I: Mi secreto

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Soy un chico introvertido al que le gusta pasar desapercibido. Todos los días me levanto temprano, tomo un autobús para ir a la oficina, y hago mi trabajo a tiempo y sin llamar la atención. Cuando regreso a casa, donde vivo solo, me doy una ducha y me visto de mujer.

Pero eso último es un secreto que nadie puede saber. Cuando salgo de la ducha uso una bata de seda y voy a mi cuarto, donde me espera una lencería preciosa que he escogido con anticipación. Luego pinto mis uñas con esmero y me aplico un maquillaje suave pero transformador. Finalmente, deslizo un vestido sobre mi cuerpo, disfrutando del contacto de la tela contra mi piel. Es una sensación exquisita que descubrí hace tres años, cuando salía con una chica llamada Pam.

Ella se había mudado desde un pueblo pequeño para estudiar su carrera en la ciudad y, al finalizar, decidió quedarse aquí. Es extrovertida y siempre está de un lado para otro; tiene buen sentido del humor y de la moda, aunque puede ser impulsiva y a veces algo despistada. Nuestra relación no funcionó, esa es una historia que quizá cuente más adelante, pero al final nos volvimos mejores amigos.

Pam y yo somos muy parecidos físicamente, es decir, medimos lo mismo y tenemos una complexión similar, excepto que ella sí tiene unos pechos que realzan su figura. En el corto tiempo que vivimos juntos, combinaba algunas de mis prendas en sus atuendos y le quedaban mejor que a mí. Siempre bromeábamos con que yo debería ponerme su ropa también.

Y fue con tanta broma que me empezó a dar curiosidad. Un día, cuando no estaba, tomé sus jeans y sus blusas y me las probé. Fue como probar el fruto prohibido, y me gustó, pero nada se comparó a cuando me puse sus vestidos. El contacto de la tela acariciando mi cuerpo, la frescura y libertad que se sentía, pero, sobre todo, la manera tan sexy que me hacía sentir. Cada vez que no estaba, me probaba sus vestidos, sus zapatos, sus perfumes, y luego me masturbaba.

Cuando la relación terminó, comencé a comprar mis propios vestidos y accesorios. También aprendí a maquillarme con unos tutoriales de Internet. No tener vida social me dio mucho tiempo para dedicarme a probar y aprender. Con cada nuevo vestido y cada sesión de maquillaje, descubrí una parte de mí que anhelaba salir, una identidad oculta que encontraba su liberación en esos momentos íntimos y secretos.

Y así estaba yo, sentado en el sofá, usando mi vestido favorito, largo y asimétrico, de un intenso color rojo; tenía las uñas pintadas del mismo color, completamente maquillado, con unos tacones negros y altos que estaba aprendiendo a usar, y una peluca de pelo largo, rizado y castaño. Estaba leyendo una novela romántica con una mano mientras sostenía una copa de vino en la otra, cuando sonó mi teléfono. Era Pam.

—Hola Pam.

—Hola, ¿te acuerdas de mi primo Raúl?

Ir directo al grano era una de sus cualidades, al menos para mí, ahorraba tiempo. Recordaba ese nombre. Me había hablado de su primo, era como su hermano mayor, aunque nunca lo había conocido, porque seguía viviendo en el pueblo.

—¿Raúl? No lo sé... ¿No es el primo del que me has hablado unas diez mil veces?

—¡Sí! ¡Ese! ¿Qué crees? ¡Vino a la ciudad! ¡Te lo quiero presentar!

—Bueno, podríamos vernos el fin de semana... supongo.

—¡No! Falta mucho para eso y no quiero esperar. Ya vamos de camino a tu casa :)

—¡¿Qué?! — balbuceé, atragantándome con el vino. Sentí el calor subir a mi rostro mientras intentaba no toser y derramar la copa.

—Sí, llegamos en 10 minutos.

—Pam, no es justo, te he dicho que si vas a venir me tienes que avisar con tiempo, no estoy preparado, ¿y qué tal si tengo planes?

—¿Pues por eso te estoy avisando, no? —dijo en su tono alegre y despreocupado de toda la vida — Y tú nunca tienes planes, apuesto a que estás leyendo uno de tus libros.

—Pues, este, sí —no sabía muy bien qué decir, cuando Pam decidía algo, normalmente lo conseguía —Pero tal vez un día sí tenga planes y no pueda —dije.

—Ya me gustaría que tuvieras planes, que salieras más, conocieras gente. — Ambos nos quedamos callados un momento, esto se parecía a una discusión que habíamos antes, y ninguno quería revivirla. Luego ella continuó — Bueno, ya te avisé. Llegamos pronto. Besos —y colgó.

No tenía tiempo ni para maldecir mi suerte. El pánico comenzó a instalarse en mi pecho. Tenía que desmaquillarme, cambiarme y esconder todo. No podía perder ni un segundo más, no si quería mantener a salvo mi secreto...

Lena Cross: Diario de una Sissy (Semanal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora