Prólogo

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David Miles no creía lo que estaba viendo. Había dedicado toda su vida a su investigación y durante muchos años había imaginado un resultado positivo pero tras muchos intentos fallidos sus esperanzas habían menguado. Sin embargo, en esta ocasión todo había salido diferente, había digitado los datos de su formula en el ordenador y tras algunos instantes de espera el vórtice se había abierto y permanecía estable dejando ver a través de él otra dimensión.

Había reconstruido su laboratorio en medio de una montaña que se encontraba en una zona alejada del país para evitar los daños a terceros por si algo salía mal. En el pasado el gobierno había clausurado sus investigaciones, cerrado su laboratorio, y condenado a David con cincuenta años de cárcel por una gigantesca explosión que había arrasado con la mitad de la ciudad. Así que la mayor parte de su fórmula la desarrolló en los años que permaneció en su celda. La pena se redujo a veinticinco por labores sociales y buena conducta, y una vez se halló libre, en secreto, reconstruyó el laboratorio. Tenía sesenta y cinco años, la cara llena de arrugas, los ojos cargados de ojeras, la piel flácida, moteada y su cabello blanco y escaso. Una vez estuvo libre se financió secretamente y siguió con su investigación. Esta había sido provechosa en los últimos años, por lo menos en la teoría, y prometía excelentes resultados. Sus inversionistas guardaban la esperanza y apostaron a que David pudiera alcanzar grandes cosas para la humanidad. Finalmente sus años de esfuerzo y trabajo rendían fruto.

Ubicado tras una espesa capa de vidrio reforzado, en una sala ubicada en el centro del laboratorio, construida con paredes de acero reforzado, y sesenta centímetros de espesor, estaba el vórtice: un agujero en el espacio-tiempo, anclado a cuatro brazos mecánicos que lo estiraban e impedían su colapso total. David sentía un ligero temblor en sus pies pero sabía que esto era normal una vez se abriera el vórtice, la potencia de varias estrellas de neutrones proporcionaba la cantidad necesaria de gravitones para mantener la puerta dimensional abierta.

Una vez todos los controles de seguridad señalaron verde, David, cruzó la puerta de la sala. Al entrar, su rala cabellera blanca se extendió hacia la vorágine interdimensional. El resto de su cuerpo permanecía sin que la fuerza gravitacional lo atrajera. «Es estable -pensó David. -Absolutamente estable.»

-No debe acercarse mucho, señor. Aún no estamos seguros qué pueda suceder. -Dijo Camila su más fiel ayudante.

-Nada me arrebatará este momento, Camila. Nada. Llevo muchos años de fallas, frustraciones, burlas y ahora ante mí se levanta mi redención, el fruto de mis años, mi pase para la posteridad histórica. -Extendió los brazos, abrió las manos y gritó: -¡Este es el fruto a mis años de estudio! ¡Mi regalo a la humanidad!

-Es maravilloso, señor. Por fin lo ha logrado.

-No, lo hemos logrado, Camila. Todos lo hicimos: tu, yo, todo el equipo; la humanidad entera. -Corrigió David a su ayudante. Con la manga de su bata limpió una lágrima que le corría por los ojos.

Llenó sus pulmones con un aire cálido que salía de aquella grieta del espacio-tiempo, fijó su mirada a través de ella y vio un desierto que se extendía en todo el horizonte. Una luz anaranjada iluminaba todo ese mundo al que ahora podían tener acceso, el cielo de un tenue color azul-rojizo le recordó a las muchas fotografías que se conocían de marte. Pero no era el planeta rojo. Del otro lado recibía una cálida brisa que contenía un aire respirable. «Pronto la exploración interdimensional será posible.» Pensó David.

-Señor, sobrecalentamiento en el área trece. Treinta y cinco por ciento. -Comentó George, jefe de su esquema de seguridad del proyecto.

-Ventílala, no es un porcentaje mayor. -Le contestó Gustavo.

-Está bien, señor.

El suave temblor bajo sus pies comenzó a aumentar. Un ruido proveniente de uno de los brazos mecánicos le llamó la atención. Observó detenidamente hacia la dirección de aquel sonido y pudo ver un ligero temblor en la estructura.  Sintió como su bata comenzó a dirigirse a aquél vórtice. No pasó mucho tiempo para que las alarmas comenzaran a sonar y una intensa luz roja llenara todo el lugar. El vidrio protector comenzó a sonar como si se resquebrajara, pero no podía ver grietas en su superficie.

-¡Situación crítica, señor! -Comentó nuevamente George. -Debemos apagar el sistema. ¡La actividad solar está interfiriendo con la estabilidad del vórtice!

-¡No hay tormentas solares en esta época del año, por eso escogimos esta fecha!

-¡Sobrecalentamiento al 90 por ciento, sistema de ventilación al 120, y recalentándose! ¡Señor! - Gritó George con desespero.

-¡Apágalo! -Gritó por encima de las sirenas. «Lo volveremos a levantar, ahora es más estable.» -¡Apágalo! -Repitió. Pero veía que George no se movía, con el canto de su mano hizo una línea recta sobre su garganta indicándole lo que debía hacer. Pero notó que este no se movía. De hecho nada alrededor lo hacía. -¿Qué está pasando?- «Dilatación del tiempo.» le sobrevino la respuesta como un duro golpe a su cabeza. «Rayos.» pensó.

De repente sus pies comenzaron a ceder a la atracción gravitatoria del vórtice, comenzó a luchar pero pronto se dio cuenta que sería imposible. Los bordes del mismo se desfiguraron y se veían como una corriente eléctrica en un flujo interminable hacia adentro.  El desierto desapareció y su espacio se llenó de una esfera negra en la cual sobresalía una luz en su centro. Los brazos mecánicos que sostenían la estructura finalmente fueron vencidos y despedazados por la fuerza de gravedad y colapsaron en espiral hacia el centro de la esfera. David fue atraído segundos después. El aire que respiraba tenía un penetrante olor a azufre. A su alrededor observó los pedazos de todo su laboratorio, viajando al lado de él hacia el centro. Sin embargo, en ningún momento chocó con nada, entre cada objeto existía un vacío de varios metros o kilómetros. En la distancia su mirada se encontró con la de Camila, la cual, aterrorizada, se aferraba con todas sus fuerzas a una estructura de metal. El pánico en su rostro le hizo sentir un remordimiento a David, alzó la cabeza y aún podía ver todo el laboratorio estático ante el vidrio protector. Un momento después la aceleración fue más rápida, sus pies se estiraron hacia el centro, sintió un dolor intenso que le recorrió por todo el cuerpo, pero a la vez no sintió nada, quiso gritar pero todo terminó en un destello blanco.

El vórtice.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora