Capitulo 5: Final Boss.

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Mis pulmones arden... arden, pero como el maldito infierno.

"¡¡PUTA MADRE!! ¡¡PUTA MADRE!! ¡¡PUTA MADRE!!"

Ahora mismo me encuentro recorriendo los pasillos a altas velocidades, tanto como mi cuerpo lo permite. Las puertas de madera y los casilleros verdes se vuelven borrosos por la velocidad que llevo, y no soy el único; mis dos depredadoras me siguen a unos metros de distancia.

Desde el momento en que el grito de Liz llegó a mis oídos, no he parado de correr por nada en el mundo, más aún desde que miré hacia atrás y vi cómo las dos dinos venían corriendo detrás de mí. Sus ojos no se apartan de mí, su presa, y sus largas lenguas babean hacia el suelo como si fueran pastores alemanes persiguiendo un pedazo de carne con patas.

-"¿Cómo demonios este skinnie puede correr tan rápido? ¿Acaso estar calvo le da más aerodinámica o la falta de pelo lo hace más ligero?"-.

-"No importa, solo no lo pierdas de vista. ¡Joder! Ya me estoy cansando"-.

Gracias a Dios, o a la evolución, no importa quién, es que por lo menos en una de las pocas cosas en las que superamos a los dinos es en la resistencia, en mantener un ritmo por más tiempo sin cansarnos demasiado. Ha sido así desde el comienzo de la interacción de humanos y dinos en la prehistoria, cuando los dinos nos cazaban por nuestra carne o piel para sus vestimentas... por fin prestar atención a la clase de historia sirvió para algo.

Mientras trato de no ser alcanzado, la pregunta de si Liz está bien aún se mantiene en mi cabeza. Lo último que supe de ella fue que, a los pocos segundos de empezar a correr, escuché un grito de esfuerzo, seguido por el sonido de los casilleros siendo golpeados por algo. Desde ahí no supe más, pero lo mejor es que me centré en cómo perder a mis perseguidoras.

Aunque mis piernas ya están empezando a doler, el cansancio parece que también le está pasando factura a las dinos, porque poco a poco voy ganando distancia de ellas. Sin embargo, aún se mantienen al margen de no perderme de vista. Tengo que pensar en algo rápido.

La oportunidad se me presenta en forma de una curva cerrada al final del pasillo más adelante. Tengo que tomarla de la mejor forma posible sin perder demasiada velocidad para ganar, aunque sea unos metros más. Mientras nos acercamos a la curva, reduzco la velocidad para doblar sin chocar contra los casilleros del fondo.

-"¿Hmm?... Oh no, estas perras están locas, por Dios santo. Liz tenía razón, han perdido la cordura"-.

Esos son mis pensamientos al sentir que el ritmo del sonido de los pasos atrás mío no cambia en lo más mínimo y se empiezan a oír más cerca. Siguen corriendo a la misma velocidad; al parecer, les importa una mierda chocar con los casilleros con tal de no perder velocidad y alcanzarme. De todas formas, no puedo bajar mucho el ritmo porque si no me pueden alcanzar, pero sí o sí tengo que hacerlo si no quiero quedar anclado en los casilleros.

Ya estamos llegando a la curva cerrada. Miro detrás de mí y una de las chicas toma la delantera sobre la otra, extendiendo el brazo tratando de agarrar mi mochila. Pero el momento de la verdad ha llegado.

Tomo la curva como si fuera un auto de Fórmula 1 se tratase. Mis zapatillas rechinan contra el suelo por la fricción al tratar de estabilizarme lo más posible. Mi hombro izquierdo roza ligeramente los casilleros, logrando pasar por centímetros.

¡CLANG! ¡CLANG! ¡CLANG! ¡CLANG!

Tal como dije, la dino que trataba de sujetar mi mochila toma la curva como yo lo hice, solo que falla estrepitosamente. Su lado izquierdo golpea los casilleros seguidamente, hasta que por los golpes pierda el equilibrio, haciéndola caer de forma torpe y dura contra el suelo. Momentos después, su compañera que iba más despacio literalmente se desliza por la curva, pareciendo como si estuviera haciendo drift con los pies, pero de nada le sirve haber tomado bien la curva cuando, por culpa de su compañera, tropieza con ella haciéndola caer también al suelo.

La prisión del RatónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora