Capitulo uno

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MARTA:

Costó años enteros de mi vida convencer a papá de que presentarme ante la junta de la empresa sería lo mejor para el negocio familiar, e incluso cuando estuvo decidido a hacerlo dudó más veces de las que puede ser consciente. No confiaba en mi, la idea que había formado en su cabeza sobre su hija menor fluían a contra corriente, eso lo aterrorizaba más que admitir mis capacidades, y arduamente por eso trató de negarse, por el qué dirían, por quien podía convertirme o en quién podían convertirme otros. Lo peor es que él no era el único, mi tan sola presencia en las oficinas de El Reign incomodaba a los trabajadores cuando me paseaba entre sus diminutos cubículos grises. Podía oírles, a todos, a cada uno de ellos, murmurando, especulando que mi puesto no había sido más que el capricho de la hija del jefe, que sin la posición social de mi familia una mujer jamás hubiese logrado sentarse en una de las butaca de la dirección del periódico. Sabía perfectamente lo que pensaban sobre mi, cada uno de los comentarios que pasaban por sus estrepitosas mentes masculinas. No importaba cuan mayor fuera el esfuerzo, tampoco el incremento en los beneficios ni las campañas publicitarias que resultaron ser un éxito gracias a mi, podría cerrar un trato de medio millón de pesetas y no recibiría nada más que una palmadita en la espalda. Jamás una comisión, un ascenso, o uno solo de los discursos de gratitud que recibía mi hermano a diario.

Tuve tan claro desde el primer instante que logré hacerle entrar en razón que no sería fácil obtener el mismo resultado con los socios de papá como lo fue con el. Temía que insistir tanto terminase sirviendo de nada, que sería lo que terminaría pasando si ninguno me aceptaba en la mesa directiva.

El miércoles de la semana pasada Andrés y papá dieron la segunda rueda de prensa consecutiva del mes. Cada año, El Regin renueva su plantilla ofreciendo a diez inexpertos la oportunidad de trabajar en la empresa como becarios, una formación de verano que escogería a los tres nuevos futuros empleados del periódico, quienes evidentemente siempre serían hombres jóvenes. Andrés era el ojito derecho de papá, pero ante los ojos de mi hermano yo era el suyo, así que cuando se me ocurría alguna magnífica  idea debía hablarlo con él para que el resto de directivos lo aprobase. Tras anunciar la llegada del verano en la imprenta, mi querido hermano anunció a todos los vecinos, empleados, transeúntes y periodistas que las mujeres tendrían la misma oportunidad que los hombres en la empresa. Acudieron más de doscientas personas al encuentro, entre ellas seguramente las primeras futuras becarias de El Regin, y cómo fue idea mía en primera instancia, papá decidió que sería yo quien haría las pruebas a los inscritos, pero antes de eso, debía enfrentarme a Pedro y Francisco, los socios de mi padre.

Estuve sentada en los asientos que habían frente la sala de reuniones más de dos horas, paralizada probablemente por el miedo a resbalar si me incorporaba muy deprisa, o tal vez porque si apartaba la mirada de la pared y decidía a entrar en esa habitación, tendría que enfrentarme a una jauría de machos alfa que bajo ningún termino verían de buen agrado que una mujer compartiese su cargo.
—¡Marta! — escuché. Volteé el rostro lentamente, reconocí su voz inmediatamente. —¿Aún estás aquí? Deben de estar todos esperándote dentro.
Jaime se inclinó para besarme la frente, sus ojos azules se encontraron con los míos con ternura mientras buscaba mis manos con las suyas.
—Los he visto entrar uno a uno, pero no he sido capaz de levantarme de la silla — le dije, sentí como apretaba la palma de mis manos con sus dedos, tratando de aliviar el temblor que recorría todo mi cuerpo. —Si no logro convencer al resto de directivos, mi vida se verá condenada a supervisar plantillas y nunca podré aspirar a nada más.
—Deberías estar tranquila, tus ideas son buenas y ninguno de ellos podrá decir lo contrario mientras los números hablen por si solos.
Suspiré, vencida. Jaime tomó mi mentón con su dedo indice y me obligó a mirarlo fijamente a los ojos.
—¿Vas a apoyarme en esto?
—Por supuesto que si, soy tu prometido ¿No?
Una leve carcajada se escapó de mis labios, y eché un ultimo vistazo a la puerta cerrada antes de levantarme.
—Muy bien, vamos.

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