PREFACIO

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Fatídica noche, corazón roto, malditos por la ambición.

03. 11. 2008

No podía respirar sin hacer un esfuerzo sobre humano, su corazón bombeaba acelerado pues así era el nivel de su agitación. Mientras que las lágrimas empañaban sus ojos negros, un fuerte nudo en la garganta le impedía gritar ahogándolo en el más profundo dolor...

Los había perdido. Todos estaban muertos.

Con todas sus fuerzas corría por el jardín lateral bajo la lluvia que se desplomaba a cantaros del cielo y contra el viento cruel, el cual mecía violentamente los altos robles de la propiedad.

Sin verlo venir, se resbaló por el suelo fangoso y, en consecuencia, un alarido de frustración desgarró su garganta. Sin tardar mucho, hizo acopio a la fuerza de su voluntad para volver a ponerse de pie, consiguiendo entrar a la casa por la puerta de servicio. Con urgencia necesitaba buscar ayuda.

Tomó el primer teléfono que vio para llamar a emergencias, por desgracia, el aparato estaba cortado.

Sin darse por vencido, fue a buscar otro teléfono con el cual poder comunicarse con alguien que acudiera a su socorro, sin embargo, todos los aparatos que encontró parecían inútiles. Aun así, continuó escudriñando cada rincón con más ahínco, aferrándose a la esperanza, poniendo todo su empeño para encontrar otro teléfono que con suerte le permitiera hablar con alguien.

«Quien sea...» Clamó, para sus adentros.

Al final, se dio cuenta que ninguno funcionaba.

— ¡DEMONIOS! — gritó, al tiempo que arrojaba el teléfono local de la estancia al suelo, pues tal era su desesperación.

Su corazón latía desbocado, el amargo sabor se asentaba en su boca, esa impotencia que trae la inseguridad invadía sus fuerzas, pues nada podía hacer, ni siquiera por sí mismo. Sólo quedaba resignarse a recibir aquella lenta y mortífera estocada, que tan amarga como dulce, acabaría con su dolor, pues, de nada serviría gritar y clamar ayuda si nadie podía escuchar.

Estaba solo.

El súbito silencio que se instauraba en los confines de la oscura mansión era sutilmente perturbado por sus sollozos ahogados.

Su hermana, se había ahogado en la alberca, su sobrina estaba desaparecida y sus padres permanecían ausentes en un viaje del que, por alguna razón, él sabía que no iban a volver. Todo el mundo se derrumbaba sobre sus jóvenes hombros, le había sido arrebatado lo poco que tuvo alguna vez, en un parpadeo. La maldición que asechó a su familia por generaciones había llegado para alcanzarlos.

Se odiaba por no poder salvarlos.

De un momento a otro, todas las bombillas estallaron una tras otra y la lluvia fragmentada de chispas y diminutos cristales, cayeron sobre su cabeza. Como reflejo, el chico cerró los ojos y se cubrió con los brazos para protegerse. Luego fue testigo del temible régimen de sombras imperó en el lugar, debido a esto, pues la noche se propagaba con premura, devorando la más mínima luz, sumiendo su entorno en la más densa oscuridad.

Podía sentirla... estaba cerca.

Sin tener las fuerzas para sostenerse se dejó caer de rodillas.

— La muerte toca a la puerta, y no hay nada que puedas hacer... — escuchó a sus espaldas.

Al escuchar esa voz distorsionada en ecos, sintió un hormigueo vacío en el estómago. Lentamente, armándose de valor, se volvió en su dirección sintiendo como la musculatura de los hombros se tensaban víctima de una imperiosa rigidez, adjudicada al miedo, mientras que, pequeñas gotas de sudor frío recorrían sus sienes.

Malditium Gem (La Gema Maldita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora