Capítulo 2

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A inicios de la tercera semana todavía no sentía los efectos del cansancio físico, pero sí un poco del cansancio mental. Quería sentarme un rato, perder el tiempo o al menos avanzar unas cuántas páginas de algunos de los libros que traje. Pero Mica de verdad que absorbía tiempo.

Si no veía la televisión, jugaba con sus muchos juguetes. Y si no, entonces quería correr por el jardín, usar el trampolín o quedarse en su casita de madera. Para desgracia mía, esos días tuvo una fijación por las mariposas, así que solo quería estar afuera, fingiendo que era una bonita mariposa amarilla.

Como la piscina estaba en medio de su basto jardín, estaba obligada a no quitarle los ojos de encima para evitar un fatal accidente. Recorrí una de las sillas hasta la orilla de la terraza y me senté bajo la sombra para observar, abanicándome con un pedazo de cartón porque estábamos a treinta y cinco grados y el aire acondicionado de la casa no llegaba hasta mi sitio.

Mica yacía de lo más normal bajo el sol mientras a mí se me escurría el sudor de la frente y el cuello. Se reía, sacudía unas cuantas flores y fingía que volaba como toda niña de tres años. Yo la seguía con los ojos, pero poco a poco mi mente empezó a divagar. Era lo único que podía hacer como distracción.

Por un momento imaginé que Mica era mía, aunque fue difícil porque no pude igualar el amor que mi prima Ailyn sentía por ella. Después imaginé lo mucho que me dolió el parto, abrazarla cuando era minúscula, ponerle nombre, pensar que dependería de mí por los próximos años. Pero todo me aterró al instante, contrario a lo que esperaba sentir. Además de ser muy joven para pensarlo, no me nacía ni una chispa de deseo futuro.

Yo era de esas jóvenes que querían vivir siempre en el presente y no preocuparse por nada más. Yo quería vacacionar, seguir los planes que tenía en un principio, hacerme la tonta todo el verano. Por eso cuidar a Mica y a mi tía me resultaba cada vez más difícil; no sentía que viviera el momento.

Fue entonces cuando me di cuenta de que también podía vivir mientras ayudaba a la familia Figueroa, aunque, pensándolo bien, la pequeña Mica me ayudó a descubrirlo.

Se me acercó con una flor amarilla y minúscula en las manos, me la tendió con una gran sonrisa y después tomó mi mano para que me levantara y la siguiera. Con breves palabras en inglés, me pidió que jugara a las mariposas con ella.

Tan pronto como nos acercamos a los arbustos florales del jardín, Micaela comenzó a aletear con los brazos para simular sus alas. Avanzó hacia mí y me jaló de la blusa para que hiciera lo mismo.

Aunque me diera un poco de vergüenza, imité sus movimientos. Nadie más que ella me vio hacerlo, así que me relajé y pronto, antes de darme cuenta, empecé a disfrutar de aquel juego sin sentido. Olvidé por un instante que estaba cuidando a mi sobrina y también olvidé los motivos por los que estaba en su casa.

 Olvidé por un instante que estaba cuidando a mi sobrina y también olvidé los motivos por los que estaba en su casa

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Poco a poco dejé de ser tímida con los Figueroa y empecé a participar en su familia. Después de todo, iba a quedarme con ellos por aproximadamente dos meses más.

El desierto no está solo [ACTUALIZANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora