Capítulo 2: Enorme corazón

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El aula estaba envuelta en un silencio que casi se podía percibir de manera precisa, un sosiego que reposaba sobre los pupitres alineados

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El aula estaba envuelta en un silencio que casi se podía percibir de manera precisa, un sosiego que reposaba sobre los pupitres alineados. Los alumnos se mantenían atentos a la firme lección del profesor, quien se erguía frente a la pizarra, dejando que las palabras fluyeran sin obstáculos.

En aquellas cuatro paredes, el único sonido que osaba quebrar el mutismo era el susurro inquietante de Akuna. Su voz, cargada de malicia, dejaba escapar frases que Nika apenas comenzaba a entender, sentada cerca, alcanzó a escuchar los crueles murmullos que la tenían como blanco. ¿Acaso estaba tramando algo en su contra? Solo deseaba, por una vez, la dejaran en paz. No tenía fuerzas para soportar otra ofensa de aquellas chicas que, con su constante hostigamiento, le robaban el aliento y la tranquilidad.

Tras concluir las tres sesiones agotadoras, Nika, sintiendo el peso del cansancio, se dispuso a levantarse. Fue entonces cuando Akuna se aproximó, con lo que parecían ser unas tijeras brillando en su mano.

— Ese pantalón te queda muy bien, Gaijin. — señaló Akuna con una ironía mordaz en su voz. — Pero creemos que te quedaría mucho mejor con un pequeño arreglo.

El sonido metálico de las tijeras abriéndose y cerrándose era una amenaza silenciosa que no necesitaba palabras para transmitir su malicia, y Nika lo sabía. En un desesperado intento por huir, se vio frenada por unas manos que atraparon su largo cabello negro, estampándola contra la fría superficie del pupitre con un movimiento brusco. Una grotesca sonrisa se dibujó en los labios de Akuna, quien, sin apartar la mirada del pantalón de su víctima indefensa, acercó el frío metal de las hojas afiladas, que cortaban el aire con un susurro agudo y ominoso.

— ¡No, por favor! — suplicaba Nika entre lágrimas, con la voz quebrada por el miedo.

— ¡Dejarla en paz! — la voz de Urabe, cortó por un instante el sufrimiento de Nika.

— ¡No te metas Urabe! — advirtió Akuna, utilizando las tijeras para señalarlo con un gesto amenazador. — Porque si te atreves, te juro que cortaré tu cabello.

Urabe se quedó paralizado con una mueca de angustia reflejado en su rostro. Nika, con los ojos inyectados en un miedo intenso, observó la cobarde reacción en la única persona en quien confiaba, y sintió cómo la decepción la envolvía. Era un dolor familiar el verlo quedarse impotente, incapaz de actuar en su defensa. Las únicas buenas acciones de Urabe, eran las mismas de siempre.

Akuna no titubeó en llevar a cabo su cruel hazaña, cortando el pantalón de Nika por detrás y exponiendo la prenda interior de la joven ante la mirada burlona de sus compañeros. Su llanto, desgarrador y desesperado, se perdía entre las risas hirientes que resonaban en el aula. Ese momento representaba la cúspide de la humillación para Nika, la peor afrenta que había soportado en los cuatro largos años que llevaba asistiendo a esa escuela.

Con el retiro de los compañeros, las risas se desvanecieron lentamente, dejando un eco de vacío en el aula. Nika, ahora sola, sintió un lamento doloroso escapar de sus labios, envolviendo la sala en un aura de tristeza y desolación. Se enfrentaba a la angustiante incertidumbre de cómo salir de esa situación sin convertirse en el blanco continuo de las burlas y murmullos de los estudiantes en ese colegio que parecía más un infernal laberinto de crueldad que un lugar de aprendizaje y crecimiento.

Nika Marsa: Resplandor en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora