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Spreen y Roier se conocieron en una fiesta cuando Roier tenía dieciocho años y Spreen veintiuno. Fue una de esas noches mágicas donde todo parecía posible y el futuro brillaba con promesas. La atracción fue instantánea, y antes de que la noche terminara, ya estaban intercambiando números y haciendo planes para verse de nuevo.

Dos años después, Spreen, ahora con veintitrés, trabajaba como programador en una empresa tecnológica, mientras que Roier, de veinte, había ingresado a la universidad para estudiar literatura. Al principio, todo fue maravilloso. Spreen era cariñoso y atento, y Roier sentía que había encontrado a su alma gemela. Pero con el tiempo, las inseguridades y los celos de Spreen comenzaron a aflorar.

Cada vez que Roier mencionaba a algún compañero de clase, Spreen se ponía nervioso y exigía saber todo sobre esa persona. No soportaba la idea de que otro hombre pudiera acercarse a su novio. Roier intentaba tranquilizarlo, asegurándole que no había nada de qué preocuparse, pero la situación solo empeoraba.

Un día, después de una discusión particularmente intensa, Roier tomó la difícil decisión de terminar con Spreen. No fue una decisión fácil; Spreen había sido su primer amor, y dejarlo era como arrancarse una parte del alma. Cuando finalmente le dijo a Spreen que quería terminar, este se negó a aceptar la ruptura.

—No puedes hacerme esto, Roier —le suplicó Spreen, con los ojos llenos de lágrimas—. Si me dejas, me voy a matar.

Roier, aterrorizado ante la idea de que Spreen pudiera cumplir su amenaza, cedió y decidió quedarse. Pero la relación se volvió insostenible. Spreen empezó a beber y, algunas noches, volvía a casa borracho y violento. Roier soportaba los abusos, convencido de que debía proteger a Spreen de sí mismo.

Todo cambió cuando Roier conoció a Cellbit en la universidad. Cellbit era encantador, inteligente y comprensivo, y pronto se convirtieron en amigos inseparables. Roier le contó todo sobre su relación con Spreen, y Cellbit, horrorizado, lo convenció de que tenía que terminar con él de una vez por todas.

Finalmente, Roier reunió el valor para escapar. Una tarde, mientras Spreen estaba en el trabajo, Roier empacó sus cosas y se fue sin dejar rastro. Encontró refugio en casa de Cellbit, quien lo apoyó en todo momento.

Cuando Spreen regresó a casa y encontró el lugar vacío, sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Intentó llamarlo, pero Roier había cambiado de número. Durante semanas, Spreen vagó por la ciudad, buscándolo desesperadamente.

Un día, mientras paseaba por el parque, los vio. Roier y Cellbit estaban sentados en un banco, tomados de la mano, y se besaron. Spreen sintió una punzada de celos y dolor tan intensos que casi lo hicieron caer de rodillas. Pero en lugar de confrontarlos, se dio la vuelta y se fue, sintiéndose más solo que nunca.

La depresión de Spreen fue profunda y oscura. Perdió su trabajo, se alejó de sus amigos y pasó días enteros sin salir de su apartamento. Finalmente, incapaz de soportar el dolor, tomó la decisión de acabar con su vida.

Roier recibió la noticia una tarde lluviosa. La policía lo contactó porque había sido el último contacto de emergencia registrado por Spreen. La culpa y el remordimiento lo invadieron, pero Cellbit estuvo a su lado, consolándolo y recordándole que él no tenía la culpa.

Con el tiempo, Roier encontró la fuerza para seguir adelante. La relación con Cellbit floreció, y aunque el recuerdo de Spreen siempre sería una sombra en su vida, aprendió a vivir con ello. Sabía que no podía cambiar el pasado, pero podía construir un futuro donde el amor no estuviera teñido de miedo y dolor.

Y así, Roier y Cellbit continuaron juntos, construyendo una vida basada en el respeto y la comprensión, mientras el fantasma de Spreen se desvanecía lentamente en el pasado.

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