En el tranquilo pueblo de San Esperanza, donde todos se conocían y las noticias volaban más rápido que el viento, vivía Valeria, una chica de 16 años con una personalidad vibrante y una risa contagiosa.
Era conocida por su pasión por el dibujo y su capacidad para ver la belleza en las cosas más simples. Su mejor amiga, Carla, era su confidente y compañera de aventuras.
Una mañana de primavera, mientras Valeria se dirigía a la escuela, notó a un chico nuevo en la parada del autobús. Era alto, con cabello oscuro y desordenado, y una expresión algo perdida. Valeria, siempre curiosa, decidió presentarse.
El chico se llamaba Alejandro y acababa de mudarse desde la ciudad con su familia.
Desde ese momento, Valeria y Alejandro comenzaron a hablar todos los días en el autobús. Compartían sus gustos musicales, sus sueños y miedos...
Alejandro le contó que su familia se había mudado para empezar de nuevo tras la muerte de su madre. Valeria sintió una profunda empatía por él y decidió que haría todo lo posible para hacerle sentir bienvenido.