Calle 9 de Julio

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Esa noche llovía como nunca, los rayos impactaban en el cielo gris casi como si se fuera a romper.

Mis manos firmes en el volante y con la mirada fría hacia al frente. Estaba pasando por la calle 9, mi calle favorita, la cual pasaba una y otra vez para ir a los lugares que quería. Mi familia a un lado mío, hablando de cosas las cuales yo no prestaba atención, como decían ellos, estaba perdido en mi mundo.

Mi esposa pone su mano por encima de la mía, haciendo que mi mirada se desvíe a ella por un segundo. — Cierto, ¿querido?. — Buscaba mi aprobación, lo notaba en su mirada cómplice.

Yo asentí y miré al frente de nuevo.

— Ves, te dije que papá nos llevaría de viaje a París. — dijo mi hija Luz, con ilusión en su voz y un tono alegrado lleno de esperanzas.

— No lo hará. — reafirmó cansado mi hijo mayor, Angelo.

Ambos mantenían una opuesta personalidad, y por supuesto, iban en dirección contraria.

Luz siempre fue apegada a mí, me tiene como si fuera su rey. En cambio, Angelo me ve como si fuera el mismísimo diablo.

Nunca pude cambiar la imagen que tenía Angelo sobre mí, así que simplemente un día me resigné y dejé que él siguiera su camino de odio.

— Luz, no tengo el dinero suficiente para llevarlos a París. — Mi voz se oyó firme y distante, aunque esa no fuera mi intención.

No miré a mi mujer, pero ya me imaginaba su ceño fruncido con completa desaprobación. — Podrías decirlo de otra manera, de vez en cuando, a tu familia le gustaría una gota de cariño tuya. — Efectivamente, tenía razón, se había molestado.
Era tan obvio que el desahogo parecía ser de acumulación de años atrás y no de ahora.

Suspiré y me volteé para mirarla. — Siempre les doy cariño, solo que lo único que ves es lo negativo de mí.

— Tal vez eso es lo único que das, negatividad. — Su mirada era fría e irreconocible.

— Bien, ¿cuál es tu problema?. Doy todo por esta familia, trabajo a diario para que vos y tus hijos tengan una vida decente, nunca me lo agradeciste. — Mi mandíbula comenzaba a marcarse del enojo. — Si alguien tiene que quejarse de algo acá, soy yo.

— ¿Pueden dejar de pelear?, siempre es la misma historia sin fin que se repite una y otra vez. — Angelo se puso sus audífonos y esquivó la mirada hacia la ventana.

Luz no decía nada, pero sus lágrimas cayendo sobre sus mejillas lo decían todo.

Tragué saliva y manejé más rápido sin siquiera asimilarlo.

— Julio, estás manejando fuerte. — mencionó Mónica con tono preocupante.

Manejé cada vez más rápido con una adrenalina recorriendo mi cuerpo como una corriente de agua que arrastra casas, personas y objetos.
Mi respiración estaba agitada y mi mente concentrada en la divagación de pensamientos que fallaban al encontrarle un sentido del porqué a lo que estaba haciendo.

— ¡Julio! — exclamó mi amada, en un grito que rompió con mi ceguera.

Justo a tiempo, ya que, un camión de bomberos en frente nuestro estaba a punto de pasarnos por encima si no fuera porque yo logré esquivar hacia la izquierda. Casi en un salto entre la vida y la muerte.

Sentí perderme en ese instante, como si el arrepentimiento de casi haber matado a mi familia comenzara a ser una carga pesada en mi espalda.

Miré hacia atrás después de pasar el camión y frené a un costado para respirar, aunque siguiera sin poder hacerlo; Ví a mis hijos aterrados, incluso podría decirse que sus rostros parecían no ser el de ellos, tenían un dolor desgarrador en sus ojos. Como si ellos vieran la desnudez de mi alma y vieran que, efectivamente iba a matarlos ese mismo instante si no escuchaba a su madre.

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⏰ Última actualización: May 28 ⏰

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