Me encontraba sentado en mi oficina, el sol comenzaba a caer lentamente tras los edificios que se alzaban como sombras en el horizonte. Mis ojos, cansados tras un día ajetreado entre la universidad y el trabajo, luchaban por mantenerse abiertos. Contaba los minutos para escapar hacia mi puente favorito, ese refugio a orillas de la ciudad que ofrecía una vista maravillosa, donde la brisa suave te abrazaba como si estuvieras en un paraíso secreto.
De repente, unos suaves toques en mi puerta me sacaron de mi ensoñación. Era Marco, mi nuevo compañero de trabajo, con una sonrisa deslumbrante y una caja de frutillas picadas, mi fruta favorita.
"¿Te gustaría probarlas?" preguntó, mientras dejaba la caja sobre mi escritorio. Sabía lo que hacía; cada palabra que salía de su boca parecía diseñada para hacerme sentir especial, deseada. ¿Era eso malo? Claro, tenía pareja, y no era correcto dejar que esto continuara. Pero, en el fondo, anhelaba ese cosquilleo de ser deseada, amada, cuidada, una sensación que parecía haberse desvanecido en la rutina monótona de mis días.
Marco tomó asiento, y la conversación fluyó con una naturalidad sorprendente. Apenas llevaba unas semanas en la oficina, pero ya había dejado su huella. Todos nos sorprendimos por su inteligencia y curiosidad insaciable, a pesar de no tener ningún título académico. Era el tipo de persona que absorbía conocimiento como una esponja, y conmigo, todo se sentía fácil y ligero. Desde el primer día, sentí una conexión que no podía ignorar.
"¿Qué piensas del amor?" preguntó de repente, sus ojos chispeando de curiosidad. Así comenzó nuestra larga charla sobre Dante Alighieri y su visión del amor. La pregunta flotaba en el aire: ¿Qué es el amor en su esencia más pura? Para mí, el amor era la pertenencia a una persona, sentir que esa persona era mi hogar, mi lugar seguro. Marco, en cambio, creía en un amor incondicional, como el que describía Dante: un amor que simplemente es, sin condiciones ni ataduras, un hermoso caos sin drama.
A medida que profundizábamos en nuestra discusión, la admiración que sentíamos por Dante se hacía palpable. Era un gigante de la literatura, un maestro que había dejado una marca indeleble en la historia, y en medio de nuestra conversación, me sentí transportada a su época, como si sus palabras pudieran tejer un puente entre nosotros y el pasado.
La conversación continuó, pero mi mente divagaba. Mientras hablaba con Marco, la monotonía de mi vida se desvanecía, reemplazada por una chispa de entusiasmo. En ese pequeño rincón del mundo, entre frutillas y palabras, empecé a cuestionar lo que realmente significaba el amor y si, tal vez, había algo más que debía explorar.