Capítulo 2

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La tormenta ha amainado. El mar está casi tranquilo, y un viento fresco, casi frio, llega con la proximidad del alba, barriendo las nubes.

El frágil bote, que resistió la tempestad, encalla en la arena de una profunda grieta, tallada en la roca viva por los golpes del mar, y otra vez salta la muchachita metiéndose en el agua para sacar a tierra la barquilla, dejándola a salvo. Luego, sus pies descalzos, endurecidos por la intemperie, trepan por los peñascos afilados, primero con agilidad de felina, después más lentamente, como si no quisieran llegar hasta el lugar a donde van. Ya en lo alto del farallón de rocas, parece como si fuesen de plomo, se detienen a cada instante, tiemblan como si fueran a tomar otro rumbo, y al fin llegan hasta el hueco sin puerta, entrada de la mísera cabaña que es la única habitación, humana en el Cabo del Diablo.

Una voz de enfermo, cargada de rencor, pregunta:

– ¿Quién es?

– Soy yo Mina...

– ¡Mina del Diablo!

Del camastro donde yace, con febril esfuerzo se ha incorporado un hombre que más parece, un despojo humano: la piel sobre los huesos; las mejillas hundidas; sucios, crecidos y revueltos el cabello y la barba, la boca, un hueco crispado de dolor, por vestidos, unos sucios andrajos. Inspiraría compasión profunda si no fuese por su mirada: ardiente, audaz, desafiadora, cargada de odio, relampagueante de rencor, como cargadas de odio y amargura suenan cada una de sus palabras.

– ¿Y el perro que te mandé buscar? ¿Viene contigo? ¿Dónde está? ¿Dónde está el maldito Akita Myoui? ¡Corre... llámalo! Tráelo, dile que pase. ¡Un poco más y no puedo aguardarle!

– No vino conmigo – se excusa la muchacha.

– ¿No...? ¿Por qué? ¿No hiciste lo que te dije, maldita? ¿No llegaste a su casa? No me obedeciste, ¿eh? Ahora verás...

Ha tratado de levantarse, pero cae de nuevo sin fuerzas, para quedar inmóvil, extenuado, los ojos vidriosos. La muchacha le mira impasible, sé acerca paso a paso, con una expresión extraña en sus profundos ojos altaneros, y afirma:

– Si; llegué a su casa...

– ¿Y le diste la carta?

– Sí, señor, en la mano.

– ¿Y no vino después de leerla?

– No la leyó. Dijo que no conocía a nadie que se llamara Min...

– ¿Dijo eso el perro?

– Y se fue en coche a una fiesta donde lo estaban esperando.

– ¡Maldito! ¿Y tú qué hiciste entonces? ¿Qué hiciste?

– ¿Qué iba a hacer? Nada.

– ¡Nada... Nada! Sabes que me estoy muriendo. –. Sabes que necesito que venga, ¡Y no haces nada! ¡Tenías que ser quien eres!

– ¡Pero, padre...! – suplica la muchacha.

– ¡No soy tu padre! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No soy tu padre. ¡Cuando esa maldita volvió a buscarme, cuando vino a buscar mi amparo, ya te traía en los brazos! ¡No eres hija mía! Si ella, además de engañarme, me hubiera robado una hija mía, yo la habría matado. Pero no, volvió con la hija de otro, con la hija de ese canalla... ¡Contigo!

– ¿Hija de quién?

– ¿De quién... ¿de quién? ¿Quieres saberlo? Para decírselo, lo mandé llamar. Hija de él, de ese, del que se iba en coche a una fiesta mientras yo veo acercarse a la muerte.. Del que me lo quitó todo, del que me lo robó todo, para darme, en cambio, a ti.

Corazón Salvaje                                                       | MichaengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora