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La tenue lluvia golpeaba las ventanas  en una tortuosa sinfonía junto al crepitar del fuego, la solitaria oficina lucia más lúgubre de lo que alguna vez imaginó enmarcada con la ardiente flama que lo acompañaba, solo él, el fuego y una botella casi vacía, acompañantes perfectos para unirse a la miseria que parecía burlarse de su suerte, casi podía jurar ver la burla en el reflejo que le lanzaba el líquido a través del cristal, o tal vez solo estaba muy ebrio.

Observó todo a su alrededor tratando de enfocar su vista, esta cansado, cansado de todo, no quería nada más  que quedarse allí,  sólo, y sin nadie más que genere molestia en su espacio, recordó de pronto a su esposa, como una molestia tardía de su memoria, como un pensamiento sin importancia, ella -probablemente- se encontrara destrozada, envuelta en un mar de lágrimas inconsolable, pero no reunía la suficiente fuerza ni energía para fingir que le preocupaba, aunque no les molestaba ello, bien podría camuflar su ausencia y estado actual con alguna tonta excusa que nadie se molestaría en interrogar.

Y no lo malentiendan, claro que quería a Amber, pero nunca llegó a amarla de la manera que en todo mundo profesaba lo hacía, el juramento de amor eterno que alguna vez recitó frente al altar, perfectamente memorizado y declamado ante el público expectante, resonaba en su cabeza como la risa burlona de un infante malcriado, en salud y en enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en la calma y la tempestad.

Hasta que la muerte nos separe

Pensó entonces en algún futuro distante, totalmente imposible, delirante y ficticio, si hubiera hecho todo de una forma distinta, tal vez el hubiera sido feliz.

Con algo diferente.

Con alguien diferente.

Si en lugar de una maraña dorada, despertara para ver hermosos rizos castaños, si en lugar de enormes fiestas lujosas disfrutara de un almuerzo privado totalmente a solas, si en lugar de lugar de ver reflejados la devoción que muestran observará un cariño eterno perpetuamente suyo, para su disfrute y mutua admiración.

Si tan solo no hubiera sido un idiota.

Levantó la cabeza ante el sonido del toque en la puerta, reuniendo la energía que puso pasó su mano por su cabello en un inútil intento de arreglar el desastre que era en esos momentos, dirigió su brazo a la botella medio vacía dirigiendola con rapidez bajo su escritorio, enderezó la espalda para soltar con la voz más firme que puso articular.

- Adelante - esfuerzo que sirvió de nasa tras notar el patético sonido que resultó su voz-

- Su majestad, su padre y la familia real han llegado a palacio - mencionó la mucama, cuyo nombre no recordaba-

- Bien- descansó su cabeza con desgano en la palma de su mano, lo último que necesitaba era lidiar con la lástima dirigida hacia él, tuvo mucha de ella en su infancia- Diriganlos a sus aposentos por favor, ¿Han arrivado todos en su totalidad?-

- Todos a excepción de la duquesa Sofía y la familia real de Zumaria- mencionó acompañado de una reverencia - sus majestades informaron de una llegada tardía-

- Bien, háganme saber cuando todos se encuentren aquí- se levantó del trono para observar a la ventana, sin encontrar una luna que admirar - y den una vuelta para ver como sigue mi mujer-

-Como ordene majestad, me retiro - escuchó el sonido de los pasos contra el suelo pulido, antes de escuchar el chirriar de la enorme puerta del lugar- Mi más sentido pésame majestad, lamento mucho su pérdida-

Felices Por Siempre - Hugo x SofiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora