𝘁𝘄𝗼 𝘀𝗵𝗼𝘁.

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Rodrigo termina de poner su sotana color negra y procede a ponerse un rosario color blanco junto a una cadena de oro con una imágen de Jesucristo en su cuello cómo accesorio

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Rodrigo termina de poner su sotana color negra y procede a ponerse un rosario color blanco junto a una cadena de oro con una imágen de Jesucristo en su cuello cómo accesorio. Toma un largo suspiro y se prepara mentalmente para tomar un día más cómo sacerdote. Su vida era totalmente rutinaria, aburrida, pero debía acostumbrarse a ello, no tenía escapatoria. Viviría atado a esa vida gracias a su amada madre. No la odiaba, al contrario, la amaba, era su progenitora y la persona que lo crío toda una vida.

Pero no mentiría si dijera que sentía un poco de molestia con ella por no aceptar que llevará una vida cómo él quiciera. Rodrigo jamás se atrevería a confesarle a su madre que odiaba eso, odiaba ser un sacerdote encerrado en esa grande Iglesia.

Un suspiro más sale de su boca y se observa en el espejo y no puede evitar sentir enojo y diversión a la vez al verse vestido así. Le parecía tan ridículo ver esa ropa en él, no iba con su estiló. Si por él fuera se vestiría con esa ropa de cuero que tenía guardada hasta el final de su armario, pero para su desgracia no podía.

Un toque en la puerta hace que salga de sus pensamientos y procede a abrir, por el otro lado de la puerta estaba una de las monjas que vivían junto a él en la Iglesia.─ Disculpe la molestia, padre...─dice la mujer con respeto.─ un joven lo busca en el cuarto de confesión, dice que quiere confesarse con usted.

Rodrigo asiente con la cabeza y le da una pequeña sonrisa amable.─ En un momento estoy allá, dígale que no me tardo.

─ Si, padre, con permiso.

La mujer se marcha y rodrigo cierra la puerta una vez más. No le parecía extraño que alguien fuera a confesarse, pero le llamo la atención que fuera un joven, la mayoría de veces eran personas mayores, no era común que alguien menor de 30 años fuera a confesarse. Toma aire y finalmente sale de su habitación para dirigirse hacia el área de confesión a pasos lentos pero largos. Llegar no le tomó más de dos mimutos.

Al llegar observa a un joven de rodillas en la tarima de confesión, procede a entrar a entrar al ajustado cuarto y se sienta. No logro ver el rostro del chico, y era mejor así, las personas se sentían más a gusto si no miraban sus rostros.

─ Buen día hijo mío, bienvenido seas a la casa de nuestro señor. Te escucho.... ─Dice y escucha una pequeña risa del otro lado que lo deja un poco desconcertado pero no le da mucha importancia.

─ Hola, padrecito... Le tomé la palabra, vine a confesar todos mis pecados. ─Esa voz... Esa voz que reconocería en cualquier lado. Rodrigo traga con dificultad.

─ Me alegra, hijo, es bueno hablar sobre nuestros más adversos pecados...

─ Si, tengo uno en especial que contarle, padre, un pecado que me encantaría repetir a decir verdad.─La voz del otro lado sonaba coqueta, una voz que le transmitía tanto a rodrigo...

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