2 - Narices Plateadas

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30 de junio, 1984
Buenos aires, Argentina

Llegaba el último día del mes y en eso una gran ola de nostalgia y tristeza interrumpía en la vida de Diana. Había estado en casa, olvidando los ensayos de la banda y fumando mientras miraba al techo escuchando The Smiths y pensando en varias cosas, aunque realmente no sabía la razón de su condición.

Cuando caía la noche empezaba a temblar, su cuerpo empezaba a sentirse incómodo en su propia piel y un miedo, un sentimiento o quizás un presentimiento la atacaba. No podía ni comer.
Podría hasta culpar a la lluvia sobre la ciudad.

Esa noche sería diferente, había sido invitada a una fiesta en casa de Pipo. No lo quería dudar mucho, quería ir por supuesto pero parecía que su cuerpo era más pesado que una roca, clavando toda su piel en aquél sillón gastado. La puerta comenzó a sonar, Diana se tapó la cara con un almohadón negándose a abrir pero al recordar que llovía no tuvo más remedio que levantarse.

Al abrir la puerta se encontró con, la que casi se podría decir que era, su mejor amiga; Hilda.

"Hilda, no voy a ir." Murmuró un poco desanimada Diana, tomando su frente y frunciendo la frente.

"Ni un hola vos, Diana," Trató de bromear Hilda pero se dió cuenta de como estaba su amiga "Vení."

En esto las dos mujeres se envolvieron en un dulce abrazo que demostraba el cariño que se tenían, esto la hizo sentir mucho mejor a Diana.

Hilda era la única persona que la entendía un poco, que la abrazaba cuando se daba cuenta que algo andaba mal. Ella no pedía mucho...solo un poco de contención. Las dos pasaron a la casa pero Diana solo se recostó en el sillón, como antes.

"Contame que pasó, nena." Hilda se sentó al lado de ella, poniendo su mano en el hombro de la otra mujer.

"Tsc, nada...cansada." Suspiró Diana, no podía cargar a la gente con sus problemas. En eso lo pensó, al ver la mirada de Hilda que parecía no creerle. Volvió a pensar en lo de ir a la fiesta de Pipo, para demostrarle a Hilda que se sentía bien de verdad. "Me voy a preparar, quedate acá"

Diana desapareció por la puerta para llegar a su habitación mientras que Hilda miraba sus vinilos. No tardó mucho en ponerse un poco de maquillaje, un vestido y mirarse al espejo para recordarle a su cara que debía lucir feliz o al menos no tan triste. Seguro la pasaba bien, al menos eso quiso creer.

Hilda pagó el remis que las llevó sin problemas hasta la casa de Pipo, mientras que la otra mujer sonreía al ver sus botas salpicar más la calle a cada paso que daba. Le encantaba lo simple, la hacía más feliz que mantenerse en una casa llena de gente.

Las dos entraron, oliendo el cigarrillo que se esparcía por toda la casa y los cuerpos bailando de acá para allá. Llegaron hasta los sillones, donde Diana dejó descansar su cuerpo e Hilda buscaba a los otros amigos.

Se volvió a sentir mal, sintiendo que su pecho se cerraba y que no podía respirar. Nunca había considerado su estado de salud mental, rodeada de tanta gente que la hacía olvidar de eso pero está vez dejó de hacer efecto. Miró a su alrededor, manos debajo de las faldas y besos de amantes alcoholizados no le causaba mucha gracia. Su corazón empezó a latir más fuerte y por primera vez se preguntó qué hacía allá, si la satisfacción ya no podía sentir. Vivía en la ciudad de Anhedonia.

Se paró rápidamente, viajando por todos los lugares de la casa para encontrar el baño y chocando con gente. Se la veía desesperada, temblando. Se le había ocurrido meterse en eso donde jamás pudo, la merca. Encontrándose con Fabi haciendo un saque le tocó el hombro .

"¡Casarino!" Exclamó la mujer eufórica, abrazándola.

"Fabi..." Murmuró ella "Necesito un toque de eso, ¿Te importa?" Fabiana negó, dándole el pase para que pudiera inhalar.

Piano Bar - Charly García Donde viven las historias. Descúbrelo ahora