Previamente a acceder al primero de los vagones debíamos sobrepasar el carbón. Un vagón cargado hasta arriba de carbón para el funcionamiento del ferrocarril, pero ahora no sería necesario, pues Tatus y Prinus dieron buena fe de los maquinistas, ahora ceniza decorativa en la locomotora.
Mientras el sonido del tren y el viento inundaban mis oídos Tatus no tardó en designar cómo avanzaríamos sobre el tren.
-Dado que debemos pasar por encima del carbón, aprovechémoslo. Seguiremos avanzando sobre el resto de vagones por sus techumbres. En este trayecto no hay montañas que atravesar, y sabiendo que el tren comenzará a ralentizarse en unos minutos, es el método más seguro. Yo iré en primer lugar hasta llegar al último de los vagones. Prinus y Felegrid, prended el incienso y averiguar cuántos poseídos hay en este tren. Recordad que el segundo vagón es en el que accedieron los obreros de la estación.
Prinus y yo asentimos.
Tatus comenzó a escalar la pila de carbón hasta que el ruido del viento le impedía ser escuchado. El humo de la locomotora cubría su rostro por completo, convirtiéndole por un segundo en un cuerpo de humos negros. Le seguimos hasta el primero de los vagones, ahí el Segundo Penitente y yo nos detuvimos mientras mi mentor avanzaba hasta el final, vagón a vagón, salto a salto, pero en completo silencio, como si sus pisadas no reflejaran el peso real del Penitente Mayor.
Prendí el incensiario nuevamente, pues el viento consumió con premura la anterior hoja de plata. Prinus, con sus cubrenudillos imbuidos, guardó sus manos en su abrigo. Cuando volví a levantar la mirada, Tatus ya había entrado en su vagón, por lo que el tiempo apremiaba.
Descendimos en el acople entre los vagones segundo y tercero. Ya teníamos la certeza de que el segundo vagón estaba repleto de poseídos por lo que le sugerí a Prinus apuntalar el acceso hasta que asegurásemos el resto del tren.
-Excelente, Felegrid, aunque habría que cerrar también la puerta entre los vagones segundo y primero. Podrían no ser unos posesos los pasajeros del primer vagón.- Respondió Prinus a mi iniciativa. – Espera aquí mientras la apuntalo.
Y así volvió a escalar hasta la techumbre.
Desde la ventana podía ver más variedad de pasajeros que en el segundo vagón. Había familias enteras, con niños y ancianos, hombres solitarios, trabajadores seguramente, en dirección a la ciudad de Granda, donde las oportunidades y los problemas se unen. La visión era muy alegre. Pero la alegría se tornaba horror cuando tres de los pasajeros del vagón comenzaron a levantarse con fuertes sollozos y dolores que les recorrían el cuerpo.
El humo de la hoja de plata se había comenzado a colar en el tercer vagón.
Los pensamientos y los nervios me invadieron las extremidades mientras mis ojos solo podían ver, frustrados e impotentes como ese trío se levantaba buscando el origen del humo. Sin triunfo alguno comenzaron a atacar al resto de pasajeros como animales. Antes de poder recuperar el coraje y la movilidad de mi cuerpo, ya había dos víctimas. Colgué el incensiario en la hebilla del abrigo y procedí a entrar.
El humo de la hoja de plata ocupó por completo el vagón cuando abrí la puerta del acople. Envueltos en el componente que más les irrita, no tardaron en empezar a arrear zarpazos y puñetazos al aire en busca de algo que aliviara su rabia.
Aprovechando esto me acerqué agachada entre los asientos, despacio. No podían verme ni oírme a causa de sus propios quejidos y los llantos del resto del vagón.
Conseguí tirar al suelo a uno. Ya contaba con marcas de arañazos dada por otro de los poseídos. Aunque no tuviera una disuasoria y los poseídos cuenten con mayor fuerza por la propia energía de la posesión, una vez en el suelo conmigo daba igual todo. Conseguí agarrar y retorcerle un brazo mientras le estrangulaba con ambas piernas. Sabía que con eso no sería capaz de darle muerte, pero si podría neutralizarlo hasta que Tatus o Prinus pudiese hacerse cargo.
Lo que en la Orden, durante mi instrucción, me había conseguido las primeras posiciones en los ámbitos de lucha humana, no fue suficiente para este poseído. Siguió resistiéndose hasta llegar a partir su propio brazo con tal de escapar del agarre. Al levantarse y al estar yo sujeta a su cuello con las piernas consiguió deshacerse de mi por completo y lanzarme con un solo brazo al otro extremo del vagón, rompiendo la vente de la puerta de acceso.
Dos cristales me atravesaron el abrigo y una costilla. Cuando conseguí volver en pie parte del humo de la habitación ya se había comenzado a disipar. Del golpe el incensiario se había abierto, desperdigando la hoja de plata prendida. Entre el clareo del humo los poseídos ya pudieron verme.
-¡Agachaos y no levantéis la cabeza!- Grité a los pasajeros, para que toda la atención de los poseídos cayese sobre mí.
Esos tres poseídos me observaban con sangre en sus cuencas oculares. Sangraban por todos los orificios de sus caras. Pero sus ojos. Sus ojos solo anhelaban la sangre que pudieran brotar para aliviar sus dolores.
Tuve que pensar rápido y salir al acople, desde ahí podría subir a la techumbre, y quizás, si Prinus había acabado lo encontrase arriba. Sin disuasorias no se les podía dar muerte a estos monstruos.
Cuando me encontré arriba no vi a nadie. Prinus aún no había vuelto. Los poseídos ya comenzaban a trepar el vagón para matarme. De nuevo tuve que tratar de ganar tiempo hasta que el Segundo llegase.
El incensiario, si bien seguía roto aún contaba con restos de ceniza de la hoja de plata, algunas ascuas aún daban vida al humo. Tomé los restos que quedaban y los guardé en mi mano para usarlo de alguna manera contra los inhumanos que se acercaban.
Los poseídos ya estaban arriba, eran rápidos y estaban encolerizados. Pero faltaba uno. El manco y uno de los otros dos había subido, mientras que el otro había trepado el techo para dirigirse a la locomotora. ¿Acaso era posible? ¿Sabía que no estaban los maquinistas? Debía contarles esto a Tatus y a Prinus, algo más estaba pasando en este tren.
No sabía nada de Prinus desde que se marchó al otro vagón. Debí haberme fijado en las ventanas. Pero ahora mismo no era momento de buscar auxilio. Si un Penitente no puede valerse por sí mismo no merece su penitencia.
Mientras los pensamientos me agolpaban la cabeza, ambos poseídos se abalanzaron a la vez sobre mí. A base de pura memoria muscular me tumbé bocarriba rápidamente, como si hubiera sido un disparo, y a ambos posesos, aún en el aire, lancé las ascuas y cenizas de la hoja de plata directo a sus rostros. Al manco le afectó de lleno dejándolo completamente ciego, el otro solo había salido con media cara totalmente incinerada y ardiendo todavía. Aunque siendo totalmente honestos mi manó también se resintió por el calor, mi guante quedó totalmente achicharrado por la palma.
Quizás hubiera sido por la adrenalina y el miedo mezclados, lo que algunos llaman valentía, que no me había seguido percatando de las heridas que me acometió el manco. La sangre ya había comenzado a llegar a la planta de mi bota. Al menos había conseguido neutralizar a uno de los poseídos, quedando inconsciente en el suelo, el otro entre sollozos era incapaz de seguir prestándome atención. Trataba de retirarse el incienso del rostro a zarpazos, destruyendo y desgarrando su rostro aún más. Dándose a sí mismo verdadera muerte.
Ver cómo su cuerpo se deshacía al igual que el de los maquinistas me otorgaba cierta paz. Ya no tenía que seguir viendo su cascarón realizar órdenes para los inhumanos.
Pero aún tenía que hacerme cargo del que se había marchado a la locomotora. Por lo que fui hacia el manco para no dejar cabos sueltos. Partí su otro hombro y ambas piernas, garantizando que no podría volver a atacar a más pasajeros. Sus gritos no eran por mi, sino por su rostro, pero sin brazos con los que atacar o matarse solo era carne poseída.
Lo arrastré hasta la puerta del tercer vagón, no sin antes cubrirme con mi capirote, para evitar delatarme. Lo lancé al vagón en el que se encontraba para que los pasajeros pudieran encontrar venganza por los dos familiares perdidos.
-Denle dolor.- Sentencié. El hijo de uno de los difuntos, inundado en odio y tristeza, golpeó todo lo que pudo y más al inhumano, junto a su madre y el resto de pasajeros.
Di la espalda a la grotesca escena y corrí sin desperdiciar más tiempo hasta la locomotora. Aún no sabía nada de Prinus ni Tatus.
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Crimen en Grandá
FantasyEn pleno surgimiento de la industrialización en el sur de una nación rural, la Orden de Penitencia encomienda la investigación de un asesinato cometido con herramientas inhumanas en la ciudad de Granda. Esta ha sido asignada a dos hermanos penitent...