La Travesía de Tres Almas en la Guerra Civil

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Recuerdo esa noche como si fuera ayer. No me traía ningún recuerdo agradable, y por más que quisiera olvidarla, jamás lo haría. Recuerdo lo fría que era y cómo los edificios rotos no me brindaban ningún consuelo. Esa noche había salido a buscar comida; teníamos hambre y sed, y aunque salir era una sentencia de muerte, no podía quedarme sentado esperando que todo pasara. Decidí ir al supermercado de dos pisos, esperando con algo de suerte encontrar algo de alimento. Necesitábamos lo que fuera; no teníamos nada.

Del edificio salía una pequeña llama del segundo piso. Dudaba que fuera alguien, así que, armándome de valor, decidí entrar, esquivando los escombros. Una vez dentro, todo estaba oscuro; era obvio que el centro comercial estaba destruido. Era un milagro que estuviera aún en pie. Decidí ir directamente al segundo piso. Había un agujero en el techo que permitía la entrada de la luz de la luna.

Cuando estaba a medio camino, escuché unas voces, dos para ser exactos.

—Un nombre muy bonito para una cara muy bonita —dijo una de las voces.

Decidí no darle demasiada importancia. No podía permitirme perder tiempo; era gente que probablemente buscaba lo mismo que yo, lo que significaba que tenía que andar con sigilo y estar listo para cualquier imprevisto. Poco tiempo después, mientras rebuscaba y las otras personas hablaban, escuché un grito.

—¡Tú te vas conmigo! —seguido de un golpe y el quejido de una mujer—. Camina o te disparo, perra.

Luego, escuché pasos alejándose de donde yo estaba. Ahora una pregunta carcomía mi cabeza: ¿debería haber hecho algo? Sabía que no tenía nada para defenderme y ayudar, pero, ¿hacer oídos sordos era mejor? ¿Habría podido hacer algo?

Afortunadamente, en mi búsqueda encontré unas latas de comida y cinta. No era mucho, pero era algo. Cuando me dirigí al otro lado del supermercado, la escuché. Sus sollozos eran apenas audibles. Estaba encerrada. Quien fuera que la había encerrado no estaba cerca. Intenté ayudar, pero fue en vano; no tenía herramientas. Simplemente no podía hacer nada, era muy tarde para hacer algo.

Cuando estalló la guerra civil, la gente creía que duraría un par de semanas, pero los militares del gobierno tardaron años en rodear la ciudad. La gente sufría bombardeos constantes, sin mencionar el hambre y las enfermedades.

Éramos tres personas buscando consuelo el uno en el otro: Bruno, que tenía su programa de cocina; Katia, que era reportera; y yo, Pavle, que era la estrella del equipo de fútbol local. Pero nada de eso importaba ahora, solo teníamos que sobrevivir. Nuestro refugio era un desastre, pero era un refugio al fin y al cabo. Lo primero que hicimos fue quitar los escombros para acceder a otras partes de la casa. Katia logró construir una cama y una mesa de trabajo para manejar mejor las herramientas, mientras que Bruno y yo seguíamos buscando entre los escombros. Bruno estaba un poco enfermo; no sabía qué tenía, pero sabía que le daría una mala pasada pronto si no hacíamos algo al respecto.

Antes de que nos diéramos cuenta, cayó la noche. Teníamos que repartirnos las tareas: Bruno descansaría para intentar mejorar su condición, Katia se quedaría vigilándolo y yo saldría a buscar recursos a una casa cercana. Con sigilo, logré entrar a la casa. No parecía haber nadie. En el segundo piso encontré una nota que decía: "El primer día nos robaron, dos días después mataron a nuestras hijas. Les disparé a todos, pero no quiero volver a usar el arma: está rota y enterrada en el jardín de atrás". Lo siguiente estaba escrito como si la persona llorara y tuviera temblores: "Si lees esto, no me busques". ¿Dónde estará ahora esa persona? ¿Estará viva siquiera? No podía perder tiempo en esto; tenía que procurar el bienestar de mis compañeros. Sin embargo, era difícil no pensar en eso al ver juguetes regados por todas partes.

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