Gustabo García y el desequilibrado amigo que residía en su cabeza como uno más, no tenían los mejores recuerdos en el hospital, muchos de ellos no eran algo dignos de recordar. Pero Pogo no podía obviar la sensación negativa que recorrió toda su espina dorsal, provocando que se sintiera incómodo de estar ahí, situación que no fue ignorada por el Comisario, de todas formas, aquel bufón demente que ahora era quien llevaba total control del accionar del joven Subcomisario, debía pretender adecuadamente que no se encontraba ni un poco perturbado de encontrarse allí.
Después de ingresar al hospital, fueron guiados por una enfermera luego de haber pasado por la recepción, la misma les pidió esperar un momento en lo que llegaba el doctor, dejándolos solos en la amplia habitación de urgencias donde había más de una camilla desocupada.
— Son muy lentos, ya podrías haberte desangrado —se quejó el más joven, comenzando a dar vueltas en la habitación en lo que el pelinegro tomaba asiento en la orilla de la camilla más cercana a él. Todo allí le provocaba ganas de vomitar, desde el suelo pulcro hasta el color brillante de las paredes, luciendo tan pordioseras y sin clase, el triste arlequín no estaba logrando contener del todo su desagrado.
— Tuvimos que haber ido con Samuel —le sonrió al menor, guiando su mano derecha al hombro herido por acto reflejo. Pogo llegó a su lado, mirándolo con preocupación fingida, y sin decir nada, comenzó a desabrochar el chaleco antibalas de su superior, retirándoselo con cuidado de no mover mucho su brazo izquierdo. No se mentiría a sí mismo, le gustaba mucho aquel gesto de dolor en el rostro del pelinegro, le resultaba muy atractivo, y el ligero aroma a sangre mezclada con su delicioso perfume lo estaba volviendo loco.
Freddy mantuvo la vista fija en el rostro del menor, no sabiendo exactamente qué pensar en ese momento, el que quisiera ayudarlo tanto era algo extraño de presenciar, sin embargo, ambos nunca habían tenido un mal trato entre ellos, por lo que tampoco era demasiado raro recibir la ayuda del Subcomisario. Tenían una amistad no definida. El azabache se sentó de buena forma en la camilla cuando sintió los dedos del ojiazul en su cuello, comenzando a desabotonar su camisa con cuidado y tranquilidad, asistiéndolo para quitarle la prenda por completo. Varios de los tatuajes del Comisario quedaron a la vista del rubio, muchos que este desconocía y estaba fascinado de capturar en su memoria por primera vez. No pretendió tener disimulo al observarlo, permitió que su mirada recorriera el pecho y torso del contrario sin miramiento alguno, acción que no fue pasada por alto por el Comisario. Era un hecho que el opuesto se lo estaba comiendo con aquellos ojos suyos y no tenía la menor intención de ocultarlo. No obstante, en el momento en que Freddy quiso decir algo al respecto, el doctor que lo iba a atender cruzó por el umbral de la puerta, seguido por la enfermera de hace unos minutos, quien arrastraba un pequeño carro con todos los implementos necesarios para atender al policía herido.
— Iré a traerte otra camisa, creo que tengo alguna en Comisaría —anunció Pogo, acercándose a la puerta. Una parte de sí quería quedarse y presenciar cómo era atendido su superior, pero la otra no estaba aguantando un segundo más en aquel horrible lugar.
— Puedes sacar una de mi casillero —pidió el opuesto, dirigiéndole una última mirada antes que el menor desapareciera de su visual después de asentir con rapidez.
Para la suerte de Freddy, la bala sí había logrado atravesar y no había necesidad de retirar nada, por lo que el proceso de curación fue mucho más expedito, únicamente cerraron su herida después de desinfectarla adecuadamente, cubriéndolo finalmente con un vendaje que pasaba por su pecho y hombro izquierdo.
El Comisario de Los Santos necesitaba un momento con urgencia, uno para sentarse y pensar todo lo que había sucedido a lo largo del día. Había muchas cosas que no estaba entendiendo del todo y eso lo molestaba de sobremanera, y todavía no había tenido la oportunidad para encontrarse solo y poder darse el tiempo necesario para analizar la situación como se merecía. El estar en el hospital se le hacía también una pérdida de tiempo, cuando podría haber estado en otro lugar resolviendo sus dudas. Empezaba a irritarse.