—¡PRUEEEEEEEE! —empecé a escuchar.
—¡PRUE, SAL A LA VENTANA!
¿Qué?
Dejé el paquete de diez perchas en la cama y abrí la ventana (aún sin cortinas) de mi habitación.
—¡PRUE!
Abajo estaban Mel y Lina, haciendo aspavientos y moviendo las manos como unas locas.
Y por un momento agradecí que no hubiera nadie en casa. Si mis padres las vieran no me dejarían salir con ellas nunca.
Había pasado una semana desde que nos mudamos. De repente, Mel, Lina y yo nos hicimos muy amigas. Salíamos juntas casi todos los días y tenían confianza en mí para contarme sus cosas, igual que yo en ellas.
—¿Qué hacéis ahí? —pregunté riendo.
—¡¿Nos abres?!
—Está abierto.
Lina se dirigió hacia la puerta.
—¡No, no lo está!
Reí a carcajadas y en seguida fui a abrirles la puerta.
—¡Menos mal! ¿Sabes qué calor hace ahí fuera?
—Llevamos un rato llamándote.
Mel suspiró cansada y fue directa a sentarse en el sofá y a abanicarse con su mano. Nosotras la seguimos.
—¿Y por qué no me llamáis al teléfono?
—¿Recuerdas que se te cayó mi móvil y murió?
Me quedé en silencio.
—Sí. Lo recuerdo.
—Pues entonces la culpa de que dé voces es tuya.
—¿Y qué estabas haciendo, Prue? —preguntó Lina con curiosidad.
—Colocando la ropa. Estoy harta de coger cosas de las cajas.
—¡A ver tu armario! —exclamaron las dos a la vez.
Se levantaron y fueron hacia arriba tan rápido como un rayo. Se dirigieron hacia la única puerta que estaba abierta.
—¿Por qué tu habitación es tan grande, Prue? La mía es justo la de enfrente y no es ni la mitad de grande.
—¡Que exagerada! Lo que le pasa a tu habitación es que la tienes sobreamueblada y sobredecorada.
—¡Qué dices! —chilló Mel a su amiga—. Mira, la mía llega por aquí.
Se quedó estática en el centro de la habitación y trazó una línea imaginaria con su brazo.
—¡Venga ya, Mel! Tu habitación no es más pequeña que el cuarto de baño.
—Si te sirve de consuelo, Mel... Esta es la habitación más grande sin contar la de mis padres. Las demás son enanas.
—Además, esta habitación está vacía. No tiene ni cortinas.
Rodé los ojos.
—Tengo que comprarlas todavía —me excusé.
—Menos mal que la de enfrente soy yo, Prue. ¿Qué pasaría si otra persona te viera cambiarte de ropa?
—¿Me has visto cambiarme de ropa?
—Tienes un pijama de cachorros muy mono —me enrojecí levemente.
—No te avergüences, Prue. Mel tiene uno de patitos.
—¡Y tú de corazones!
Me reí levemente y me pude sentir más aliviada.
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Hasta que te conocí
Teen FictionPrue tiene que hacer una nueva vida y no está nada contenta por ello. ¿Pero y si sus vecinos le hicieran cambiar de opinión? ¿Y si no quisiera volver a su antigua vida?