su sombra asintió, indicando el anillo matrimonial en la mano del rey. Alastor comprendió de inmediato.

— ¡Ja! No. No estamos tan desesperados. Encontraremos otra solución. No hay necesidad de recurrir a opciones tan desagradables —decretó Alastor con una sonrisa divertida pero molesta. El solo pensamiento de meterse con el insoportable monarca le producía náuseas.

Estaba a punto de alejarse cuando su sombra lo miró de nuevo con una expresión de advertencia y furia. El demonio de la radio suspiró, rodando los ojos.

— Supongo que puedo considerarlo —murmuró con resignación.

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