La Herencia de la Espada

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El aire de la habitación de Ewei estaba cargado de recuerdos, las paredes de piedras, desgastadas por los años parecían narrar historias de héroes y tragedias, Ewei se despertó de golpe, como si el recuerdo del pasado la hubiera arrancado de sus sueños, Abrió sus ojos blancos y se vio sentada en la cama, la sabana se encontraba enredada en su pierna, el pecho le dolía y respiraba agitada con el recuerdo de un hacha de manufactura tosca goteando sangre carmesí.

La espada de su padre, descansaba contra una esquina de su habitación, su afilada hoja reflejaba la luz tenue de una vela que iluminaba la habitación con un fuego danzante, su padre había sido un formidable guerrero, arrancando la vida de incontables seres, defendiendo las puertas de la ciudad subterránea de Umbraclava, admirado por jóvenes soldados, y deseado por talentosas damas, pero así como fue un héroe para muchos, también fue un terror para otros, y no solo para sus rivales, ya que las constantes guerras habían calado demasiado profundo en su corazón, quizás más de lo que debería para un elfo oscuro. Atormentado por la guerra, por las decisiones difíciles que había tenido que tomar para proteger la ciudadela, se refugió en la bebida, y en las voces tortuosas de su corazón, y el eco de ese dolor quedo grabado en el interior de los muros de su hogar.

Los pies descalzos de Ewei se liberan de las sabanas y se encuentran con el frío suelo, camina fuera de la habitación con dirección a la cocina. Se sirvió agua en un vaso que había dejado sobre una mesa el día anterior y se sentó en una silla de madera desgastada. El recuerdo del fatídico día donde perdió a su padre la atormentaba, la batalla contra los primitivos orcos había sido feroz, y su padre había luchado con la valentía de un dragón, se movía en el campo de batalla como un rayo. Pero no había regresado, lo único de él que volvió fue su espada, que había sido encontrada, manchada de sangre y tierra junto a su cuerpo sin vida.

El legado de la espada pesaba sobre el pequeño cuerpo de Ewei. No solo era un objeto de metal forjado con habilidad en las entrañas de esa misma ciudad, sino también un símbolo de deber y sacrificio. Su padre había muerto protegiendo a su gente, y ahora era el turno de Ewei su única hija con vida. Pero enfrentar a las criaturas que aniquilaron a cada miembro de su familia era un peso demasiado grande, quizás más de lo que podía soportar, pero aunque doliera, debia luchar si no quería ser asesinada por algún compatriota rastrero que buscara ascender en la jerarquía social.

Ewei deja el vaso sobre la mesa después de beber algo de agua, camina nuevamente a su habitación y se viste con su traje de cuero, una vestidura habitual para los elfos oscuros que deben hacer expediciones en los bosques negros que rodean la entrada de Umbraclava, se ajusta con firmeza el cinturón y encaja en su lugar dos dagas curvas, gira sus talones para enfrentar la puerta, pero antes de que sus dedos tocaran el pomo su vista vuelve a la espada larga en la esquina de la habitación, su mano duda si abrir la puerta o dirigirse a tomar la espada, pero camina con grandes zancadas y toma la espada guardándola en la vaina de cuero que se encontraba tirada a su lado, la cuelga en su espalda y finalmente sale de su descuidado hogar.

La joven Elfa abandona su tranquila zona residencial, adentrándose en los caminos más transitados, elfos con diferentes vestimentas caminan por las calles, los soldados con armaduras de metal finamente talladas, sus orbes blancos vigilan las calles en busca de sigilosos ladrones, Ewei acelera su paso esquivando a los residentes de la ciudad que circulan igual de apresurados que ella.

A pesar del cuidado que tuvo no pudo evitar chocar con un alto elfo oscuro, Ewei se soba la nariz desde el suelo adolorida por haber impactado de frente con la armadura del soldado con el que choco.

A pesar del cuidado que tuvo no pudo evitar chocar con un alto elfo oscuro, Ewei se soba la nariz desde el suelo adolorida por haber impactado de frente con la armadura del soldado con el que choco

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