Capítulo 3: Cementerio

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—Gon, ¿y si nos vamos? ¿Y si agarramos todo y nos vamos? —preguntó Darío, que miraba a su amigo meter cosas en la mochila como si estuviera preparándose para la guerra.

—¿A dónde querés ir, Dari? No tenemos un peso y somos menores, ¿hasta dónde pensás que podemos llegar?

—No sé, pero bueno, capaz si...

Gonzalo dejó lo que estaba haciendo y se volteó para observarlo con ojos de hielo:

—No. Ya la escuchaste a Jaz. Además, no nos podemos arriesgar. —Se acercó a Darío, que sostenía sus ganas de llorar por quinta vez en el día, y lo miró por un segundo, en silencio—. No quiero que te pase nada.

Gonzalo apoyó su mano sobre la mejilla fría de Darío y la dejó ahí por un tiempo, dejando que el calor entibiara su rostro. El contacto con él enternecía a Darío, que solo quería arrastrar al rubio hacia su cama y abrazarlo hasta que ambos se quedaran dormidos; pero, para su mala suerte, lo único que Gonzalo tenía para darle eran señales confusas.

—Vamos, no podemos llegar tarde —decretó Gonza, se había puesto incómodo al quitar su mano y notar lo que acababa de hacer, esos impulsos que lo llevaban a darle cariño a su amigo sin saber por qué.

Darío no tuvo otra opción más que asentir y seguirlo fuera de su habitación. Entre morir a manos de Julián, pero con Gonzalo a su lado, o escapar lejos del peligro, pero vivir solo, Darío prefería toda la vida quedarse en compañía de la persona que amaba. Así que no insistió más.

Los chicos se escabulleron de la casa de Gonzalo por una salida lateral, asegurándose de que sus padres no se enteraran de su partida. Mientras pensaran que ellos seguían en la habitación, estaban a salvo. Tomaron el subte que tantas veces habían tomado y se bajaron en la misma estación que cuando iban al Alfonsina Storni. Caminaron por las calles de Buenos Aires y llegaron a la esquina de la dirección que TAI les había dejado, sin mucho diálogo de por medio. Cada vez que tenían un "momento" juntos, luego les tomaba cierto tiempo superar la tensión que habían alimentado.

Esperaron a Jazmín y a Lucas cinco minutos, sentados en las escalinatas de un restaurante cerrado podían ver las sillas apiladas en una esquina. No era tan tarde, pero había oscurecido hacía rato y la mayoría de los transeúntes ya se habían resguardado en sus casas. El cementerio los observaba, oscuro, a unos metros, ambos trataban de evitar mirar en esa dirección. Odiaban cómo los hacía sentir ese lugar. Cuando empezaron a pensar que no irían, la figura de sus dos compañeros los sorprendió: habían ido juntos.

—Hola —dijo Lucas saludando a Darío y Gonzalo con un choque de puños muy breve. Todavía se sentía avergonzado por lo que había hecho esa mañana en la escuela.

Jazmín optó por darles un beso en la mejilla a los dos. Ella, entre los cuatro, sentía que era la que debía hacerse cargo del grupo. Los problemas que estaban atravesando eran evidentes, así que, para tratar de alivianar su carga, volvió a tomar el liderazgo, como lo hizo más temprano:

—Esperemos acá. —Miró la hora, eran casi las diez—. Seguro que Damián está por llegar.

Los chicos le hicieron caso a su compañera y se ocultaron detrás de las paredes corroídas del restaurante. La aventura no los emocionaba ni les resultaba divertida. Por el contrario, lo único que querían era volver a la pequeña normalidad a la que se habían acostumbrado en esos meses de silencio de Julián. Pero ¿a quién iban a engañar? Estaban a punto de meterse en un cementerio, de noche, siguiendo las pistas del asesino que les había arrebatado su adolescencia.

Querían que fuera mentira, que fuera solo una pequeña y estúpida broma, pero cuando vieron a Damián acechar la entrada del cementerio y emprender viaje hacia su interior, los chicos supieron lo mucho que TAI estaba hablando en serio.

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⏰ Última actualización: Jun 23 ⏰

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