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Hacía calor.

Hacía calor a pesar de que ya estaba anocheciendo.

Dan elevó el autito de juguete por encima de su cabeza, simulando que volaba. La mayoría de sus amigos se había ido a sus casas y solo quedaban José y él en la calle.

—¿Quién te hizo eso?—insistió José por quinta vez en el día.

—Nadie—dice Dan secamente, había intentado cubrirse los moretones con un poco de maquillaje de su madre, pero era obvio que había fracasado en el intento—. Me caí.

José lo miró fijamente. Esa mirada que pretendía hacerle saber que mentía.

Era un niño pequeño, casi de la misma altura que Dan (que por su propia cuenta ya era muy pequeño para su edad) solamente que su piel era más oscura y tenía el cabello de color negro como el carbón. Habían sido amigos desde que Dan tenía memoria. Es más, cuando miraba atrás, recordaba más el rostro de su amigo, que el de su propio padre.

La mayoría de las veces, se sentía afortunado de tenerlo cerca, pero en esta ocasión, comenzaba a sentirse atrapado.

—En las telenovelas de mi mamá siempre dicen eso cuando alguien las golpea.

Dan dejó caer el autito de juguete que José le había prestado.

—No es mi caso.

José sabía que mentía, a pesar de que solo tenía cinco años.

Toda la calle lo sabía.

José se inclinó hacia adelante, apartando el cabello de Dan de su cara.

—¿Fue tu mamá?

Dan sintió un nudo en la garganta.

—No—susurró.

Mentira. Mentiroso.

Pero no quería darle más motivos para que su mamá se enojara.

Ayer, habían ido a la playa juntos, su madre rara vez lo hacía, así que debió suponer que algo se traía entre manos.

Luego llegó el señor Overkill, vestido con traje y escondiendo su rostro con un pañuelo de seda color petróleo.

Era un tipo espeluznante. Había algo en él que hacía que Dan sintiera pánico.

Dan salió corriendo antes de que pudiera estirar la mano para acariciarle la cabeza.

Se ganó una buena paliza después de eso.

—¡Zé!—llamó la madre de José asomando su cabeza por la puerta de su casa—. ¿Qué haces, hijo? Ya es tarde, tienes que bañarte.

—Mami—dice José de inmediato—. Dan necesita ayuda.

Al oír su nombre, la madre de José salió de la casa casi corriendo.

Estaba acostumbrada a estos pequeños accidentes y Dan ya no podía soportarlo.

Se prometió a sí mismo, no volver a jugar con José.

—Dan...—la madre de José, Sandra, lo miró con los ojos llenos de lágrimas, seguramente los golpes eran peor de lo que Dan imaginaba—. Dios mío, mi amor.

Sandra lo sujetó de la mano y lo guío hasta dentro de su casa, apretaba su mano con fuerza, con tanta fuerza que Dan sintió que le rompería la mano.

El padre de José estaba viendo televisión en la sala con los pies sobre una pequeña mesa, estaba viendo un partido de fútbol con una cerveza en la mano, completamente exhausto por trabajar hasta tarde. Pero, aún así, se levantó del sofá cuando lo vio.

No SurprisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora