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Reliquias de la Muerte

Cuando era niña, mi madre me prohibió interactuar con los enfos domésticos. De todos modos, les pinté cuadros en secreto y los vestí para el té. Sus narices largas y su estructura robusta me parecieron divertidas, y me gusta pensar que yo también le he cogido cariño.

Pero estos no. No los que actualmente me liberan y atienden mis hombros magullados. Apenas hablaron, si es que lo hicieron, y nunca captaron mi mirada. A mi lado había un suéter rojo y amarillo, junto con un par de jeans azules. Si no tuviera tanto sueño, habría preguntado d3 dónde los habían sacado.

─El Maetro quiere que te cambies el vestido ─dice uno de ellos, vacilante.

─El Maestro puede irse a la mierda ─escupí, sin querer ni importarme sonar amigable.

─Grandes palabras para alguien que acaba de ser noqueado ─bajo mi mirada turbia, una voz. Una voz tan aterradoramente familiar.

Los elfos domésticos se alejaron corriendo, asustados.

─Por supuestos que eres tú.

Pucey sonrió y apareció en mi vista borrosa desde detrás de una escalera─. Dices eso como si el mundo entero no te estuviera persiguiendo.

─Felicidades, entonces ─mi voz es ronca y me muevo incómodamente─. Tú me encontraste. ¿Cuánto valgo? ¿Doscientos galeones? Demasiado para mi alma de mala calidad. Dime, Pucey, ¿por qué no estoy en mi lecho de muerte?

─Porque estás conmigo ─responde sin comprender.

─Ah, sí. Supongo que es lo mismo.

De hecho, se rió de eso. Me sonó extrañamente ofensivo. Me recordó la promesa que me hice de no volver a verlo nunca más. Su risa maníaca tenía la misma compasión que el niño que alguna vez fue.

Nunca volvería a ser ese chico. Jamás. No desde el momento en que le levanté la manga, hace apenas unos meses. Fue teconfortante para mí saber que mi Adrian Pucey ya no estaba. Si se derramara la sangre de este hombre, sería la muerte de una miserable creación de guerra.

─¿Dónde está Harry?

─Debería preguntarte lo mismo ─se subió las mangas de la camisa, como pidiéndome que le mirara el antebrazo. No me atrevía ni siquiera a mirarlo a la cara.

El suelo era un carámbano que se pegaba a mis piernas desnudas.

─¡Donde dónde está!

─Siempre has sido terca.

─¿Qué se supone que significa eso? ─mi respiración salía en montones desiguales.

Pucey recogió algunas bolsas llenas de grumos y las arrojó sobre el mostrador─. No sé dónde se esconde Potter, y si lo sabes, será mejor que mantengas la boca cerrada.

─No sé dónde está.

Se arrastra alrededor, mirando dentro de cada una de las bolsas.

─Tal vez sea mejor así.

No estoy sangrando. No estoy muerto- creo. ¿No me ha hecho daño, no físicamente, y me está dando consejos de seguridad?

POLAR, harry potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora