𝐃𝐄𝐂𝐋𝐀𝐑𝐀𝐂𝐈𝐎́𝐍 𝐃𝐄 𝐆𝐔𝐄𝐑𝐑𝐀

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La noche caía sobre las bulliciosas calles de Nueva York cuando Domenico Falcone, con una mirada fría y decidida, supervisaba personalmente el sabotaje de una operación clave de los Rinaldi. 

El oscuro callejón donde se encontraban estaba impregnado de tensión mientras los hombres de Domenico trabajaban con precisión, desactivando dispositivos y neutralizando a los guardias que protegían el almacén de los Rinaldi. Cada movimiento era calculado, cada acción ejecutada con una eficiencia implacable.

Mientras tanto, en la oscuridad de su elegante despacho, Christella Rinaldi recibió la noticia del golpe devastador contra su familia. Su rostro, normalmente imperturbable, se endureció con furia contenida, pero mantuvo el autocontrol que tan solo pudo ser percibido en sus puños apretados sobre el escritorio caoba. Sabía que este acto de traición no podía quedar sin respuesta, y estaba decidida a hacer pagar a Domenico.

Con un suspiro pesado que resonó en el silencio opresivo de su despacho, la morena se levantó de su silla de cuero, sus tacones resonaron contra el suelo de mármol en un eco que parecía anunciar el inicio de una batalla. Sus ojos azules, normalmente serenos y calculadores, ahora estaban llenos de una determinación feroz y una rabia apenas contenida.

—Ha llegado el momento de actuar— Declaró Christella, con un tono de voz que resonaba con autoridad—. Domenico ha cruzado una línea que no puede quedar sin respuesta. Reunid a los hombres. Tenemos trabajo que hacer.

Sus hombres, reunidos en torno a la imponente mesa de conferencias, asintieron con seriedad ante las palabras de su líder. Cada uno de ellos, desde los leales capitanes de su guardia personal hasta los hábiles estrategas de su red de inteligencia, estaba listo para cumplir con su deber y proteger los intereses de la familia Rinaldi.

—¿Cuál es el plan, jefa? —Preguntó Marco, su lugarteniente de confianza, con una mirada intensa y decidida en sus ojos oscuros.

Christella cruzó los brazos sobre su pecho, mientras que su mirada escudriñó cada rostro en la habitación con una intensidad penetrante.

—Sabemos que Domenico ha desafiado alguna vez nuestra autoridad, pero esta vez es personal, y no quiero que salga impune— Comenzó. Sus palabras estaban cargadas de un fervoroso deseo de venganza—. Nuestra respuesta debe ser rápida, precisa y devastadora. Moveremos cielo y tierra hasta que hayamos recuperado lo que nos pertenece. De Domenico me ocupo yo, esto se ha vuelto personal.

Sus hombres asintieron en señal de acuerdo, listos para seguir las órdenes de su líder sin vacilar.

—Cada uno de vosotros tiene una tarea específica —Continuó Christella con autoridad—. Marco, quiero que organices a nuestros hombres y asegures que estén listos para el combate —El hombre asintió y se marchó sin dudar—. Alicia, tú y tu equipo os encargaréis de recopilar toda la información posible sobre los movimientos de los Falcone —Se dirigió esta vez a su hacker—. Necesitamos saber dónde y cuándo golpear para asegurarnos de que no escapen. Incluso si pudieras encontrar movimientos sospechosos en alguna cuenta. Cualquier cosa será útil —Le guiñó un ojo para transmitirle la confianza que tenía sobre ella.

—Y tú, Luca —Añadió dirigiéndose a su hermano menor con una mirada significativa—. Tengo una tarea especial para ti. Quiero que te asegures de que nuestros hombres estén bien protegidos y de que nada interfiera en nuestra misión. Eres mi ojo derecho en este asunto.

Mientras tanto, Domenico, satisfecho con el éxito de su operación, regresaba a su lujoso apartamento en el corazón de la ciudad. Sin embargo, la satisfacción pronto se vio eclipsada por una sensación de inquietud. Sabía que había despertado la ira de los Rinaldi, y no subestimaba la capacidad Christella para responder con fuerza.

Sin embargo, aquellos pensamientos no le impidieron sentarse en el sofá de su salón, contemplando las bellas vistas que el gran ventanal de cristal le otorgaba desde la décimo cuarta planta. Su tranquilidad se vio perturbada por un fuerte crujido proveniente de la cocina, la cual comunicaba de manera abierta con el salón. Tan solo tuvo que levantarse y asomarse unos pocos metros para descubrir una figura femenina sentada en la isla de mármol. Este encendió la luz, y con ella sus sospechas se esclarecieron.

—Ups, ¿te he asustado? —Preguntó Christella con notable ironía. La mirada del empresario primero cayó en ella, y luego en el vaso de cristal hecho añicos a su lado—. Soy un poco torpe, perdona —Continuó ella vacilando mientras se levantaba y caminaba despacio hacia él. Una vez lo tuvo enfrente, le robó el vaso del que estaba bebiendo y probó el contenido ella, devolviéndoselo con una mueca de desagrado—. Si se te dieran tan bien sabotear mis planes como el gusto por el whisky podríamos llevarnos hasta bien.

La joven paseó por el apartamento a sus anchas mientras que el silencio de Domenico hacía más ruido del que le gustaría. No había protestado todavía, no había dicho absolutamente nada al respecto. Tan solo dejó el vaso a un lado y fue directo a por ella, agarrándola de la muñeca para darle la vuelta.

—¿Cómo has entrado? Tengo seguridad camuflada por todo el edificio, cámara y alarma.

—Sh... —Todavía con aire chulesco, le puso el dedo índice en los labios—. Tampoco hace falta que me cuentes todos tus secretos, sino la próxima vez será todavía más fácil.

Con una sonrisa, Christella volvió a caminar a su antojo hasta que se sentó en el sofá y le dedicó una mirada desafiante.

—¿Qué quieres? —Preguntó con pesadez Domenico.

—¿Qué pasa? ¿No te alegras de que una amiga te visite? —Fingió indignación con el ceño fruncido, y se levantó de nuevo para quedarse frente a frente—. ¿O tienes miedo porque sabes que la has cagado?

Domenico se tensó notablemente y apretó la mandíbula, lo cual hizo reír de nuevo a la morena. Los ojos azules de ella brillaban triunfales, mientras que los grises de él parecían oscurecerse cada vez más.

—No sé de qué hablas —Respondió tajante él. A lo que ella soltó una exagerada carcajada y se alejó dando una vuelta.

—¡Claro que no! Tú nunca sabes nada —Bramó enfadada—. ¿Te crees que soy estúpida, cariño? No tienes ni idea de lo que has hecho. He podido aguantar tus tonterías y tus intentos de sabotaje años. Pero ya has acabado con mi paciencia, Falcone. Y ahora vas a conocer al verdadero enemigo. Porque Dom, has ganado una batalla, no la guerra —Se dirigió al ascensor para marcharse, pero antes de que llegara a la planta, se giró para dirigirse a él una última vez—. Cuídate las espaldas, Dom. Te va a hacer falta.

Antes de entrar en el ascensor, saludó a la cámara que Domenico tenía camuflada. Sabía que en la sala de vigilancia, el supuesto equipo que se encargaba de la seguridad, estaban maniatados y con una cinta en la boca que les impedía reaccionar o hablar.

—Buenas noches —Y tras lanzarle un beso, la puerta se cerró, dejando a Domenico apretando los puños con rabia. No iba a quedar así.

Ese era solo el principio, le había declarado la guerra.

Ese era solo el principio, le había declarado la guerra

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El Límite Del DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora