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Despertó con la cabeza hundida sobre el agua, la elevó con fuerza y tomó una honda bocanada de aire con la cual llenó sus pulmones, se sostuvo sobre sus brazos hasta que estos empezaron a desfallecer, se volteó y se dejó caer sobre el río una vez más. Respiró profundo hasta que la claridad de su cabeza volvió.

«¿Dónde estoy?»

Buscó en sus recuerdos un indicio de dónde estaba pero todo lo que podía ver era un telón negro. No había nada antes de despertar en el río. La corriente bañaba su cabeza mientras que el resto de su cuerpo descansaba sobre las piedras de la orilla. Con cada respiración se sentía más lucido, más fuerte pero más confundido acerca de dónde estaba y quien era. No recordaba nada y cada vez que intentaba traspasar aquel telón negro en busca de un recuerdo que lo guiara sentía un corrientazo en la cabeza.

«¿Quién soy?»

Se quedó dormido y empezó a soñar con una chica delgada, de piel trigueña que lo llamaba, en su sueño reconocía el nombre pero su sonido le resultaba extraño, como si de otra lengua se tratase. Se encontraban en una llanura de pie y con el sol a cuestas. El aroma de las flores llenaba todo el ambiente, él corrió hasta la chica y cuando llegó a donde ella, la tomó de la mano y le dio la vuelta. La observó directamente a la cara, le acarició el rostro y se centró en sus ojos: Azules, brillantes, con la mirada nostálgica.

«¿Dónde estoy?»

Un rayo de sol lo sacó de su ensoñación. El cálido resplandor sobre su rostro le hizo recordar que aún se encontraba acostado con la cabeza metida en el agua tambaleándose por la fuerza del río. Se levantó, lavó su rostro y caminó hasta la porción más seca de la arena. Lucía una extraña capa blanca que se extendía hasta sus brazos. Estaba destrozada y sucia por el barro que se formaba en la orilla. De la solapa guindaba un rectángulo de color verde, lo tomó y lo examinó con atención: unas extrañas figuras de color naranja estaban en la superficie, en un recuadro más pequeño se hallaba el rostro de un anciano demacrado que no reconoció. Lo lanzó al rió y observó como la corriente se lo llevaba. «Río abajo, debería ir río abajo.» pensó cuando aquel objeto escapó de su vista. El sol se hallaba casi en el centro del cielo, la luz apenas y pasaba por entre las hojas de los árboles por lo que una extraña oscuridad se cernía sobre el lugar. Era un ambiente cálido y reconfortante, parecido al de su sueño, sin embargo, no había el olor de las flores; en su lugar se sentía el olor del barro y la humedad.

«¿Quién soy?»

Se despojó de la capa blanca y por debajo de ella estaba vestido con una camisa de color marrón que estaba hecha harapos. No tuvo necesidad de arrancarla ya que esta se cayó sola al no ser sostenida por más nada. Sintió la brisa fría que salía del río la cual le erizó la piel. Quedó con los pies descalzos, un pantalón que aún se mantenía integro y el torso desnudo. Al medio día emprendió la marcha, decidió caminar por medio de la espesura por si alguien lo observaba desde la jungla. Conservaba la esperanza que esa ruta lo guiara a algún lugar donde existiera alguien que lo ayudara. Por el camino sintió un aroma agradable que le hizo agua el paladar por lo que se desvió en aquella dirección, siempre atento a que el sonido de la ribera no fuera imperceptible ya que este era su único punto de referencia. Para su fortuna a unos cuantos metros halló árboles con frutos y algunos arbustos con bayas. Con la punta de la lengua probó algunos de ellos, descartando los amargos y aquellos de colores intensos y llamativos por el temor que fueran venenosos. Guardó algunos en unas bolsas hechas con la tela de la capa blanca y las colgó del cinto de su pantalón. Cuando estuvo satisfecho volvió a la ribera tomó algo de agua y siguió su camino por medio de la selva. Al caer el sol descansó sobre un lecho de hojas cerca del río.

«¿Dónde estoy?»

