Una inesperada mudanza

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Mi mundo se vino abajo cuando me enteré de que a mi padre lo trasladaron en el trabajo a una ciudad distinta. De repente, supe lo que se venía encima. Otra mudanza. Sí. Otra más.

Llevábamos años sin mudarnos, por fin había establecido mis relaciones. Tenía amigas, sitios de confianza a donde ir, sabía qué sitios eran mejores para aparcar y dónde salir sin menos peleas.

En fin. Tenía allí toda mi vida.

—Cambia la música, Prue —ignoré a mi hermano, siguiendo escuchando esa música que me recordaba al verano—. Prue...

—¿Queeé? —pregunté pesadamente.

—Que cambies la música.

—A mí me gusta esta música.

—A mí no.

—No voy a poner el harvey metal ese que escuchas.

—Es heavy, no harvey, Prue.

—Como sea.

Ray empezó a toquetear la radio del coche, cambiando sin parar de canción.

—¡Oye!

—¡Que canciones de mierda escuchas, Prue!

—No quiero escuchar harvey metal.

—¡Heavy!

—¿Me vas a discutir la música ahora que estamos llegando?

—Llevo cinco horas escuchando Pitbull, Sean Paul y Dua Lipa, Prue.

—Por eso, ¿qué más te da quince minutos más?

—Prue...

—Raymond...

—¡Oye! Acabas de romper el pacto de hermanos —dijo haciéndose el ofendido.

—¡Venga ya! Ya somos mayorcitos para eso.

—No tendríamos ese pacto si nuestros padres no fueran unos graciosos con los nombres de sus hijos.

Me quedé en silencio mirando por la ventana la urbanización donde íbamos a vivir. La casa era más grande que la antigua y tenía un patio enorme, rezaba para que la parte trasera tuviera piscina.

Delante del coche de Ray, aparcó una furgoneta y tres niños de los 6 a los 12 años salieron disparados a la puerta de la casa.

—¿Tenemos que salir del coche, Ray? —me quejé.

No contestó, simplemente salió y se dirigió hacia la furgoneta de mis padres.

Primero salió papá. Papá Santino. Con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, supuse que para calmarnos y convencernos de que viviríamos una nueva vida todos juntos.

Sinceramente creía que iba a vivir una nueva vida cuando me fuera a la universidad en un par de años. Y en ningún caso ni mis padres ni mis seis hermanos estaban presentes. Quizás Connie, ella sí podría estar presente.

Mamá salió del coche desesperada, chillando a mis hermanos que se estuvieran quietos. Giró la cabeza hacia mí, que todavía estaba dentro del coche, y con chillidos y espamientos me ordenó que saliera del coche.

—¡Prudence! ¡Más te vale ayudar a colocar todo esto si no quieres hacerte cargo de tus hermanos dos semanas! ¡¿Me escuchas?! ¡Dos semanas! —chilló histérica.

Bufé, me sacudí la cara y salí del coche.

—Vamos, cariño —animó papá pasando por mi lado con una caja enorme en brazos—. No tiene que ser tan malo.

Hasta que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora