La mansión Magnes Martincielo, se volvió un hogar de secretos y sombras que acechan en cada esquina, fue el lugar al que llegamos mis hermanos gemelos Razzle y Dazzle y yo, Charlotte Magnes, después de una tragedia que nos dejó sin padres. Bajo la m...
"La vida misma es un hermoso lienzo que siempre cambia y sabe cómo sorprendernos cada día"
Si tuviera que definir mi vida antes de enero en una sola palabra, sería maravillosa. Vivíamos en una acogedora casa a las afueras de Nantes, Francia. Siempre llena de risas y amor. Papá, con sus ocurrencias y sus historias interminables sobre aventuras pasadas, era el alma vibrante de nuestro hogar. Mamá, con su calidez y dulzura, tenía el don de hacer que cada día se sintiera especial. El aroma de comida casera impregnaba cada rincón de la casa, y los abrazos de ambos siempre fueron mi refugio seguro.
Pensé que mi vida ya estaba completa, pero mejoró aún más el nacimiento de mis hermanos gemelos, Razzle y Dazzle. Dos pequeños llenos de energía y travesura, cuya alegría y juegos iluminaban aún más nuestro hogar. Su risa resonaba en cada habitación, y su presencia añadía una nueva dimensión de felicidad a nuestras vidas. En cada rincón, en cada momento, sentía que nuestra casa estaba rebosante de vida y amor.
Pero, fui ingenua al creer que todo seguiría igual. Todo cambió aquella fatídica tarde. Los caballos, normalmente dóciles y obedientes, se desbocaron inesperadamente, llevándose a nuestros padres para siempre. Mamá y papá estaban montándolos cuando ocurrió el accidente. Solo recuerdo los gritos, la desesperación, y luego... el silencio sepulcral. Fue como si el mundo se hubiera detenido. Me quedé congelada al ver que ninguno respondía. Ese momento se convirtió en un traumático instante de dolor y pérdida que jamás olvidaré.
El día del funeral fue un evento solitario para mí. Me sentí como una marioneta movida por hilos invisibles. Sabía que Razzle y Dazzle no podrían soportar la noticia, y no quería que fueran testigos de una dolorosa despedida; solo tenían cinco años. Así que decidí ir sola, acompañada únicamente por algunos conocidos de nuestros padres. "No tienes que fingir ser fuerte, Charlotte," dijo el señor Stolas mientras acariciaba suavemente mi cabeza. Asentí y dejé fluir las lágrimas, permitiendo que rodaran por mis mejillas. Una parte de mí seguía sin creer que ellos ya no estaban. Esa noche, al regresar a casa, mis hermanos, en su inocencia, aún esperaban su regreso, convencidos de que todo volvería a ser como antes. No tuve el corazón para decirles la verdad, así que solo les dije: "Sí, ellos volverán pronto." Me volví una mentirosa.
Sin embargo, algo más ocurrió. Días después del funeral llegó una amiga de la familia. Conocía a la señorita Rosie Lonwel desde que tenía la edad de mis hermanos, gracias a mamá, pero me di cuenta de que sabía muy poco sobre aquella adorable mujer y que eran pocas las veces que la había visto. Era amable y cálida, como una segunda madre. Así que después de darme el pésame, mencionó que debíamos mudarnos con un pariente algo lejano para tener un respaldo económico estable, acepté de inmediato. Incluso a mis dieciocho años, sabía que el dinero se acabaría en algún momento. "Las inversiones y negocios requieren de una mente fría, cariño", solía decir papá. Así partimos con ella. Fue una sorpresa impresionante descubrir que ella venía desde muy lejos y aún más que la casa de nuestro familiar estaba al otro lado del Atlántico, en un lugar llamado Nueva Orleans, en Louisiana.
El viaje duró diez días, y los únicos que parecían divertirse eran mis hermanos, corriendo y saltando por todo el barco. Al menos la señorita Rosie demostró una gran paciencia con nosotros, lo que me hizo sentir más segura. Me contó que quien nos recibiría era el hermano de mi difunto abuelo, el tío abuelo Miguel Magnes Martincielo. Cuando nuestro viaje llegó a su fin, parecía que la propia Nueva Orleans nos daba la bienvenida, comenzando con una suave nevada. Viajamos en un elegante automóvil desde el muelle hasta una zona que la señorita Rosie llamaba el Garden District.
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