Uno

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Eijiro Kirishima estaba enojado porque no quería ir al hospital de nuevo, pero tendría que ir porque volvió a enfermarse.

Su madre estaba buscando la misma habitación donde siempre se quedaba, pero al parecer había cambios de planes; aquella habitación se encontraba ocupada.

Un grave error para aquella recepcionista.

A consecuencia de eso, tendría por un buen rato a aquella señora peleando por esa habitación. Eijiro no entendía cuál era el problema, total, solo eran las mismas habitaciones frías y solitarias.

A pesar de tener 6 años entendía muy bien las cosas.

Ya llevaban más de media hora en la recepción y empezaba a aburrirse, se apiadaba de la señorita que atendía a su madre.

¿Cómo la soportaba tanto?

—Madre vámonos a la casa—dijo jalando la blusa de la mayor.

—¡Estoy ocupada Eijiro!—respondió enojada.

El infante soltó la blusa de su madre espantado. No le gustaba cuando se comportaba de esa manera, pero que podía hacer, así era ella.

Desde que sus padres se separaron ella se volvió más insoportable y alcohólica.

La señora Kirishima siguió peleando con la recepcionista hasta que llegó un doctor para calmarla, pero fue en vano porque ahora estaba gritando de más. Todos lo que pasaban por allí los observaban y el menor evadía aquellas miradas.

—De acuerdo—habló el doctor—le asignaré una habitación disponible.

—Ya era hora, no puedo creer que no sepan hacer su trabajo.

El doctor se acercó a la computadora para anotar los datos del infante para instalarlo en aquella habitación, pero la enfermera al ver cuál era quiso protestar.

—Doctor pero—no alcanzó a terminar ya que fue interrumpida.

—Es la única habitación disponible. Si no le damos esa opción, está señora seguirá aquí—susurró para que la madre del infante no lo escuchara.

—Lo estoy escuchando.

—Habitación 76, piso 7—indicó entregándole un papel.

La señora Kirishima le arrebató aquel papel mientras lo miraba, después tomó de la mano a su hijo para irse a aquella habitación, no sin antes fulminarlos con la mirada.

El infante no decía nada, se quedaba callado mientras su madre apretaba el botón 7 para ir directo a aquella habitación. Sentía que su madre le apretaba de más el brazo, pero no se quejó por temor a que lo regañara como siempre.

Cuando el elevador se detuvo sintió su corazón acelerarse, de nuevo su madre lo dejara allí por muchos días. Odiaba ser un niño con defensas bajas, si tan solo su salud estuviera bien estaría jugando con sus compañeros de la escuela, pero aquellas vacaciones las pasaría encerrado en una habitación fría junto a otro niño u otra niña.

Su madre lo jalo para llegar y al abrir la puerta de golpe, un niño rubio quien se encontraba mirando hacia la venta se giró para verlos. Su rostro mostró miedo.

Pues como no.

¿Quien llegaría abriendo la puerta de esa manera?

Aunque sabía que su madre solo lo hacía porque se encontraba molesta.

—Bien—lo siguió jalando hasta llegar a la cama y sentarlo—ya sabes cómo funciona esto. Te quedarás aquí hasta que el médico me diga que ya te encuentras mejor—acariciaba su cabeza—vendré a visitarte, así que no tengas miedo.

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