Capítulo 8

13 5 1
                                    

8

Christian

A la mañana siguiente todos en el equipo de americano estábamos entretenidos hablando con Mike Anderson, el entrenador. Este no podía estar más orgulloso de sus chicos, las Cobras Negras habían ganado varias temporadas seguidas y todos pensaban que este año no sería la excepción, pero nosotros habíamos ganado, sus chicos, no las Cobras. Se podía ver la suficiencia en su rostro, como cuando un padre ve que su hijo ha crecido bien.

—Chicos, estoy muy orgulloso de ustedes, se lo merecen, se han esforzado muchísimo esta vez—afirmó mientras sus lágrimas amenazaban con hacer acto de presencia—. El rector de la universidad está muy emocionado, me dijo que les tendría una sorpresa.

Todos quedamos expectantes esperando que el entrenador dijera qué sería.

—¿Qué están esperando? No les diré nada, es una sorpresa.

A Mike le resultaba divertido hacernos sufrir y, a pesar de que él no tenía hijos, se sentía el padre de esta manada de grandullones. Éramos sus hijos de corazón. Nos exigía muchísimo, es verdad, pero era increíble y siempre estuvo con nosotros en las buenas, las malas y las peores, nos ha ayudado a salirnos de problemas tanto pequeños como grandes y de cierta manera nosotros también le teníamos muchísimo aprecio. La verdad, hacíamos un gran equipo.

Entre toda aquella alegría que irradiábamos se escuchó la voz de una mujer amargada de unos sesenta años tal vez por los altavoces del gimnasio—Christian Cooper, a la oficina del decano J. Miller.

—¿Qué hiciste ahora, Christi? —cuestionó Anderson.

—Nada, no sé por qué me están llamando.

—Suerte con eso, trata que no te pateen el trasero.

—Sí, Mike, como digas—respondí antes de salir del gimnasio.

Me dirigí a la oficina del decano y al llegar vi a la señora de la tercera edad que seguramente me había llamado por los altavoces.

—¿Christian Cooper?

—El mismo.

—Puedes pasar, te están esperando.

Me acerqué a la puerta de madera rojiza y toqué antes de entrar.

—Adelante—avisó alguien dentro de la oficina.

—Hola.

—Hola, Chris ¿Cómo estás? —preguntó relajadamente el decano, James Miller, un señor canoso, en sus cincuentas pero que se conservaba bastante bien diría yo.

—Todo bien, James ¿Qué sucede?

—Primero quiero felicitarte por el partido de ayer, fue increíble—afirmó posando sus codos sobre el escritorio de madera brillante.

—Gracias, pero fue cosa de equipo, solo jamás hubiera podido hacerlo—respondí sentándome en una de las sillas frente a la mesa.

—Sí, sí, igual hiciste un gran trabajo.

—Okay, gracias, pero vamos al grano ¿Para qué me llamaste?

Había confianza entre nosotros así que a Miller no le importaba que fuese informal a la hora de dirigirme a él.

—Mira, la cosa es que al parecer estas tres semanas has estado tan metido entrenando que te olvidaste de entregar algunos proyectos importantes. Entonces vas a necesitar puntos extras en una clase.

Me quedé callado observándolo y él continuó.

—Tengo una solución a tu problema, pero no sé si estarás bien con ella.

La Melodía de tu VozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora