Capitulo dos

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Marta:


Más de ciento ochenta personas se inscribieron en la imprenta para formarse durante tres meses cómo becarios, pero solo cincuenta podían ser seleccionados para una entrevista presencial, y yo era quien se encargaba de decidir quienes obtendrían su oportunidad, y quienes no. Este año, teníamos como propuesta un cambio innovador para la empresa: ahora las mujeres tenían permitido ser parte de este proceso tanto como cualquier otro hombre. Ello implicaba decidir entre decenas de chicas deseando hacerse un hueco en la industria del periodismo. Escoger no sería tarea fácil.

Un total de cuarenta y siete rostros pasaron por mi oficina durante la tarde. Oí hablar a jóvenes entusiastas sobre sus metas, propósitos, lo que su presencia aportaría a la empresa y lo muy agradecidos que se sentirían de ser escogidos. No obstante, solo unos pocos lo lograrían. De las diecisiete mujeres que fueron requeridas para la entrevista, tres fueron escogidas, mientras que otras tres cancelaron su asistencia minutos antes de empezar. No obtuve mas que excelencia de ellas. La elegancia de cada una hacia resplandecer el despacho. Fue agradable, para variar, estar rodeada de ese cálido ambiente femenino en la imprenta. El resto no fueron más que hombres ambiciosos que, desde luego, pasaron por el aro de permitirse creer superiores a la única mujer que sería su jefa aquí u en cualquier parte. Sin embargo Carmen, Fina y Claudia eran los perfil que necesitábamos, el golpe de aire fresco que cambiaría el estar, convirtiendo la empresa en un lugar mas diverso que ofrece oportunidades a todos. Esa era mi visión de la empresa: un periódico enriquecido por el arte, la sátira, buenos artículos y noticias en exclusiva. A partir de hoy ningún periódico de El Regin saldría a la luz sin antes los directivos obtener mi aprobación, y ello me embriagaba de gozo.

De regreso a casa, me esforcé en memorizar los rostros de cada curriculum que tomé como apto para el puesto, pero solo imágenes borrosas y un montón de sonrisas forzadas venían a mi mente. Solo alcancé a recordar a esas mujeres que, a través de su presencia, dejaron en evidencia sus altas capacidades, competencias y presencias. Entre nosotras, detectar a un hueso fácil de roer era muy sencillo, y en un mundo lleno de hombres que imponen sus dichosas reglas, hacen falta mujeres que no se dobleguen ante ellos.

La casa de la familia se encontraba a unos dos kilómetros de la imprenta. Papá creyó en su momento que mantener el negocio lejos del núcleo familiar serviría para no trasladar los problemas de un sitio a otro. Sin embargo, entre disputas, ni siquiera el patriarca de la familia era capaz de dejar los problemas de la empresa en la oficina.

Gracias al ascenso, pude respirar un poco ante la insistencia de papá en mi obligación como mujer. Andaba nervioso a todas horas, ansioso por celebrar lo antes posible la boda de su única hija con su gran amigo Jaime; Don Damián de La Reina quería un nieto y no dejaría de insistir hasta oírme ceder. Pero, lo que él desconocía enteramente era el pacto que mi prometido y yo mantuvimos vigente desde el primer día que nos conocimos. Jaime era un buen hombre, tenía la virtud de escuchar sin reparo y aconsejar debidamente. Me sentía realmente agradecida por la suerte que la vida me brindó al toparme con él. Un hombre que apoya la doble vida de su futura esposa a cambio de su felicidad no debe marcharse, no cuando una posición tan vulnerable como la mía no podía aspirar a más sin alguien como él. Las personas como yo no tenían cavidad en un retrógrado país como este. España era cerrada de mente, un territorio dominado por el odio, el desprecio, la discriminación... Existir en este mundo con Jaime a mi lado se sentía como un salvavidas que emergía del agua junto a mi, cuando me ahogaba. Siempre sería mi mejor amigo, el único a quien la idea del amor de verdad no le parecía tan escabrosa, a diferencia de otros. Cada uno vivíamos el día a día sin preocuparnos por la intimidad del otro. Por eso, cuando solté las llaves de casa sobre la mesita de la entrada, Jaime no reaccionó.

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