Ella tenía miedo.

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   Ella tenía miedo. Mucho miedo. Al fin y al cabo, se enfrentaba a la Santa Inquisición, ¿quién no tendría miedo en dicha situación? No era más que una niña. Hacía poco que se había hecho mujer y tenía toda la vida por delante. Solo tenía 13 años, era una cría. ¿De qué se le acusaba a la chiquilla? De haber matado al hijo de una familia de hidalgos. ¿Por qué se sospechaba de ella, una niña? Por ser albina y tener heterocromía.

Fue llevada frente al inquisidor, fray Tomás de Valladolid, quien era un hombre cruel y sádico que disfrutaba causando daño a los sospechosos. La pobre chica lloraba y se lamentaba por la injusta acusación que se le había hecho.

-Fray Tomás de Valladolid, he aquí la siguiente acusada. Su nombre, Raquel Aguilar, huérfana de Simeón Aguilar y Ana Sierra, una pareja de sefardíes, muriendo ambos cuando ella era un bebé y dejada al cuidado de su abuelo materno Leví. Se le acusa de asesinar a Enrique Díaz, niño de tres años, hijo del hidalgo Fernando Díaz. -dijo el comisario local.

-Soy inocente, su santidad... Yo no he hecho nada...-gimió ella entre lágrimas.

-Silencio, ¿acaso alguien te ha permitido hablar? -le bufó el comisario.

-Esta niña es rara. -murmuró fray Tomás. -su piel y su cabello están totalmente descoloridos y sus ojos son de diferentes colores, siendo uno verde y otro azul. Además, es de ascendencia judía. Sin duda, todo eso es un castigo por su pecado; ser judía. Sus rasgos son propios de alguien que no sigue la senda de Cristo. Comisario, ¿cómo se produjo la muerte del niño?

-Sus dedos fueron contados, su cuello degollado y su vientre destripado. Fue encontrado en lo profundo del bosque, donde se dice que antaño las brujas sacrificaban sus víctimas al diablo.

-¿Alguna prueba en su contra, comisario?

-La primera prueba es que sospechamos de un zurdo por las heridas, y la niña es zurda. La siguiente prueba son sus marcas físicas, pues sus rasgos son propios de un seguidor de la magia negra. Y, por último, es judía, y sabiendo que la noche de la desaparición su abuelo, el único judío junto a la niña de toda la localidad, estaba en el pueblo vecino, solo quedaría ella. Además, junto al niño se encontró dibujado con sangre en la piedra una estrella de David, no quedan más opciones.

-¿Tenía enemigos el padre del niño asesinado?

-Sí, señor, el padre tenía problemas con muchos vecinos, sobre todo con el... -chilló en voz alta la pobre Raquel.

-¡Cierra la boca, sucia judía! -le gritó el comisario.

-En ese caso, -dijo el inquisidor frente a todos los testigos- tenemos pruebas suficientes para inculpar a la niña judía. Será castigada con morir en la hoguera.

-¡No, por favor, se lo suplico, mátenme a mí! -suplicó desde lo lejos el abuelo de la chiquilla, quien no podía hacer más que llorar.

-Por favor, maese inquisidor, yo no soy la culpable... El verdadero asesino es el comisario, yo lo seguí en el bosque y lo vi...

En la plaza del pueblo se apiló grandes cantidades de madera. Ad día siguiente al juicio, fue atada a un gran madero y quemada viva. El comisario sonrió. Había matado al hijo del hombre al que más odiaba y se había desecho de la última mujer judía de la localidad. Se salvaría del castigo terrenal, pero por asesinar a un niño, difamar al prójimo, mentir a un religioso y juzgar a otro por su religión sería condenado a sufrir las mayores penumbras en el infierno. El malvado hombre decía haberse encargado de la niña judía por no convertirse al cristianismo, pero, al fin y al cabo, al dios cristiano no le gusta que maten en su nombre, ¿verdad?

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