Humos - I

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La estación de ferrocarril marca el comienzo de la orden dada por las Penitencias Mayores. Le neblina se entremezclaba con los humos del tabaco de los obreros y el Penitente Tatus. La luz del alba teñía el aire de celeste con motas brillantes del sol que nacía por el este. Este espejismo de normalidad en una mañana cualquiera para estas gentes duraría poco tras entrar en sus vagones.

-Justiciante, el ferrocarril está aproximándose, prepara los incensarios, nosotros subiremos en la locomotora. No hay lugar para nosotros en el resto del tren.

Siempre preciso, aún no había sonido alguno que marcara la llegada próxima del ferrocarril, pero mi mentor tenía un oído muy agudo. Supuse que no se puede llegar a Penitente sin tener alguna característica incapaz de entrenar, en mi caso aún desconozco tal dote.

Como bien señaló Tatus, mientras prendía los inciensos con mi yesquero, el tren silbaba desde la lejanía. Los obreros comenzaban a agolparse en los puntos de acceso, cientos de boinas y abrigos de cuero hechos a mano se convertían en una maraña de tonos marrones, barbas y bigotes que con impaciencia querían entrar a un tren que ni tan siquiera había llegado.

El compañero de mi mentor, Prinus, notó algo en dicha marabunta. Algo que no podía indicarme a mí, y que, con tan solo una mirada directa a Tatus ya sospechaba que nuestra orden comenzaba en estos vagones, muchos kilómetros antes del destino al que nos habían mandado.

-¿Habéis notado algo raro, Penitente Prinus?- Pregunté, bueno, susurré más bien.

-Tan cerca de estos hombres no podemos infórmate, Justiciante. Aguarda.

El humo de los inciensos batallaba con el olor del tabaco para la llegada del tren. Las hierbas que ardían parecían agobiar a los obreros, los cuales ya comenzaban a darse empujones y tirones para entrar al tren. Nosotros aún observábamos la situación antes de acceder a la locomotora. Era casi increíble que estas personas no mostraran atención alguna a nosotros, teniendo en cuenta que nuestras apariencias, tan oscuras y poco llamativas eran una peculiaridad para la vista de cualquiera que estuviese cerca.

Los últimos que quedaban por entrar ya mostraban signos de golpes contundentes en sus caras, pero no reflejaban dolor alguno. Arañazos, moratones e incluso un par de narices sangrantes no parecían inmutar a sus portadores, siendo todas estas heridas recién acometidas en ese andén. Uno de los obreros lanzó a otro hacía las vías sin mostrar reparo alguno. Ambos penitentes seguían mostrándose impasibles y distantes, como lechuzas observando una trifulca entre ratas.

-¿No deberíamos intervenir, mentor?- Sabía bien que no debíamos intervenir directamente en los acontecimiento ocurridos exclusivamente entre humanos, pero esto estaba demasiado fuera de lo común.

-Aguarda, Justiciante, no actúes sin el consentimiento de tu mentor- Me respondió Prinus sin despegar la vista de los vagones que iban llenándose lentamente.

-Ese hombre será aplastado por la locomotora que vamos a tomar si no actuamos- Comenzaba a inquietarme la pasividad de ambos Penitentes. -¿Cuál es el sentido de proteger al humano si permitimos que entre ellos se destruyan?-

No recibí respuesta alguna de mis mentores, finalmente el hombre que arrojaron a las vías no se levantó, no estaba tan dañado como para no poder ponerse en pie. Su muerte parecía darle menos importancia a él que a nosotros.

-Es momento de subir- Sentenció Tatus.

Los trabajadores de la locomotora no nos prestaron especial atención más allá de los 20 reales de plata que se les fue dado, asumí que dentro del acuerdo estaba el no hablar con nosotros.

-¿Qué es lo que has visto en el andén, Justiciante?- Preguntó mi mentor Tatus. Con un cierto rintintín en su voz que daba a entender que parecía más una pregunta del cuestionario de la orden que una pregunta sobre que vi realmente.

Crimen en GrandáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora