Capítulo 2

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Meredith irrumpió Carlisle House como un rayo, conteniendo las ganas de llorar que la embargó desde el momento en que cruzó la calle, al otro lado de la mansión Staunton. Necesitaba desahogarse en compañía de su confidente, aunque no le dijera todos los motivos que la afligían en aquel momento.

Lady Deborah Prescott era hija del conde de Carlisle, primo de su padre y tenían la misma edad. Además, debutaron juntas y estaba al tanto de todo lo concerniente a su inocente relacionamiento con el señor Vernon. Incluso, había sido cómplice de aquellos encuentros furtivos que atesoraba en lo profundo de su corazón; recordar los bailes de los que se escabullían hacia los jardines para estar un momento a solas, estrujaba su pecho y formaba un nudo en la garganta que solo se desataría con el llanto.

Podía mentirle a todo el mundo, pero no podía engañarse a sí misma.

James Vernon se había metido en lo profundo de su ser, apropiándose hasta del rincón más inhóspito de su alma, de su piel, a pesar de que nunca compartieron más que besos y algunas caricias inocentes.

Después de que apenas saludara al mayordomo, quien estaba acostumbrado a que ella entrara y saliera de Carlisle House tantas veces se le ocurriera, subió de prisa las escaleras tomando la tela de su vestido para levantar los pliegues y no trastabillar. Pensó que, lo único que le faltaba a esas alturas era torcerse el pie o romperse el cuello, aunque tal vez, en su situación, no resultara tan mala la idea de que le sucediera aquello.

Negó moviendo la cabeza antes de abrir —sin tocar— la puerta de la habitación de Deborah.

—¡Oh, Meredith! —su prima volteó la cabeza, logrando que su doncella le pinchara con una horquilla. Sin embargo, más allá de una leve mueca no dijo nada. Solo se puso de pie y caminó hacia Meredith al notar su semblante desencajado—. Sara, déjanos a solas —ordenó a su criada.

La doncella ejecutó una leve reverencia y se retiró de la habitación.

Deborah cerró la puerta con llave y tiró de la mano a Meredith para que se sentaran ambas en el canapé de terciopelo azul; mueble que utilizaba para sus tardes de lectura y que estaba ubicado estratégicamente cerca de la ventana.

—Deborah... —dijo apenas, antes de romper en llanto y hundir su rostro en la falda de su prima.

Ella solo acomodó los cabellos rubios y sedosos de Meredith, y se dedicó a acariciar su cabeza durante todo el tiempo que derramó sus lágrimas. Era consciente de su sufrimiento y sabía del dolor que guardaba en su corazón por aquel desafortunado amor que no pudo ser. La había visto reír y ser feliz como nunca cada vez que el señor Vernon y ella se encontraban a espaldas de los demás en los bailes, o cuando recibía un ramo de flores de su parte los días posteriores. Sin embargo, Meredith se había marchitado por entero cuando él se marchó.

Nunca superó aquel momento doloroso y se había cerrado por completo al amor, rechazando a todos los caballeros que intentaban cortejarla.

—No sabes lo que ha pasado, Deborah... —susurró luego de mermar su pena y elevó el rostro para mirar a la joven de pelo castaño que, con la yema de sus dedos, secó los restos de lágrimas de su cara—. Me casarán con un anciano, con un hombre que me llevará lejos... ¡A Irlanda! Y no volveré a verte.

—Eso no puede ser posible, Meredith. Debe de haber un error. —Deborah la tomó de los hombros, mientras fruncía su entrecejo y sus ojos grises se tornaron oscuros.

—Esta vez no tengo salida. La boda se concretará con o sin mi consentimiento.

—¡Pero si tendrías al hombre que quisieras a tus pies! ¿Por qué precisamente ese anciano debe ser tu esposo?

Al calor de la pasión - Matrimonios forzados 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora