¿Qué tan triste es la imagen de un niño jugando solo enfrente a una ventana, todos los días, durante años? Con su padre en el ejército y su madre sin salir de la cama, Esteban pasaba los días con un conejo de peluche descosido que había encontrado en un contenedor de basura y que nadie se había gastado en lavarlo. Miraba a través de los cristales sucios hacia la calle y analizaba a cada persona que pasaba para determinar si le gustaría que se lo llevaran o no. En ocasiones los saludaba, pero un día dejó de hacerlo porque todos lo ignoraban. Cuando le daba hambre se dirigía a la cocina y abría los cajones para treparse a la mesada y llegar a la alacena. Luego arrastraba una silla y la colocaba delante del horno para llegar a las hornallas y poner agua a calentar. Se quedaba viendo la olla y una vez que las burbujas aparecían en la superficie, ponía el arroz. Sólo arroz, a veces duro, a veces pasado y pegado, pero siempre arroz.
Creció con el sueño de que alguien lo quisiera más que su familia, de tener una madre que no se encerrara para no verlo porque le recordaba a su padre. Soñaba con ser visto.
De más grande se enteró que su padre no estaba en el ejército, sino que había conseguido hacer una fortuna y los había abandonado. Esteban averiguó su dirección y fue, quería decirle que si se hubiera quedado con él no le hubiera pedido nada, sólo un poco de cariño. Llegó al lugar y le pareció tan ridícula la fuente que tenía en la entrada y la escalinata de piedra hasta una puerta doble de madera blanca, que volvió sin decirle nada, ya se había olvidado del amor, ya no significaba nada. Había comido arroz durante años, jugaba con un peluche lleno de gérmenes y tenía que vivir con una mujer que decía ser su madre tirada en una cama, cuidándola él a ella, mientras que su padre derrochaba dinero en una fuente en lugar de asegurarles una vida un poco más digna.
Se sentó en el banco de una plaza y lloró. No sabía si todos los millonarios eran tan egoístas como su padre, pero de cualquier manera los empezó a odiar. Esa tarde se vació de lágrimas, se llenó de resentimiento y se dijo a sí mismo que de adulto iba a vivir a costa de gente rica, no los iba a perdonar hasta que no lo convirtieran en uno de ellos.
☾
Francisco tenía su mano sobre la de Esteban y trataba de enseñarle como debía dejar caer los dedos sobre el piano.
―Hacelo despacio hasta que controles los movimientos, sino se te resbalan los dedos ―le dijo ―y con menos fuerza, parece que estás golpeando a tu enemigo.
―Bueno, pero ayudame, me cuesta.
Francisco se puso detrás suyo y volvió a agarrarle las manos para bajar sus dedos con suavidad sobre las teclas.
―¿Ves? No es tan difícil.
―No es difícil para vos porque sos un experto ―respondió Esteban, haciéndolo sonreír ―¿qué otras cosas haces?
―Equitación, natación, cricket, un poco de hockey y sé algo de polo.
―¿Jugas al ajedrez?
―Me defiendo ―dijo ―dejame adivinar, es tu deporte favorito.
―Es lo único de lo que estoy seguro que soy mejor que vos.
―¿Me estás desafiando? Puedo conseguir un tablero ya mismo.
―Si querés perder, conseguilo.
Media hora más tarde estaban en la sala, al lado de la chimenea, frente a un tablero de Piero Benzoni que le había conseguido el hombre con el que salía Francisco. Esteban realmente era muy bueno, podía pasar más de quince minutos pensando en jugadas y estrategias. Por el contrario, el rubio se aburría rápido y terminaba por hacer cualquier cosa sólo para sacarse de encima el turno. Por supuesto, lo único que consiguió fue perder.
―Menos mal que no apostamos nada ―le dijo Francisco mientras se estiraba y bostezaba―. ¿Nunca pensaste en dedicarte a esto? Yo creo que podrías ganar muchos torneos.
―Pensé en dedicarme a muchas cosas, pero me gusta la adrenalina de lo que hago, no pienso que tenga que hacer algo más porque no creo que esté mal.
―Sí, entiendo ―dijo Francisco mientras se ponía de pie para irse a su habitación ―y comparto lo que decís.
―Te olvidas el tablero, Fran ―le avisó Esteban.
Él se quedó inmóvil en el primer escalón, era la primera vez en treinta años que alguien lo llamaba así. Se dió cuenta que ni siquiera sabía que su nombre tenía un apodo, y muy en el fondo le gustó que alguien lo descubriera.
―Quedatelo, lo vas a usar más y mejor que yo.
―¿Estás seguro? Es carísimo, lo podés vender por un montón de dólares.
―Sí, ya sé, pero te lo quiero regalar ―por haberme llamado "Fran", quiso agregar.
―Bueno, gracias.
Francisco terminó de subir y se encerró en su habitación, Esteban se quedó enfrente del tablero sin saber cómo interpretar ese gesto. Era difícil reaccionar ante un obsequio cuando nadie le había regalado nada y todo lo que había obtenido era por medio de manipulaciones. Por primera vez una persona le daba algo voluntariamente y nunca se iba a olvidar de eso. Por más que trabajaran solos y que ambos conocieran los riesgos a los que se exponían, se prometió a sí mismo que iba a cuidar a Francisco.
Hay algunos casos en los que las necesidades que tuvieron de niños se pueden suplir de adultos, y cuando alguien usa un apodo, una palabra que no significaba nada comienza a cobrar sentido. Y cuando alguien hace un regalo, el cariño del gesto pesa más que su valor monetario. No iban a sanar ninguna herida con esas nimiedades, pero dos niños invisibles y marginados habían recibido una caricia por primera vez desde que habían nacido, y en el mundo materialista en el que vivían donde paradójicamente nada valía nada, por un instante, eso significó todo.
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cowboy like me; esteban x francisco
FanfictionDos estafadores comienzan a trabajar juntos y terminan por compartir más cosas de las que esperaban al mismo tiempo que descubren sentimientos que no pensaban que existieran en ellos.