Capitulo 1

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Mientras que todos me odien yo viviré en sus recuerdos.









Con el viento silbando en mis oídos y el eco de nuestros pasos resonando en el aire, corríamos sobre el techo del monte Dusios con la urgencia pintada en cada movimiento. Mi amigo, ágil como un felino, iba tras de mí, sus palabras arrastradas por el viento: "¡Voy lo más rápido que puedo!"

Un grito rompió el silencio de nuestra huida, el eco de la amenaza que nos perseguía. "¡Ahh!", fue el lamento del hombre que buscaba alcanzarnos. En ese momento de tensión, una voz conocida se alzó en el aire, como un rayo de esperanza en la oscuridad: "¿Dónde está Rayan cuando lo necesitamos?", exclamó mi amigo mientras realizaba una voltereta en el aire.

Entonces, como si el cielo mismo respondiera a su llamado, un portal se abrió sobre nosotros, y de su abismo emergió Rayan, cayendo con gracia y aterrizando con una voltereta digna de un acróbata. "¡Aquí estoy!", anunció con firmeza, extendiendo sus manos con determinación.

La situación se tornaba cada vez más peligrosa mientras el perseguidor se acercaba implacablemente. "Detente", ordenó Rayan, y con un gesto de sus manos, hizo que el hombre que nos acechaba se detuviera en seco, como si estuviera atrapado en un hechizo.

"Gracias", murmuré hacia Rayan, mi corazón aún palpitando con la adrenalina de la carrera mientras continuábamos nuestra fuga sobre el techo. Sin embargo, la amenaza persistía, y en un instante de alerta, mi amigo me instó a agacharme. Sin cuestionar su advertencia, me lancé al suelo justo a tiempo para ver una daga pasar peligrosamente cerca de mi cabeza.

De un rápido vistazo, identifiqué al atacante entre las sombras. "Rayan, ¡abre un portal ahora!", grité con urgencia mientras me levantaba del suelo, preparado para enfrentar lo que sea que estuviera por venir. Con un movimiento veloz, Rayan cumplió mi petición, creando un portal bajo nuestros pies que nos llevó lejos de la amenaza, dejando atrás el peligro inminente mientras nos adentrábamos en la seguridad relativa de la oficina.

Hace un par de meses atrás...

Hace apenas unos meses, en un día soleado perfecto para un picnic, mi hermana, mi abuela y yo nos encontrábamos junto al río, inmersos en una atmósfera de tranquilidad y alegría. Era una de esas salidas que solíamos hacer, donde disfrutábamos de bocadillos, juegos y la compañía mutua.

"Obsid, Eleanor, la merienda está lista", nos llamó mi abuela con su dulce voz, interrumpiendo nuestra diversión en el agua helada. Mi hermana emergió de las profundidades del río, su cabello castaño brillaba bajo el sol, contrastando con su piel pálida y sus ojos grises como la neblina matutina. "Ya vamos", respondí mientras salía del agua junto a ella.

Como mellizos, mi hermana y yo éramos casi idénticos físicamente, salvo por un detalle notable: mis ojos, de un intenso color carmesí, que siempre prefería ocultar detrás de unos lentes de contacto café para evitar comentarios no deseados.

Nos secamos con unas toallas que estaban estratégicamente colocadas sobre las piedras y nos dirigimos hacia donde mi abuela nos esperaba, sentada sobre una manta extendida en el verde césped de verano. "¿Qué hay de rico?", preguntó mi hermana mientras estrujaba su cabello para eliminar el exceso de agua. "Pan con mantequilla de maní y mermelada de fresa", anunció mi abuela con una sonrisa cálida. "¡Mmm, mi favorito!", exclamé, lamiéndome los labios anticipando el delicioso bocado, mientras me acomodaba junto a mi abuela con cuidado de no mojarla.

El sol brillaba sobre nosotros mientras nuestra abuela nos entregaba generosamente nuestros bocadillos, cada uno envuelto con cuidado. Observábamos el río correr con gracia hacia abajo, sus aguas reflejando destellos de luz que bailaban en su superficie. Mi abuela significaba todo para mí desde que perdí a mis padres y a mi hermano menor hace cinco años. Ahora, con Eleanor, ambos a punto de cumplir 18 años, nos enfrentábamos a la incertidumbre de nuestro futuro. No teníamos planes definidos, pero nuestra prioridad era pasar el mayor tiempo posible con nuestra amada abuela, quien, aunque envejecida, aún irradiaba amor y sabiduría.

Resplandor de flores azules Where stories live. Discover now