Después del enfrentamiento con el sheriff Jake en México que resultó en la muerte de su hijo, Silva estaba desolado y sin rumbo, recorrió una serie de tabernas de mala muerte con la intención de olvidar, pero el sabor amargo entre la ira y el arrepentimiento persistía en su garganta.
En una de esas sesiones de auto complacencia observó como un individuo ataviado con sombrero y botas sucias de trabajo lo miraba desde el final de la barra. El hombre era muy delgado, demasiado para su constitución y las bolsas bajo sus ojos indicaban la convalecencia de una enfermedad reciente. A pesar de ello su mirada azul e inteligente pero tortuosa le conferían una belleza poco frecuente. Silva le devolvió la mirada acompañando con un gesto lo más amistoso posible, ante lo cual le hombre bajó la cabeza con timidez.
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Cuando la tarde se estaba convirtiendo en noche cerrada los dos hombres se aferraban al otro como si soltarse supusiera perderse a si mismos. Saborearon la nota de licor que persistía en los labios del contrario, Silva sostuvo a su compañero por la nuca acariciando los mechones andrajosos que encontró mientras la otra arrugaba la camisa varias tallas más grande en un puño. Entonces sonrió.
-Sabes, aún no me has dicho tu nombre (la frase quedó culminada en un gemido).
El hombre de mirada gélida apoyó la frente contra la suya en un siseo entre dientes y respondió.
-Soy, P...Phil, Phil burbank.
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