o. maldecir

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El fingir ser otra persona, incluyendo tener su misma aspecto de pies a cabeza, debía de ser difícil. Pero no para alguien que sabía que aquella persona no había tenido amigos ni conocidos como para que luego dijeran: «Estás rara», sólo por actuar diferente.

Y yo lo sabía.

Evangeline Lewis no tenía amigos, ni familia, ni a alguien que le importara mucho como para que yo tuviera complicaciones. Así que, cuando ni bien la tuve en mis manos, fue tan fácil que casi pensé que el universo estaba de mi lado.

Evangeline gritaba, chillaba, y yo sólo tenía ganas de darle una botezada para ver si ya se callaba. Nadie la oiría, nadie vendría a rescatarla. Estaba en la Mansión de mi madre, Leyra Black, donde yo me estaba quedando hasta que tuviera la mayoría de edad como para irme a vivir sola.

Si bien amaba a mi madre, y quería a mi padre, quedarme aquí para siempre no estaba en mis planes. Ni bien Lord Voldemort se apoderara del mundo, tanto mágico como muggle, yo me perdería por ahí y seguiría con mi vida sin que nadie me siguiera diciendo qué debía de hacer y qué no.

─Cierra la boca ─le siseé entre dientes, pero Evangeline seguía con la boca abierta. Hasta su respiración hacía demasiado ruido.

─¿Q-quién eres?

Estaba claro que nadie me tenía en cuenta, eso era lo que más odiaba. Aunque por un lado lo entendía, mi madre se aseguró de que nadie supiera de que yo tenía descendencia Riddle. Pero eso no fue suficiente como para dejarme vagar por los lugares, de dejarme asistir a la escuela Hogwarts. O cualquier escuela mágica que hubiera.

Les tenía envidia, claro está. Y puede que por un lado, por eso esté haciendo esto.

Disfrutaré de Hogwarts antes de que todo se fuera a la mierda. Antes de que Draco Malfoy o yo cumplieramos con nuestro deber. Él debía de hacer un atajo a los mortífagos hacia Hogwarts y matar a Albus Dumbledore, mientras que yo tenía como deber asegurarme de que lo llevara a cabo y que nadie sospechara de él, pero claro, también tenía mi propio trabajo.

Yo iría a jugar con Harry Potter, a confundirlo, a que me odiara y luego me amara a tal punto de que se volviera loco. Y, a asegurarme de que, si alguien se llegaba a enterar de los Horrocruxes, no pudieran llegar a nada.

Ya había escuchado por mi madre de que uno de sus hermanos fue en busca de uno de los Horrocruxes, no supo si lo había conseguido o no, pero desde que se había ido jamás lo volvió a ver. Y cuando me lo contó, pude notar lo fatal que estaba al contarme de aquello, y supe que lo había querido mucho como para llegar a contarle algo así teniendo en cuenta de que había tenido algo con el propio Tom Riddle.

Y si su hermano había podido encontrar un Horrocruxes, y vaya a saber si lo consiguió, entonces cualquier podría. Y ese era mi otro trabajo, el que yo misma me había impuesto.

Porque estaba muy segura de que, si Vodemort no ganaba e ivan en busca de todos los mortífagos, yo no tendría más remedio que seguir escondida. Y ya no quería eso.

Odio estar aquí encerrada solo por estar relacionada con un idiota.

Sí, también odiaba a mi padre, pero ¿qué más podía hacer? ¿Idolatrarlo? Ya tenía a bastantes que lo hacían. ¿Amarlo? Él no me ama, ni siquiera me ha visitado ni bien volvió, mi madre fue la que me encargó la misión de vigilar a malfoy, entonces ¿por qué yo debía de hacerlo?

¿Respetarlo? Tal vez, pero sólo cuando me consiga una mejor vida.

Aunque bueno, esa vida me la conseguiría yo misma. Me aseguraría de eso, cueste lo que cueste.

Me incliné ante ella y apoyé las manos en los reposamanos de la silla. Ella tuvo que alzar la cabeza para mirarme a los ojos, y pude ver cómo temblaba.

Los trozos de una varita estaban esparcidos por el suelo negro. Había roto su varita, y ahora estaba indefensa.

─Jude Riddle ─dije, y su rostro cambió por completo. Sus mejillas estaban rosadas y mojadas─. ¿Te suena ese apellido, Evangeline?

─¿Cómo... sabes mi nombre? ─balbuceó.

─Sé muchas cosas sobre ti, pelirroja ─tomé uno de sus mechones rojos y lo enredé en mi dedo─. Pero eso no es a lo que te traje aquí. ¿Algunas palabras como despedida?

Se quedó callada, mirandome con esos ojos marrones que iban de un lado a otro como si buscara alguna salida.

Me alejé de ella y saqué un puñal de la túnica oscura que llevaba puesta. Evangeline ni bien lo vio empezó a temblar como nunca vi temblar a alguien. Y me sentí bien. Me gusta hacer temblar a los demás, me gusta sentir que tengo el poder sobre ellos.

Y me gusta que sepan que están indefensos.

─¿P-por qué haces esto?

─¿Por qué no? ─ladeé el puñal, como si fuera algo obvio─. Tú eres importante, Evangeline, lástima que no puedas vivir para saberlo.

─¿Yo? ¿Importante? ─frunció las cejas, confundida.

─¿Prefieres saber lo que hubiera sido en vez de imaginarte que te despides de personas que no te quieren? ─ironicé, y ella hizo una mueca.

─No debes de recordarme que no tengo a nadie.

─Pobre de ti ─me encogí de hombros, y me preparé para asesinarla. Si bien podía hacerlo en un instante con mi varita, usarlo fuera de un colegio siendo menor me vendría muchos problemas.

Los únicos que me conocían era siendo Jude Black. Pero tarde o temprano, seguramente eso cambie.

Y por ahora, prefiero disfrutar.

Y fue así, como Evangeline Lewis me maldijo.

THIS DAY ARIA, harry potter auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora