𝐸𝑙 𝑣𝑎𝑙𝑙𝑒 𝑑𝑒𝑙 𝐸𝑠𝑡𝑒 | 𝑆𝑎𝑏𝑖𝑡𝑜

La riqueza que alguna vez fue.

Hace muchos años atrás, cuando dragones y basiliscos zurcaban los cielos con libertad, entre los rincones de los altos valles se encontraba el Reino de Ampholi.

Durante años la paz y alegría abundo en los corazones de todos los súbditos, viviendo entre armonía y gozando de infinitas riquezas; Desde telas púrpura hasta monedas de oro.

El amor entre los Reyes y su pueblo se fortalecía con cada nuevo día y con la llegada del Príncipe Heredero, el reino se lleno de dicha y felicidad.
En sus primeros años de vida, el príncipe fue feliz junto a sus adorados padres.

El Rey con firmeza y dedicación le enseñó el poder del mandato, la valentía y la bondad que debía entregarle a su pueblo, mientras las Reina le inculcó la importancia de la generosidad y amabilidad. Así el Principe fue capaz de ganarse el amor y lealtad de su pueblo a la corta edad de 6 años.

Con el paso del tiempo el príncipe cumplía y honrabá su papel, llegando incluso a liderar su propia tropa real.

Sin embargo, la paz duró muy poco.

Un día el reino fue atacado por un cruel y malvado hechicero quien cegado por la envidia hacia el rey, destruyó el pueblo.
Muchos aldeanos y guerreros intentaron detenerlos pero en sus intentos sucumbieron.

Incapaz de permitir el sufrimiento de su gente, el Rey blandió su espada sin temor. La reina preocupada corrió tras su amado esposo, apoyándolo con sus conocimientos en las artes blancas.

Aunque sus niñeras intentaron controlarlo, el príncipe escapo del escondite en donde sus padres le habían dejado y sin dudarlo tomó su corcel y espada, dispuesto a entregar su vida por el bienestar del reino.

La lucha pareció eterna, mientras los soberanos combatían la crueldad del hechicero, su adorado hijo protegió a su gente, reguardandolos de todo mal.

Una vez cayó el arrebol, el malvado hombre se desplomó en el suelo, los gritos de victoria resonaron y las espaldas se alzaron al cielo. Sin embargo cuando se pensó que el cruel manto que habia cubierto el pueblo había sido derrocado, la desgracia ocurrió.

Con su último aliento y desesperado por impedir su inminente descenso, el hechicero lanzó una maldición que acabó con su propia vida y la de los Reyes.

En su desesperación por salvar a sus padres, el príncipe corrió con su espada dispuesto a acabar con su existencia y liberar el alma de sus padres, pero sus guardias le impidieron continuar.

Deseando que su hijo viviera, la reina utilizo su último aliento para cubrir a su gente y sus tierras de la crueldad recitando un solemne juramento:

"Yo seré tu guía y tu bondad, honra a tu deber y busca aquello que se encuentra escondido entre carbones y escombros, eso que no se ve pero diamante es. Solo así la paz volverá y el mal acabará."

Y así, sin importarle su propia vida impuso su voluntad y la de su esposo en una fina espada de cristal que sería la encargada de librar al pueblo de toda oscuridad.

Los años habían pasado y lo que alguna vez fue un hermoso y vivaz reino ahora era una vieja leyenda. Nadie sabía con exactitud si alguna vez existío tal lugar o semejante maldición. Aunque muchos creían en ella otros afirmaban que era un simple y vulgar relato para espantar a los niños mal portados.

Real o no todos coincidían en algo, el valle del Este estaba maldito y bajo ninguna circunstancia se debía cruzar los límites del pueblo de Xeinfer, de lo contrario la desgracia caería sobre todo aquel que irrumpiera en el bosque maldito.

Sin embargo, muy pronto llegaría el día en que el Reino que alguna vez existío renacería en una noble alma que sin saberlo, había nacido para luchar.

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Mi maldición me recuerda todos los días lo inútil que fui, lo incapaz que he sido y el mal que he causado.

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