Con los primeros rayos del sol siguió su camino. Desayunó parte de los frutos que había recogido el día anterior, pensando que hallaría más en el camino los devoró todos. Pasaron varias horas antes que consiguiera algo comestible nuevamente. En esta ocasión no hubo abundancia de frutos, las pocas bayas que encontró estaban agrias y la mayoría secas. Las comió aún así. Esa noche no durmió temiendo que aquellos frutos fueran venenosos y que la muerte le llegara por encontrarse dormido. En la tarde del tercer día sus fuerzas habían menguado y casi no podía caminar, sentía un intenso ardor en la barriga que le molestaba para respirar. Seguía moviéndose a la orilla del río pero fuera de algunas partes donde el agua se empozaba y este se ensanchaba un poco no halló nada. Caminó unos metros más y se refugió en medio de unas rocas gigantes que se hallaban cerca de la ribera. Cuando despertó aún era de noche, observó el firmamento y lo halló cubierto de estrellas, no había luna pero el fulgor de las mismas llenaba de luz el entorno. Calmó el dolor de su estomago tomando grandes cantidades de agua, pero solo fue un alivio momentáneo. En un par de horas el dolor había vuelto. Esa noche soñó con una hoguera y él ardiendo en medio de ella.

«¿Dónde estoy? ¿Quién soy?»

Siguió caminando varios días sobre las rocas, por las noches se refugiaba debajo de las gigantes. En pequeños estancos que se hacían de manera natural encontró unos peces alargados y de color naranja que nadaban en contra de la escasa corriente que se colaba por entre las rocas haciendo que fuera más fácil atraparlos. Los comió apenas los halló y guardó algunos otros en las bolsas de su cinto. Durante algunos días se alimentó a base de peces crudos, la carne suave, que se escabullía en su paladar y lo escaso de su sangre hacía que aquello fuera un manjar para él. Una noche cayó en cuenta que el sonido del río era cada vez más alto a pesar que su corriente parecía ir más lenta. Así que decidió volver a la orilla, más por miedo de aquel sonido que por precaución. Caminó durante todo el día y al caer la noche la ribera se extendía por medio de la vegetación. Con el agua hasta la cintura apartaba unos tentáculos fríos y húmedos que se interponían en su camino, al pisar tierra firme siguió recorriendo una pendiente con una inclinación difícil de transitar, apoyaba sus pies en rocas o raíces a medida que avanzaba y con sus brazos se afirmaba en los troncos de los árboles. Llegó a la cima cuando el sol ya rayaba el día. Caminó unos metros, se paró en una roca y contempló todo lo que había colina abajo: el río se extendía hasta una orilla muy lejana. Un estruendo llenaba el aire y unos kilómetros más adelante una inmensa capa blanca, que se movía lentamente hacia arriba, se erigía sobre el río. «Una cascada.» Pensó. Aquella palabra le salió de manera natural aunque no podía decir con certeza de dónde la había aprendido. Se sentó en aquella roca, con la cabeza gacha y el alma partida lloró amargamente. Comió lo último que le quedaba de los peces y con la tela de la bolsa se sopló la nariz.

Una rama se rompió detrás de él y antes de que pudiera voltear sintió la presión de un objeto frío y afilado sobre su mejilla.

-¡Dudun shutupirá! -Dijo una voz gruesa y átona mientras presionaba su mejilla. - Dudun shutupirá. -Repitió.

-Ho... hola. No me haga daño por favor. -Alzó las manos, con las lágrimas recorriéndole las mejillas. -Se lo suplico, no me haga daño.

-Ritashpani. Su su garturunpura. Mishta comtomporri.

-Escuche -Sollozó. -: Estoy perdido, perdido. No sé quién soy, ni dónde estoy. -« Es inútil lo que le diga, no me entenderá» siguió con su cara hacia dónde lo dirigía la presión del objeto, el hombre lo bajó hasta su espalda y otra mano le agarró su muñeca y la envolvió con un material rústico, apretándola la bajó hasta su espalda y repitió lo mismo con su otra mano. Lo levantaron y al voltearlo pudo ver que no era solo un hombre, había todo un grupo con él: altos, fornidos, de piel rojiza, con escamas en el rostro y púas en sus muñecas. Tragó saliva al ver que todos tenían objetos puntiagudos y afilados en sus manos, y lo que parecían huesos humanos en su vestimenta. Uno de ellos salió de en medio del grupo, de espaldas anchas, alto y fornido se dirigió hasta él.

-Así que tenemos otro mediterráneo, vaya suerte la nuestra. -Rió estruendosamente. Guardó su cuchillo y en aquel idioma gutural dio unas indicaciones al grupo. -Ahora vendrás con nosotros -con una mano que terminaba en afiladas unas le apretó las mejillas le movió la cabeza a los lados y le dijo suavemente -. Si intentas escapar te matamos.

El vórtice.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora