1. Rayitas rosadas. P, 2

142 21 15
                                    

–Hoy es la cena de gala por el aniversario del club. Paso por ti a las seis.

Muevo la cabeza de un lado al otro para cerciorarme de que estoy oyendo y viendo bien, porque desde hacía un poco más de dos semanas, no coincidíamos en la mañana. Y yo no lo estaba evitando, era él, que ya no estaba en casa cuando despertaba y que, en la tarde, elegía encerrarse en el gimnasio o en cualquier otro lugar para no verme la cara. Sabía que llegaba a dormir porque su lado de la cama se hundía y el olor amaderado de su perfume me nublaba la mente, pero no más.

En cualquier otra situación le hubiese buscado insistentemente para arreglar las cosas, porque sabía que él era muy poco de tomar iniciativas y de reconocer un error. En nuestra relación, así no fuese mi culpa, siempre terminaba siendo yo la que rogaba y renunciaba a cosas. Pero ahora no.

Él había decidido ignorarme, él se había enojado sin razón y como siempre, no estaba dispuesto a perder.

Pero esta vez yo tampoco, así que me sorprendí tomando una postura totalmente diferente. No sería yo quien diese el brazo a torcer. No, porque no estaba dispuesta a renunciar al regalo más valioso que me había dado en más de siete años de relación.

Y por ese "regalo valioso" estaba dispuesta a todo, incluso a dejarlo ir.

–No te molestes. No voy a ir.

–¿Perdona? –fija la mirada en el pedazo de pastel de chocolate que me llevo a la boca.

–No voy a ir –repito sin inmutarme.

–No estoy para caprichos estúpidos. La cena es importante y tenemos que ir.

–Caprichos estúpidos –suelto el tenedor y me limpio la boca–. No quiero y no voy a ir. No, porque para mí eso no es "importante", tengo mejores cosas que hacer.

–De verdad, no quiero discutir. La cena es importante para mi carrera, posiblemente mi contrato se amplíe por tres años más y...

–Importante para ti, no para mí. ¿Sabes una cosa, cariño? Creo que nunca vamos a llegar a un consenso de qué es lo realmente importante, porque tenemos lista de prioridades bastante diferentes, por no decir opuestas.

No bajo el mentón ni cuando su mirada miel intensa, cargada de misterio y arrogancia golpea la mía, siempre frágil y vulnerable al contacto. Quiere desarmarme por dentro, lo sé porque es experto en eso. Tiene un arte único para hacer y deshacer conmigo a su antojo, solo con una caricia, con una palabra, con una mirada. Pero no hoy, que hay más que el amor que siento por él en juego.

Está de por medio el ser pequeñito que crece y depende solo de mí para seguir viviendo. No puedo fallarle ni a él, ni a mí.

–Ahora no, Dulce –se coge el puente de la nariz, irritado–. Paso por ti a las seis y luego lo hablamos ¿sí?

–¿Qué parte de: "no voy a ir" no has entendido?

–No vas a dejar de apoyarme por un lío insignificante.

–No solo voy a dejar de apoyarte, estoy dispuesta incluso a dejarte –le digo, poniéndome de pie con la bandeja del desayuno en la mano.

Deja caer al suelo las llaves de su auto y su teléfono, en tanto, palidece y parpadea un par de veces, como para cerciorarse de todo. Me mira, le devuelvo la mirada. Se acerca con duda, aferro mis manos a la bandeja.

Y por primera vez en la vida, señoras y señores, el hombre ególatra, insoportable y mal educado parece dudar. El aire de superioridad que destila flaquea a la vista, y su mirada, fría y misteriosa, pierde la intensidad.

Ni cuando quedó en la lista de balones de oro por detrás de Cristiano, Messi y Modric. Ni cuando perdió la final de la Champions frente al real Madrid. Ni cuando quedó eliminado en cuartos de final por fallar el último penalti de su equipo. Ni cuando le dije adiós por primera vez.

Lo verdadero es eterno (Vondy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora