⦻ 𝐎𝐍𝐄 ⦻

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El penetrante aroma a desinfectante hospitalario inundó de inmediato mis fosas nasales, provocándome una sensación nauseabunda

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El penetrante aroma a desinfectante hospitalario inundó de inmediato mis fosas nasales, provocándome una sensación nauseabunda. Siempre había detestado ese repulsivo olor aséptico que dejaba un sabor amargo en mi boca y una urgencia de escapar tan pronto como cruzaba el umbral de aquellas puertas. Y sin embargo, ahí me encontraba, aguardando con impaciencia recibir noticias alentadoras, deseando que todo se resolviera satisfactoriamente.

Mi pie golpeaba el suelo con impaciencia, mientras mordía mis uñas desesperadamente en un vano intento por calmar mis nervios. Intentaba recobrar la serenidad, poniendo en práctica esos ejercicios de respiración que supuestamente ayudan a apaciguar la ansiedad, pero ¿cómo demonios podría relajarme en un momento así, cuando mi mejor amigo y su hermana habían sufrido un trágico accidente automovilístico?

Sentía mi corazón latiendo desbocado, aprisionado en mi garganta, a punto de escapar de mi pecho.

Albergaba la esperanza de que todo se resolvería favorablemente, imaginando que los médicos saldrían pronto a compartir noticias alentadoras. Pero entonces aquel grito desgarrador, que me heló la sangre y reconocí al instante, me golpeó de lleno, sacudiéndome con violencia y haciéndome caer en la cruda realidad.

De repente, Connie irrumpió fuera de la sala, llorando de una manera que me paralizó el corazón. Me puse de pie sin demora, comprendiendo en ese momento que nada marchaba bien.


Las nubes grises se cernían sobre el cementerio, como un manto de tristeza que envolvía a los presentes. Conforme el sacerdote pronunciaba las últimas palabras de despedida, las primeras gotas comenzaron a caer suavemente, empapando los negros ropajes de los dolientes.

Me encontraba en un silencio sepulcral, al lado de mis padres y mi hermano mayor, contemplando el ataúd donde ahora descansaba Lyra Rogers. Había llegado casi sin vida al hospital, según relataba su madre Connie, pues el trágico accidente la había dejado irremediablemente dañada, en una manera que prefiero no detallar.

Lyra era una joven de una bondad sin par, siempre con aquella sonrisa luminosa en su semblante y un entusiasmo contagioso capaz de alegrar incluso los días más sombríos. 

Jamás debería haber tenido que enfrentar un final tan abrupto e injusto.

Mientras la lluvia comenzaba a empaparme, desvié mi mirada hacia una persona en particular: Toby, mi mejor amigo y hermano menor de Lyra. Él también había sufrido daños en el accidente, por supuesto de menor gravedad, teniendo la fortuna de haber salido con vida. 

Este hecho era sin duda un gran consuelo para mí en medio de tan abrumadora tragedia.

Toby se encontraba al lado de su madre, con su cabellera castaña y desordenada completamente empapada, y esos ojos oscuros que parecían perdidos, fijos en algún punto indefinido del vacío. Me partía el corazón verlo sumido en semejante abatimiento, generando un nudo opresivo en mi garganta al contemplar su devastada expresión, y que solo aumentó cuando nuestras miradas se cruzaron de un momento a otro.

Cuando el funeral concluyó y mi familia se acercó a Connie para brindarle sus más sinceros pésames, emprendí un lento recorrido hacia el lugar donde Toby se encontraba. Él, empapado por la incesante lluvia, lucía notablemente más pálido de lo habitual, con unas preocupantes ojeras bajo sus ojos y esos tics que era incapaz de controlar se manifestaron al acercarme a él.

—Toby...— musité con dificultad, pues no era buena cuando de consolar se trataba, pero deseaba hacerle saber que estaba a su lado, dispuesta a acompañarlo en su dolor —Yo...—

—E..e...es..su culpa— me interrumpió entre tics —Ese m..m..a..maldito tuvo la culpa de que Lyra muriera y ni siquiera se molestó en ir a verla al hospital...—

Su sombría expresión reflejaba una mezcla de ira e impotencia, mientras sus puños se cerraban con una fuerza abrumadora, como si buscara descargar en ellos todo su dolor. Al notar cómo se infligía daño, mi mano se posó suavemente sobre su hombro, logrando apaciguar su agitación de forma inmediata.

—Debemos regresar, aún te encuentras débil y permanecer bajo esta lluvia no hará sino empeorar tu estado— aconsejé, rodeándolo con uno de mis brazos mientras lo alejaba lentamente de la tumba de su hermana.

Conocía bien los detalles de la trágica situación: Toby me había relatado en el hospital cómo su padre, el Señor Rogers, había sido el responsable del accidente, tras una acalorada discusión con Lyra. Podía recordar vívidamente la imagen de Toby postrado en aquella cama de hospital, el costado derecho de su rostro revelaba profundos cortes que recorrían su ceja y su brazo derecho  se hallaba vendado desde la muñeca hasta el hombro, testimonio de una violenta contienda en la que el cristal roto había dañado gravemente aquella extremidad.

Toby no respondió, pero tampoco se resistió a mi sugerencia. En silencio, comenzó a caminar a mi lado, a paso lento, de vuelta hacia donde se encontraba su madre.

Desperté al percibir el inquieto movimiento de Toby en su cama, y mientras mis párpados se abrían con dificultad y me incorporaba de mi saco de dormir, pude escuchar sus sollozos ahogados. Habían transcurrido ya varios días desde aquel lamentable suceso, y casi todos los fines de semana me quedaba a pasar la noche en su casa para brindarle mi compañía.

—No quise despertarte— susurró con voz temblorosa.

Se limpió las lágrimas apresuradamente, tratando de controlar su respiración entrecortada. Era evidente que había estado llorando, algo que se repetía con frecuencia en las noches, cuando despertaba sobresaltado de sus pesadillas, gritando el nombre de su hermana.

—No te preocupes, está todo bien— le dije mientras me levantaba y me sentaba en el borde de su cama, ofreciéndole mi apoyo en silencio.

Sus ojos oscuros, cargados de un profundo pesar, se encontraron con los míos.

—No tienes que seguir haciendo esto, Sienna— dijo con voz quebrada —También tienes una vida, tarde o temprano tendré que superarlo...— su mano temblorosa echó hacia atrás sus cabellos desordenados.

—Quiero hacerlo, no me molesta en absoluto— le aseguré, entrelazando mi mano con la suya, sorprendida por lo fría que estaba —Mañana es domingo, ¿por qué no damos un paseo por la tarde? Quizás eso te ayude a distraerte un poco— le sonreí, tratando de infundirle ánimos —Podemos ir por un delicioso helado— Al mencionar el helado, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, lo que me reconfortó profundamente.

—Supongo que no suena mal —murmuró Toby, su semblante adquiriendo un matiz ligeramente más animado, aunque este se esfumó de inmediato cuando su ataque de tics hizo acto de presencia una vez más.

Aquella peculiaridad era tan solo una de las múltiples afecciones que asediaban a Toby. Padecía del síndrome de Tourette, síndrome por el cual lo habían nombrado con una variedad de apodos hirientes y humillantes por parte de sus compañeros durante su paso por la escuela primaria, obligando a su madre a retirarlo del ambiente académico tradicional para brindarle educación en su hogar. A ello se sumaba una extraña  enfermedad congénita al dolor que le privaba de la capacidad de percibir el dolor físico, de modo que bien podría haber perdido un miembro sin experimentar molestia alguna. Y si estas tribulaciones no fueran suficientes, debía lidiar también con la alcoholismo de su padre, conformando todo ello un cúmulo de desafíos que Toby se veía obligado a enfrentar.

—Tranquilo, sólo respira— susurré mientras acariciaba con delicadeza su espalda, en un gesto tendiente a brindarle sosiego y aliviar así los espasmos que lo aquejaban.

Tras un breve pero tenaz esfuerzo, los tics fueron remitiendo paulatinamente hasta desvanecerse por completo.

𝐇𝐄𝐋𝐋. 𝐓𝐢𝐜𝐜𝐢 𝐓𝐨𝐛𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora