Por mi espalda discurrían gotas de sudor calientes, descendían desde mi nuca hasta el final de la columna vertebral y hacían que la camiseta se me pegara a la piel. Me levanté del viejo banco de madera del vestuario femenino y me aproximé al lavabo con pasos de plomo. Observé mi frente perlada de sudor, el rostro enrojecido por la calor y los ojos azules enmarcados por manchas violáceas a causa del cansancio.
Abrí el grifo y dejé fluir el agua unos segundos, introduje las manos en el chorro de líquido frío y casi gemí de alivio cuando cuando rocé con los dedos mojados mis mejillas. Empapé mi frente por completo y luego me sequé con la blusa. Noté un pinchazo en el cerebro y una sensación de opresión se propagó por toda mi cabeza. Cuando aparté la prenda de mi rostro, noté algo raro. El agua se había enturbiado. Pasaron unos segundos más y del grifo comenzó a brotar una masa negra que no desaparecía por el desagüe. Poco a poco el líquido viscoso fue llenando el lavabo, desbordó el recipiente y comenzó a gotear en el suelo.
Entrecerré los ojos para poder apreciar mejor lo que parecía moverse en el suelo. Las arcadas hicieron que me llevase las manos a la boca y el asco se apoderó de mí en cuanto pude apreciar cómo miles de arañas negras comenzaban a caminar por el suelo de azulejos blancos.
Viudas negras salían a borbotones y se encaminaban hacia mi cuerpo inmóvil en medio del vestuario. Le ordené a mis piernas comenzar a correr, pero sentía como si las suelas de mis deportivas se hubieran pegado fuertemente contra el suelo.
El primer animal comenzó a ascender por mi pierna derecha y se metió en el interior de mis pantalones cortos, me agité como pude mientras sentía como sus ocho patas se clavaban en mi piel como agujas. Continuó subiendo por mi espalda con rapidez, aporreé su pequeño cuerpo repetidas veces y sentí cómo su abultado abdomen explotaba bajo la palma de mi mano.
Era incapaz de moverme, pero la gravedad había aumentado y mis pies se negaban a caminar. Había comenzado a marearme, no soportaba estar encerrada en lugares pequeños y la idea de no poder desplazarme no era para nada agradable. Parecía que las paredes se habían juntado más, quedando a un par de metros de mi cuerpo tembloroso.
Decenas de arañas se habían apoderado de mis zapatos, en vez de expulsar todo el contenido de mi estómago, lancé un grito que salió de las profundidades de mi pecho.
Forcejeé como pude, pero estaba anclada al pavimento y los indeseables seres ya estaban hundiendo sus afiladas y largas extremidades en mi carne. Oleadas de escalofríos amenazaban con tirarme al suelo, una potente arcada hizo que echara mi última comida encima de los miles de animales que cubrían los azulejos, pero a pesar de lo sucedido, no dejaron de avanzar hacia mí.
Sentía sus diminutos dientes devorando cada parte de mí: La parte trasera de las rodillas, el hueco del ombligo, la piel que había en la separación de las costillas... Algunas se detenían a alimentarse de mí, otras continuaban ascendiendo hacia mis axilas. Intentaba matarlas, pero si acababa con diez, otras veinte apareían en su lugar.
-¡Socorro!- Vociferé lo más alto que pude, pero parecía que nadie podía oírme.- ¡Ayuda!- Parte de mi cuerpo había desaparecido bajo una espesa capa de arañas oscuras, estaba cubierta de ellas hasta el inicio de los hombros y ahora comenzaban a descender por mis brazos.
-¡Socorro! ¡Por favor, ayuda!- Grité lo más alto que mis pulmones me lo permitieron y a continuación un fuerte chillido salió de mi boca. Mi piel estaba en llamas y sabía en que algunos lugares de mi cuerpo los huesos habían quedado a la vista.
Se subían unas encimas de otras, peleándose para obtener una mayor cantidad de alimento .
Tenía las extremidades repletas de los seres arácnidos. Cerré las manos en fuertes puños: sus tripas y fluidos internos salieron entre los huecos de mis dedos y cayeron al suelo, sin embargo, más animales ocuparon el sitio de los anteriores. Volví a hacer el mismo movimiento de antes, pero después de un largo rato ya sabía que mi destino era morir ese día y dejé de intentar matarlos.
Estiré el cuello todo lo que pude cuando comenzaron a subir por él, formé con mis labios una barrera insondable y cerré los párpados con fuerza.
Las arañas continuaron su camino, se me enredaron en el pelo y sentí la necesidad de volver a pedir ayuda cuando rozaron mi nuca, pero ahora ya no me atrevía a abrir la boca.
También mis orejas comenzaron a ser devoradas mientras sus delgadas patas penetraban hasta mis tímpanos. Los seres más pequeños comenzaron a infiltrarse por mis fosas nasales, en esos momentos las lágrimas amenazaban con salir al exterior y el dolor al que estaba sometida ya había alcanzado un nivel demasiado alto.
Sus ponzoñosos dientes se clavaron en mis labios y párpados, estaban deseosas de entrar en mi boca y alimentarse de mis ojos. Parecían estar jugando con mis pestañas, doblándolas y desplazándolas con intención de abrirse paso hasta las cuencas.
Mis pulmones comenzaron a arder y a pedir oxígeno, tenía la nariz taponada y era incapaz de respirar. Sentía como mi propia sangre fluía bajo los cuerpos de las miles de viudas negras que me cubrían.
Fue en ese momento cuando consiguieron abrir mi párpado, mi visión se nubló de negro debido a la cantidad de seres que tenía encima de mis ojos. Clavaron sus fuertes y afiladas patas negras en mi pupila y entonces no pude evitarlo, el dolor fue tan inmenso que abrí la boca para gritar.
Miles de arañas entraron en mi interior y comenzaron a comer mis órganos internos.
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La araña.
Horror**NO SE RECOMIENDA LA LECTURA DE ESTA HISTORIA A PERSONAS QUE PADEZCAN ARACNOFOBIA** Historia corta Los pies anclados. Las arañas en el cuerpo. En la espalda En la nuca. En los ojos. Dentro.