Primer acercamiento

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El cantar de las aves despertó a Amanda, muy temprano la mañana siguiente de su llegada al convento, miró a su alrededor, divisando toda la estancia, no había sido un sueño, estaba en el convento, se sentó y estiró y después de un largo bostezo miró a un lado — Buenos días Elena... — la cama de Elena estaba vacía y ya ordenada, con su camisón blanco perfectamente doblado sobre los pies. No fue hasta unos instantes después, que recordó lo que había sucedido la noche anterior, el torso desnudo de Elena invadía sus pensamientos y esas palabras "en un futuro siéntete libre de mirarme si así lo deseas, hermana Amanda..." Hacían mucho ruido aún en sus oídos, aunque no tenía un espejo frente a ella, el calor de su rostro le indicaba que estaba sonrojada, puso ambas manos sobre su cara y después de sacudirla un poco, respiró profundamente y se puso en pié, miró el reloj de la pared y aún era muy temprano, faltaba mucho para el primer rezo y aún más para el desayuno, Amanda se cambió de ropa y al igual que su compañera de cuarto, tendió su cama y dejó perfectamente doblado sobre los pies su camisón, tomó sus toallas y se dirigió a las duchas, tal y como acostumbraba desde siempre, cuando entró notó algo que el día anterior no había visto, cada ducha estaba separada en dos partes, por un lado un mini vestidor, similar a un probador de ropa y pegado a el una ducha individual, se dispuso a ingresar a una de las duchas con sus cosas, cuando se percató que la última ducha estaba funcionando, "hay otra hermana dándose un baño" pensó — muy buenos días hermana — dijo en voz alta y tono gentil luego de aclarar su garganta — ¿Amanda? — escuchó desde la ducha para luego ver la cabeza de Elena asomando por la cortina — ¿Que haces tan temprano despierta? Aún falta mucho para el primer rezo, ¿tienes cosas que hacer? — Amanda se ruborizó al darse cuenta de quién era la que  estaba en la ducha, por un segundo ciertos pensamientos invadieron su mente, pero de inmediato recuperó la compostura — solo quería estar ya lista y aseada, al despertar noté que no estabas en la habitación, así que decidí iniciar mi día también, ¿Que hay de ti? — me gusta madrugar, así tengo más tiempo para mí sola, además, me gustan las duchas largas, cuando las demás se levantan están todas apuradas por usar los aseos, así que vengo aquí temprano y relajada — decía Elena sonriendo mientras le escurría shampoo por el rostro — Amanda se acercó a la ducha de Elena — hermana Elena, ¿podríamos hablar sobre algo? — soy toda oídos — ¿Que fue todo eso de anoche? — Elena la miraba con los ojos bien abiertos mientras parecía seguir lavando su cuerpo tras la cortina — ¿Que cosa de anoche? — ya sabes Elena por Dios, lo que me dijiste, que fue eso de mirarte si lo deseo, eso fue muy fuera de lugar — Elena se largó a reír, para luego decir en voz baja — ¿no será acaso que tuviste un sueño húmedo conmigo Amanda? Vaya que atrevida eres, no esperaba eso de ti — ¡No te burles de mi Elena! Vengo aquí a... — Amanda no pudo terminar de pronunciar su oración cuando un chorro de agua le llegó directo en la boca — no me levantes la voz, odio eso, no se de que hablas, no puedo controlar tus deseos reprimidos mujer, ahora déjame terminar de ducharme y te sugiero que hagas lo mismo — Elena cerró la cortina y continuó en lo suyo, mientras Amanda estaba allí de pié, en silencio, con su rostro empapado y muy sorprendida del cambio repentino de Elena, de pasar de un tono juguetón y coqueto, a un tono serio y seco sin si quiera dejarla terminar de hablar.

Al cabo de unas horas Amanda se encontraba sentada en el patio central, mirando al cielo, con una biblia entre sus manos, por más que quería centrarse en su lectura diaria, no podía, su propia mente le jugaba en contra, estaba segura de que Elena le había coqueteado descaradamente la noche anterior, pero la frialdad de la respuesta de la rubia muchacha y la seguridad con la que la trató de tener deseos reprimidos, la hacían dudar de ella misma, ¿Acaso lo había soñado? Era la pregunta que más se repetía una y otra vez. Después de un largo y profundo suspiro, Amanda se puso de pié con decisión dispuesta a buscar a Elena y aclarar las cosas, cerró su biblia y salió a caminar por el convento, fue a los baños y allí no estaba, luego a las duchas, tampoco, en el comedor no había ni un alma, en la capilla otras hermanas se encontraban rezando, pero no veía ningún velo de novicia, fue a los patios traseros y nada, volvió a su habitación para ver si estaba allí, pero no había rastro ni de que hubiera vuelto allí en el día, aprovechó la oportunidad para guardar su biblia y seguir buscando; no fue hasta mucho rato más tarde, que recordó el cuarto de lavado bajando la escalera al lado de los baños, se dirigió a paso rápido hasta dar con las viejas y ruidosas escaleras, cuando bajó pudo ver en el mesón frente a las lavadoras, la pequeña figura de Elena, con la cabeza abajo leyendo algo — ¡Elena! — gritó con un tono agotado y jadeante, Elena se volteó a mirarla, traía unos pequeños anteojos redondos que hacían mucho contraste en comparación a sus enormes ojos, se los quitó y los dejó sobre el mesón junto a un libro — ¿siempre eres así de ruidosa o te emociona verme? — solo quería hablar contigo y no podría encontrarte por ningún lugar, recorrí todo el convento — decía Amanda mientras intentaba recuperar el aliento con una mano sobre su pecho — no es como que me vaya a ir muy lejos para que tengas que correr por todos lados para buscarme, te oigo — Elena se puso de pié frente a ella mirándola desde abajo, Amanda no decía nada, estaba perdida en los ojos de Elena, esta abrió hasta no poder más su ojo azul, cerrando el negro hasta casi no verse, elevando su ceja e inclinando su cabeza, en un gesto muy exagerado para luego chispear sus dedos — tierra a Amanda, responda Amanda — no estoy loca... — está bien Amanda no estás loca, ¿eso era todo? — Amanda se paró erguida frente a Elena y mirándola hacia abajo la tomó por sus hombros — no estoy loca, se que tú anoche, antes de dormir, cuando te cambiabas de ropa, te me insinuaste, no puedo estar tan equivocada — ¿Y que pasa si lo estás? Eres una mujer joven Amanda por dios, tienes apenas 18 años, hay libido en tu cuerpo, por mucho que seas una mujer santa, eres humana, ahora por favor podrías soltar mis hombros, tienes demasiada fuerza, sinceramente creí que ibas a besarme y yo no podría hacer mucho para detenerte — me vuelves a coquetear, esto tiene que parar Elena, somos monjas, no estamos aquí para coquetear — estás doblemente equivocada, no somos monjas, somos novicias y no te estoy coqueteando, solo digo mis pensamientos, ayer traté de romper el hielo contigo y tú fuiste seria, distante y fría, no sé que intentas ahora buscándome todo el día, gritándome, tomándome de los hombros, subiendo la voz, está bien no estás loca, si yo te coquetee, si Amanda, me viste los pechos, ahora por favor, si no tienes nada más que decirme, ve a hacer algo bueno y te confiesas o algo para sentirte fuera de pecado — Amanda soltó a la pequeña chica y dió un paso atrás, sus ojos se llenaron de lágrimas, el color verde de estos parecía hacerse más intenso mientras se iba enrojeciendo su esclerótica — yo de verdad por un momento pensé, que todo estaba en mi mente, me hiciste créeme loca — yo no hice nada, tú llegaste a esa conclusión sola, además, no intentes hacerte la víctima, se que la madre Miranda te pidió que me vigilaras — Amanda se cubrió la boca y miraba sin decir una palabra o emitir un sonido, sus ojos saltaban del ojo azul de Elena y luego al negro, una y otra vez, no sabía que decir, mentir no era parte de ella, así que no tenía otro remedio — es verdad, madre Miranda me pidió vigilar de ti, me dijo que eras algo rebelde y yo pensé que eras mi misión, la misión que Dios me dió al venir aquí, guiarte — Elena lanzó una risa fingida y burlesca — ¿Guiarme? Yo no necesito guías, necesito paz, dime, ¿me darás paz o vives para la guerra? — Elena por favor, no digas esas cosas, vivimos al servicio de Dios, no para la guerra — veo que no has leído sobre los templarios, da igual pelirroja, escúchame bien ¿Eres mi amiga o eres mi enemiga? — Amanda juntó tímidamente sus manos frente a su pecho y dijo con un hilo de voz — soy tu amiga — Elena tomó con una mano el rostro de Amanda, presionando sus mejillas fuertemente con sus dedos índice y pulgar — entonces esto será un pacto de hermanas, empezaremos de cero y espero que está vez, las cosas sean diferentes, ¿Estás de acuerdo? — Amanda asentía con la cabeza mientras hacía "ujum ujum", cuando Elena la soltó tenía sus dedos marcados en su rostro, comenzó a sobar sus mejillas para alivianar un poco el dolor. La pequeña muchacha dió media vuelta, tomó su libro y subió las escaleras sin decir nada más.

El fruto prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora