trece

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    Francisco miraba el paisaje desde el tren, cuando Esteban, que estaba sentado enfrente, se cambió de asiento a su lado y le dijo:

―Hay un hombre que no deja de mirarte.

―¿Estás celoso?

―La verdad que sí.

   Fran se rió, cerró la puerta corrediza para que el hombre no lo pudiera ver más y corrió las cortinas. Se sentó sobre las piernas de su novio y lo besó. Tenían un viaje bastante largo hasta el pueblo que habían elegido, pero por suerte, tenían golosinas y besos para entretenerse, y lo que se les hubiera hecho eterno si hubieran ido solos, se les pasó muy rápido.

   Esa vez no tuvieron que esperar a que se vaciara el tren antes de bajarse, y si salieron corriendo de la estación fue porque estaban impacientes por conocer su nuevo hogar.

   Habían elegido una casa con muchos ambientes, al lado de un lago y cerca de un bosque, fue lo más parecido a la cabaña que encontraron. Estuvieron toda la tarde acomodando sus cosas y discutiendo si el caballo de madera podía ir en la sala o no. Finalmente, Esteban cedió y dejó que Francisco lo expusiera, si al fin y al cabo, no iban a recibir visitas.

   Una vez que terminaron, miraron alrededor y se sintieron en paz, tenían un hogar y tenían una familia. Pasaron toda la tarde en su nuevo sillón, Esteban leía en voz alta partes de los manuscritos de Oscar Wilde y Francisco escuchaba y hacía comentarios que lo hacían reír. De vez en cuando lo interrumpía para besarlo o se levantaba a preparar café y volvía con él.

―¿Sabés que estaba pensando, Fran?

―¿Vos también querés comer un pancho?

―¿Qué?

―Vivo probando comidas gourmet y hace muchísimos años que no como un pancho, ¿podemos comprar?

―Te iba a decir que quería que fuéramos al centro a recorrer librerías, pero podemos comprar un pancho en el camino.

   El centro tenía cinco cuadras y dos librerías, una de ellas con libros muy antiguos en la que estuvieron más de una hora. En un momento ingresó un matrimonio que se separó para ir a secciones distintas y los observaron, probablemente porque eran nuevos en el pueblo y les llamaban la atención, pero esa era la señal que siempre usaban para iniciar su trabajo. Los dos se miraron y sonrieron, hubiera sido divertido, pero ya no eran esas personas y si querían pertenecer a un sitio, tenían que comportarse. Optaron por saludarlos con la cabeza y luego volvieron a debatir entre ellos qué libros se llevarían.

   Cuando se fueron, Esteban le compró un pancho a Fran y antes de salir del local, un perro sin collar y muy flaco intentó entrar. Una de las empleadas le gritó y agarró una escoba.

―Es nuestro ―dijo Francisco y se acercó a acariciar al animal, que rápidamente le movió la cola y se pegó a él.

   Esteban conocía la historia de vida de su novio y tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no llorar. Salieron del lugar y volvieron a su casa, seguidos por el perro. Ninguno de los dos dijo nada, ambos sabían que desde el momento en que Francisco lo vió, lo iban a adoptar. Le compraron comida, le dieron agua y pusieron unas mantas para que se acostara. Como era la primera noche y estaba un poco asustado, se quedaron con él.

―¿Estás bien, amor? ―Le pregunto Esteban y ante ese apodo, el corazón de Fran se llenó de luz.

―Sí, me dolió verlo porque me llevó a un lugar al que no quiero volver ―dijo ―sé que no lo voy a superar nunca pero aprendí a vivir con eso y sí, estoy bien. Gracias por preguntarme.

   Esteban le acarició la mejilla y pensó que el mundo era un lugar horrible y no por gente como ellos, sino por todos los que habían hecho sufrir a una persona como Fran.

―Hagamos una cosa, cada vez que volvamos a pensar en nuestra infancia, nos vamos a contar un recuerdo lindo, evidentemente va a ser inventado, pero vamos a narrarnos la vida que hubiésemos deseado vivir.

―Bueno, empiezo ―soltó Francisco ―cuando era chico, me llevaron a una juguetería y me compraron un caballo de madera con el que jugué toda mi infancia.

―¿Es ese? ―Le preguntó Esteban, señalando el que le había dado él.

―No, ese me lo regaló mi novio porque sabe lo mucho que me gustó el que tuve de niño ―respondió ―ahora vos.

―A mí, mi mamá me regaló un conejo de peluche que tenía todas las costuras y además estaba limpio.

   Francisco se mordió la lengua y dudó entre contenerse o no. Al final, se levantó y caminó hasta su habitación para volver con una bolsa de regalo.

―Te lo iba a dar para navidad, pero me parece más oportuno que lo abras ahora.

    Esteban tomó la bolsa y sacó un conejo celeste y blanco que era el más hermoso que había visto. Pensaba que ese episodio de su infancia ya no le afectaba tanto y se encontró en medio de un llanto intenso en los brazos de su novio.

―Gracias, Fran ―susurró ―significa mucho para mí.

―No me agradezcas, bebé, quizás si te compraba uno hubiera sido más lindo, pero quise coserlo yo para que sea único y sólo tuyo.

―No, ninguno hubiera sido más lindo.

   Lo dejó sobre el caballo de madera y volvió a abrazar a Francisco. El perro levantó las orejas y se acercó a ellos con un poco de miedo hasta que lo acariciaron y entró en confianza.

―Tenemos que ponerle un nombre ―dijo Fran ―yo creo que se tiene que llamar Wilde.

―Me encanta, y fue el que empezó a unirnos, se lo merece.

   Se quedaron con el nuevo miembro de la familia hasta que se durmió y luego se fueron a su habitación. Esa noche no durmieron, hablaron, se tocaron el pelo, se rieron. Sanaron.

   Estaban construyendo una vida con proyectos a largo plazo, en un hogar que era propio, con un perro y, aunque no fuera legalmente, en sus corazones estaban casados. Todo lo que siempre habían admirado y envidiado de los demás, lo habían encontrado en el vínculo que tenían.

   Mientras la noche se llevaba cualquier resto de tristeza que les quedara dentro, el cielo empezaba a colorear un amanecer que de alguna manera les decía que ya habían conseguido el estilo de vida que buscaban, ahora era momento de que fueran felices juntos.

cowboy like me; esteban x francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora